lunes, 13 de noviembre de 2017

LOS TRES HIJOS DE NOE


Según la Biblia, tras el diluvio, los tres hijos de Noé, Cam, Sem y Jafet, abandonan el lugar donde se posa el arca (para algunos el monte Ararat), con la intención de repoblar la Tierra, ya que son los únicos supervivientes de la catástrofe (Génesis 10, 18-19).
La Biblia no da muchos más detalles, por lo que tenemos que recurrir a una fuente más moderna, las Antigüedades judías de Flavio Josefo, escritas entre los siglos I y II d.C., para descubrir cómo se desarrollan los acontecimientos. Cam se expande sobre todo por el Próximo Oriente, África (Etiopía, Libia y Egipto) y Mesopotamia. Sem lo hace por Asia hacia el océano Índico. Mientras que a Jafet le corresponde el continente europeo, que comprende desde el rio Tanais (actual Don) y monte Tauro (al este de Turquía), hasta Gardir (Cádiz) en la Península Ibérica.
La cuestión es que esta historia bíblica, y otras, tienen mucho parecido con el mito griego de Prometeo, en el que, como ya apuntaba Milton, puede rastrearse la presencia de estos descendientes de Noé, cuando Gea y Urano deciden repartir la Tierra entre sus hijos, los titanes. Siendo Japeto, padre de Prometeo, el mismo Jafet. Pero es que además este mito guarda otras analogías con las historias recogidas tanto en la Biblia como en los escritos sumerios. En él hallamos todos los ingredientes esenciales de estas historias milenarias aunque mezclados a la manera griega: la creación del hombre por Prometeo, moldeándole con barro; el pecado original en forma de regalo, una caja, que nuevamente, como la manzana de Eva, entrega una mujer, Pandora, al hombre elegido, Epismeteo; o el diluvio universal enviado por los dioses en el que Deucalión es el Noé griego.
Es difícil no establecer conexión entre ellos, y preguntarse cómo se difundieron estas historias por lugares tan dispares. Puede que los relatos fueran de boca en boca, llevados por comerciantes o por trovadores de la época. Pero también pudo ser como lo cuenta la Biblia, y fueron llevados a todos estos lugares por la dispersión de estas tribus semi-nómadas, los descendientes de Noé, que empujados por el deshielo de los glaciares que inundan vastos territorios en sus lugares de origen, tienen que migrar y conquistar nuevos territorios. Llevando consigo todas estas historias e ideologías, y una nueva y original forma de poblamiento, estructurado en su interior según una retícula de calles ordenadas, y un impresionante sistema defensivo al exterior, compuesto por una serie de recintos amurallados.
Así, la dispersión de estas tribus por el viejo continente, o según la Biblia, los hijos de Noé, serían los causantes de los grandes poblamientos amurallados que se desarrollan en este momento, tanto en Asia como en Europa.
Los ejemplos más destacados de esta expansión en territorio asiático serían las ciudades sumerias que emergen tempranamente en suelo mesopotámico, en torno al 3.500 a.C. Mientras que en Europa, este rastro post-diluviano puede seguirse hasta la Península Ibérica a través de una serie de asentamientos, como el de la ya mencionada cultura de Gummenlita, en la península de Anatolia, o el de la cultura de Michelsberg en Alemania occidental y la de la Confederación Ligur de Chassey en la Occitania del sur de Francia.
En la Península, los theobelos de Flavio Josefo, Tubal, para muchos, son quienes crearían, otros dos impresionantes reinos en el sur peninsular. El de los Millares, al SE y el de Vilanova de San Pedro al SO. Donde nuevamente volvemos a encontrar un registro arqueológico parecido al de Gummenlita (metalurgia de cobre, industria de bisutería y telares dentro de una economía doméstica en el interior de las viviendas, urbanismo incipiente en poblados amurallados, necrópolis de túmulos familiares, escritura incipiente, y, seguramente, la introducción del caballo doméstico destinado al transporte). Y en la que, además, se perciben fuertes influencias de las culturas del Egeo.
Y es precisamente por el carácter eminentemente bélico de estos nuevos asentamientos, que resulta más plausible que se trate de gentes foráneas y beligerantes, como las que habitan las estepas nor-caucásicas, las que traigan estos mitos, y este nuevo sistema constructivo sin precedentes, pues, ¿Qué necesidad sino tendrían, las pacificas poblaciones eneolíticas de construir fuertes y murallas, técnica por otra parte desconocida para ellos, si fueran comerciantes o trovadores los portadores de las historias?




domingo, 8 de octubre de 2017

DIOSAS, PRINCESAS, PUTAS O BRUJAS



De la misma manera que las diosas madre sufren una transformación en el plano celestial, las sociedades femeninas terrestres, reflejo de la sociedad divina que las sustenta, también lo hacen.

La gran diosa creadora, en casi todos los panteones del dios civilizador, cambia su status, degradándose a meros consortes de un dios masculino, jugando así un papel secundario e insignificante, siempre supeditado al poder del gran dios. Algunas, se convierten en encantadoras y fascinantes amantes, como sucede con  Afrodita, la diosa indiscutible del amor. Mientras que otras, son deformadas y desdeñadas hasta convertirse en horripilantes monstruos aterradores, portadores de todo mal, que es lo que le ocurrió a Xiwangmu, la Reina Madre Occidental en la cultura milenaria china. Siendo las diosas hebreas, primero Lilit y luego Eva, las peor paradas de todas, pues son completamente aniquiladas del panteón de los dioses, como si nunca hubieran existido, ya que se les arrebata su poder divino para convertirlas en simples mortales, o en demonio.

En las sociedades humanas, estas diosas, quedan perfectamente perpetuadas en tres tipos o prototipos de mujeres, cada uno con unas características determinas según el rol que juegan dentro de las nuevas sociedades masculinas.

Así la esposa y consorte, casta y pura, estaría representada por el concepto de princesa. Celosa esposa y madre de sus hijos, es la mujer virginal, virtuosa, de buen linaje, legitimada por el matrimonio, sumisa a los designios del esposo. Integrándose perfectamente dentro de la sociedad del dios civilizador, por lo que ostentan con orgullo y dignidad el papel que se le ha asignado.

Otra mujer tipificada dentro de estos nuevos roles, es la hetaira o geisha, prostitutas de alto standing, diseñadas para complacer en todos los ámbitos los placeres masculinos. Formaban un grupo selecto de bellas mujeres, cultas e instruidas, pues además de deleitar al hombre con sus hermosos cuerpos, tenían que hacerlo también con la música, el baile y la conversación. Por eso fueron las únicas mujeres libres que podían acceder a los estudios.

De esta manera, el hombre, depredador de placeres, obtenía fuera del matrimonio lo que el matrimonio no le proporcionaba, pues sus princesas carecían o no participaban del elenco completo de encantos de las hetairas. Ya que eran, por lo general, elegidas por los progenitores como legitimadoras del apellido de la familia. Y casadas, mediante matrimonios concertados, más que seleccionadas por el libre albedrío del amante.

El último tipo dentro de la escala social femenina lo constituyen las brujas. Mujeres seguramente bellas como las hetairas, pero independientes y rebeldes, que recelan del poder creador que los dioses masculinos arrebatan a las diosas. Por lo que intentan combatirlo con la sabiduría de la diosa, de las que se confiesan fieles seguidoras. Estas mujeres no eran queridas dentro de la sociedad masculina, pues constituían una amenaza para princesas y hetairas, bien integradas en su red de dominación, por lo que había que aniquilarlas, ya que convertirlas era tarea imposible, y podían poner en tela de juicio el recién orden establecido.  

Para combatir a estas mujeres se actuó desde distintos planos, ideando una propaganda contraria a ellas, de la que los ejemplos más destacados los encontramos en los tan conocidos cuentos populares, donde la sabia hechicera, sacerdotisa suprema de la diosa madre, es transformada en un ser repugnante, como le ocurrió a Xiwangmu. Una bruja vieja y fea, llena de verrugas como un sapo pustulento, y narizotas, que a veces se transformaba en un terrible dragón de fétido aliento, cuyas fauces escupen llamas abrasadoras. Con este aspecto nauseabundo y feroz quien iba a prestar oídos a sus sabias palabras. Lo que provocaban era la repulsa y el horror de las gentes.

El ejemplo que mejor puede ilustrar esta campaña propagandística anti-sacerdotisa es el cuento de Blancanieves. Donde la madrastra, mujer hermosa, poderosa, conocedora de hierbas y secretos naturales, intenta a través de la simbólica entrega de la manzana, como vehículo de la sabiduría de estas mujeres, iniciar a la joven doncella, la princesa Blancanieves (cuyo nombre ya insinúa la pureza virginal exigida a las castas esposas del dios civilizador), en los conocimientos ocultos de la naturaleza, del universo creado por la gran diosa madre.


Una sabiduría que los hombres consideraban nociva por lo que inyectaron en la manzana, un veneno mortal, para prevenir a las princesas de lo maligno de ese conocimiento antiguo, e impedir la conversión de las virginales doncellas primerizas a la causa de las brujas. El siguiente paso para terminar con estas mujeres sabias, era la muerte, por la espada de algún príncipe salvador, o por espectaculares hogueras ejemplificadoras.   





La manzana se convierte en el símbolo de la sabiduría, de la sabiduría de la Diosa Madre. Símbolo que ya encontramos en el origen del hombre, nuevamente de la mano de una mujer, Eva. Ya que el Dios Civilizador no puede erradicar de su paraíso terrenal este conocimiento por completo. Solo puede prevenir de su imperfección y su maldad, por ello el castigo de quien ose adquirirlo es el destierro, la mortalidad y una vida de trabajo y sufrimiento. 

sábado, 20 de mayo de 2017

LA DIVINIZACIÓN DE LAS MANOS

La llegada de estos nuevos pobladores esteparios de lengua aglutinante a las fértiles llanuras costeras supuso el fin de las antiguas creencias y mitos prehistóricos. Tribus que a pesar de su escaso desarrollo cultural, gracias a su superioridad bélica (habían conseguido domesticar el caballo) y organizativa, consiguieron imponer en las tranquilas sociedades neolíticas sus ideas.

Aunque el tránsito no fue inmediato y al principio se mezclaron los dos mundos en conflicto, el de la diosa madre y el del dios civilizador. Por eso vemos que cada mito utiliza una fuerza creadora diferente (a Enkidu le da vida la diosa Aruru, mientras que el dios Enki ofrece su sangre para la creación del hombre).

En este contexto de confusión, se inicia una intensa campaña de desprestigio hacia la diosa madre, para erradicar por completo su supremacía sobre el dios masculino unificador. Por eso surge la lista del bien y del mal, para justificar que la nueva ideología es la buena y verdadera.

En esta campaña de desprestigio, las diosas madres son convertidas, en la mayoría de los casos, en consortes de los dioses masculinos, como decía Sanmartín, ocupando un lugar secundario, y siempre supeditadas al mundo natural que ellas han creado (Lilit es recluida en una cueva en el mar Rojo, Innana sale de un árbol al encuentro de Gilgamesh, por ejemplo, pero hay muchos más).

Sin embargo, en determinadas culturas, esta medida no era suficiente, empeorando la situación de la diosa, que unas veces se convierte en un monstruo horripilante, como le sucedió a Xiwangmu, la reina madre de occidente en la cultura china («al sur del mar occidental, sobre la ribera de arenas movedizas.... hay alguien usando una capa de tigre con dientes y una cola, vive en una cueva, se llama ... Xiwangmu está a cargo de la enfermedad y el castigo corporal», se lee en el libro de los montes y los mares del período de los Reinos Combatientes), mientras que otras simplemente desaparecen sin dejar huella, como le sucedió a la diosa de los hebreos, siendo sustituida por una mujer de carne y hueso, Eva. Allí donde se siembra la semilla del dios civilizador la diosa madre sufre una gran transformación.

De esta manera el dios civilizador, como un demiurgo, adquiere el poder creador de la diosa, que moldea la materia (el barro) con sus manos. Manos que a partir de este momento se convierten en el vehículo creador del universo. Unas manos que desde la prehistoria simbolizan el poder creador del hombre, que lo diferencia del resto de animales, y que le dotan de un don divino parecido al de la diosa, de la que se considera su hijo.

La divinización de las manos supone el siguiente paso para la destrucción del don creador e innato de la diosa. La naturaleza se convierte en el universo creado por esta diosa, y por tanto es maligno, pues está compuesto solo por materia. Lo divino, el bien, reside en el pensamiento, en la idea, que luego se plasma mediante la creación, en la imperfecta materia. La cual, luego, da vida con su aliento, o su sangre, que es donde reside el espíritu.

Y esta idea es la que se expande por doquier, al tiempo que lo hacen los hijos de Noé. Difundiendo por todas partes el mensaje de unidad, la lista del bien y el mal, las historias del diluvio, de la montaña de las mil lenguas, de la creación del hombre, y del dios civilizador. Que recogen mitos como el de Prometeo, el de Enki, el de Adán, o se debaten en complicadas disertaciones filosóficas en obras como la de Pitágoras y Platón.


Y la expansión de estas ideas y de estas tribus está atestiguada no solo en libros como la Biblia, también en escritores antiguos como Flavio Josefo o San Isidoro de Sevilla, así como por los restos materiales de civilizaciones tan antiguas como la sumeria en Mesopotamia, la troyana en Grecia o la de los Millares (íbera) y de Vila Nova (tartesia) en la Península Ibérica, pues constituyen el elemento material de esta propagación ideológica.





jueves, 11 de mayo de 2017

PROMETEO Y EL REY ABIDIS


Según expone Joaquín Sanmartín, los sumerios constituyen el tercer substrato cultural en incorporarse a las llanuras mesopotámicas, tras los semitas, y las culturas eneolíticas pre-existentes. Su éxito consistió en “un gran poder de organización” y en “un agudo instinto político”, capaz de aglutinar y dar cohesión a estos tres substratos culturales, ya que, “convencidos como estaban de que las viejas estructuras religiosas eran incapaces de sustentar ideológicamente el imperialismo urbano que ellos inauguraban, arrinconaron a las viejas diosas madre desposándolas con un dios sumerio, que era quien realmente tendría algo que decir”, y “tradujeron al sumerio los viejos nombres de los dioses semíticos”.   

De esta manera el culto a la nueva divinidad masculina, que marca el inicio de una nueva concepción del universo, vigente en la actualidad, va inevitablemente ligada al concepto de civilización y urbanismo, y, como vimos en la lista de los pitagóricos, también al de Unidad. Y observamos que no es el pueblo sumerio el único portador de estos conceptos, sino que otras culturas coetáneas  participan de esta nueva ideología, y del impulso civilizador, como rebelan las fuentes.

Por tanto la clave para descubrir el alcance de tales creencias reside en el rastro que estas civilizaciones dejaron en una serie de asentamientos entre el 4000 y el 3500 a.C., desde el norte del mar Negro y el Caucaso hasta la península ibérica y Mesopotamia, y seguramente en otros lugares, en los que se identifican unas características materiales muy similares: metalurgia de cobre, industria de bisutería y telares dentro de una economía doméstica (en el interior de las viviendas), urbanismo incipiente en poblados amurallados, necrópolis de túmulos familiares, escritura incipiente, y, seguramente, la introducción del caballo doméstico destinado al transporte. La cultura Karanovo Gumelnita (primera ciudad de Troya), los Millares en Almería (la posterior cultura de los Iberos en la Península Ibérica) y Vila Nova de San Pedro en Portugal (la futura Tartessos), son los ejemplos más destacados del camino seguido por este dios civilizador y unificador en Europa.

El problema que plantea el origen de muchas de estas culturas, incluida la de los sumerios, es debido al escaso registro  material que los invasores aportan a las poblaciones neolíticas pre-existentes. Debido seguramente a que no debían poseer una cultura material destacada, sino más bien sencilla, fabricada con materiales perecederos, suficiente para mantener una existencia nómada y precaria, basada en el pastoreo y la conquista, propia de poblaciones esteparias. Las grandes civilizaciones que desarrollan en estos lugares costeros, son debidas al mestizaje entre estos dos componentes culturales, como bien apunta Sanmartín. Marcando la diferencia del desarrollo urbanístico y cultural, el grado de sofisticación de las culturas eneolíticas existentes en cada lugar, culturalmente más ricas.  
En algunos mitos antiguos y leyendas podemos vislumbrar la llegada de estas gentes civilizadoras. Es el caso, en la Península, del legendario rey Abidis, o del sabio Titán, Prometeo, en Grecia.

En este sentido, Gerónimo de la Quintana, cronista del siglo XVI, nos cuenta que el rey Abidis “fue quien reduxo a los españoles, que vivían como bárbaros por los campos, comiendo yerbas, frutas silvestres y carne de animales que mataban con arcos, laços y otros artificios, a que viviesen vida de hombres, acostumbrados en el camino de la virtud y humanidad”.

Conocemos esta leyenda a través de un escritor romano del s.III d.C., Marco Juniano Justino (la única versión que se conserva), que a su vez la toma de un historiador de la época de Augusto, Pompeyo Trogo, pero que seguramente es anterior. Quienes también destacan el carácter civilizador de este rey.

El rey Abidis, según nos cuenta Geronimo, fue el último rey de España, de los antiguos reyes. Murió en el año 1079 a.C. sin sucesión (cuestión esta que difiere de la romana que dice, “muerto Habis, el reino fue conservado por muchos siglos por sus sucesores”), e inmediatamente después de su muerte “vino una tan gran seca en estos Reynos, que duro veinte y seis años que no llovio”, o más, según otros cronistas de la época.

Está claro que las cronologías que estos autores utilizan no se ajustan a la realidad, ya que como apunta Fernando Gascó “los elementos poco realistas del texto han obligado a los intérpretes a no ceñirse a la literalidad de los mismos, sino a considerar el pasaje como alusión, signo o recuerdo sintetizado y fabuloso de sucesos, procesos históricos o creencias”. Así este autor lleva el origen de la leyenda a la fundación de Tartessos. Aunque yo me atrevería incluso hacerlo coincidir con la llegada a la Península de estas gentes nor-caucásicas, que se establecen en los Millares y Vila Nova, portando el estigma de la civilización.

Mientras que algo parecido sucede con el Prometeo de los griegos, quien, siguiendo a Jean Humbert (s.XIX) en su estudio sobre los mitos de la antigüedad clásica, dice, “antes de su venida, los hombres, bárbaros e ignorantes, no sabían ni pensar ni razonar; abrían los ojos y no veían nada, escuchaban y no oían. Prometeo les enseñó a trabajar la madera, preparar el ladrillo y construir sus moradas. Gracias a su consejo y destreza, impusieron el yugo a los animales, engancharon los caballos al carro, navegaron al través de los mares y distinguieron las plantas saludables de las nocivas.” Y sabemos que el mito de Prometeo es muy antiguo, ya que proviene de la segunda generación de dioses civilizadores.

Estos dos personajes suponen la mitificación de la llegada de gentes foráneas a determinados lugares, portadoras de unos conocimientos que implicaron una transformación profunda en las sociedades que dominaron. Donde volvemos a encontrar esa dualidad de opuestos que  los pitagóricos exponen en su lista, siendo los extranjeros los portadores del recto camino de la civilización, que trae la luz a la barbarie en que viven las poblaciones indígenas, dentro de un universo dominado por la naturaleza. 



    Tablilla neolítica de madera de Dispilio, Grecia (5.260 a.C.) con escritura de signos lineales, similar a los hallados en otros lugares de Centroeuropa, en torno al Danabio, como Vinça, así como en Bulgaria (Gradesnica, 4000 a.C.) o la Península Ibérica (Huelva, 5.000-4.000 a.C.). Que formarían parte del elenco material del dios civilizador, que se expande por los continentes asiático y europeo en el Calcolítico.






lunes, 27 de marzo de 2017

EL DIOS CIVILIZADOR

El descubrimiento de la agricultura supuso toda una revolución para las sociedades humanas paleolíticas. Fabricar tu propia comida tenía sus ventajas. Aunque traería consigo una serie de cambios en la forma de relacionarse con el entorno. De los cuales el más relevante, en un primer momento, fue la sedentarización de los grupos humanos en pequeños poblados, cercanos a las zonas de cultivo.

Ya no era necesario ir detrás de la caza, en un cíclico deambular estacional. Ahora se podía sobrevivir al invierno gracias a las cosechas de cereales, fácilmente almacenables, y esperar a que la caza vuelva por sí sola, cada primavera.

A la agricultura siguió la domesticación de los animales, a los que también podían alimentar gracias a la agricultura, y mantener a salvo del duro invierno, dentro de las viviendas. Con lo cual, ya no era necesario esperar si quiera que volvieran los animales salvajes.

De esta manera, se abandonan las cuevas en las montañas, por una nueva forma de habitación, en los valles, en zonas fértiles y llanas.

Aunque no se abandonan los ritos antiguos del paleolítico. Ya que se sigue adorando a la misma diosa madre. Y para que pueda seguir dando vida dentro de su útero, se le crean cuevas artificiales con grandes ortostátos, cerca de las áreas de cultivo. Este debió ser el cometido de alguno de los monumentos megalíticos de cámara con túmulo al exterior, tan extendidos por la parte occidental europea. El de albergar el útero de la diosa. Sin perder el referente del útero original, situado en la montaña, visible desde la nueva ubicación de la cueva artificial, como ocurre con el dolmen de Menga, en Antequera.

La llegada del neolítico trajo consigo, no obstante, el germen de la destrucción de este concepto femenino del universo. Ya que el hombre, al ser capaz de reproducir por sí mismo la propia naturaleza, se creyó con el mismo poder que la diosa. Creando un mundo, el de las ciudades, acomodado al hombre, dando la sensación que el nuevo orden artificial y ordenado del hombre, supera el orden natural y desordenado de la diosa. La civilización se convierte en el slogan preferido del nuevo dios creador, que se difundirá por todos los continentes con una fuerza arrolladora.


Es en este momento cuando en las llanuras mesopotámicas irrumpen los sumerios, que combatirá estas creencias antiguas, para imponer un culto masculino del universo, en el que las manos se convierten en el vehículo de la creación, moldeando al hombre con barro. 

Para ilustrar este proceso he elegido un objeto que procede de Uruk, de los niveles IIIa-II (hacia el 3300-3100 a.C.), del complejo religioso de Eanna, dedicado a la diosa Inanna, una diosa madre transformada en diosa de la fecundidad en la etapa histórica.
Se trata de un vaso realizado en alabastro, de forma cilíndrica, con una decoración en bajo relieve que se desarrolla en cuatro franjas horizontales. La escena representada según Josep Padró es “una procesión de hombres desnudos y musculosos que llevan en ofrenda los frutos de los jardines y los campos, para el encuentro mítico de la diosa y el dios hombre” (Padró, J. “La época arcaica de Sumer y de Akkad”, Gran Historia Universal, 1986, p. 69).
Este vaso constituye la primera representación que existe en el mundo de una procesión ritual asociada al culto de una divinidad. Y un ejemplo de la pervivencia de unas creencia antiguas en una sociedad en proceso de transformación. 

domingo, 26 de marzo de 2017

LA DIOSA DE LAS CAVERNAS

Los inicios del hombre en la Tierra se parecían bastante al de cualquier animal terrestre, si no fuera por su capacidad de reflexión. Lo que representaba una gran ventaja, ya que le permitía, no sólo mejorar su debilidad física, sino, también, ampliar el  conocimiento del entorno y de sí mismos. Lo que planteaba una serie de interrogantes, sobre su origen, y el porqué de su existencia. Cuestiones que todavía hoy siguen inquietando al hombre, y que como entonces, sigue sin respuesta.

Según el estado de cosas en ese momento, la respuesta a estas preguntas estaba condicionada por su experiencia en un entorno donde la naturaleza lo era todo. La consecuencia lógica de la observación de esta naturaleza hacía sospechar que, puesto que son las hembras de todas las especies las que producen la vida. En un plano superior, divino, tenía que ser una madre la creadora de todo lo que conocían. Una diosa madre, que en todas estas culturas prehistóricas se asocia con el planeta Tierra.

De esta manera se desarrolla una cosmogonía basada en esta gran diosa creadora, trasladando los atributos femeninos a este ser supremo. Así, las cuevas, lo más profundo de ellas, se convierten en los úteros de la madre, donde se engendra y se gesta la vida de todos los seres vivos.

Imaginar una diosa madre de estas características resulta difícil desde nuestra posición terrestre, por eso, en el paleolítico superior, comienzan a difundirse por toda Europa unas figurillas de mujeres, las Venus paleolíticas, que si no representan físicamente a la diosa madre, al menos si lo hacen de su capacidad creadora, ya que destacan sobre todo sus órganos reproductores, siendo casi inexistentes sus extremidades, y en algunos casos, incluso la cabeza. Tal vez como consecuencia de esta visión informe que se tiene en este momento de la diosa. 

Este concepto de la Tierra como ser vivo, es el que todavía pervive en los filósofos griegos de la segunda mitad del I milenio a.C., como vimos en las palabras de Alejandro Polystor, cuando habla de los cuatro elementos, “y a partir de ellos se origina el cosmos, animado, inteligente, esférico y rodeando toda la tierra, la cual es en sí misma esférica y está habitada por todas partes”.

Pero, ¿Quién engendra a la diosa para que la vida siga existiendo? La observación de la naturaleza revela que son los machos de cada especie, los que engendran a sus hembras. Lo lógico sería pensar que la diosa debería ser engendrada, también, por dioses masculinos.

Aunque no se sabe si existía un consorte masculino para la diosa, es posible, que las pinturas rupestres de esta época podrían cumplir con esta función, representando en lo más profundo de las cavernas, de los úteros de la diosa, animales y hombres, con el propósito de que cobren vida, como si fuera la semilla del dios fertilizador. Donde también, se imprimen, simbólicamente, las manos, como rasgo distintivo de la especie humana, aludiendo a su condición de hijos de la diosa.

Este podría ser el fundamento básico de las cosmogonías de época paleolítica, que se puede rastrear en innumerables pasajes de las diferentes mitologías de las posteriores culturas históricas.


Cuando la sociedad comienza a pasar a una economía más agrícola, la diosa no pierde su condición de madre creadora, aunque el elemento masculino está cada vez más presente.



martes, 14 de marzo de 2017

LA LISTA DEL BIEN Y DEL MAL

Continuando con el mensaje que los dioses entregan a los hombres primitivos de Plantón, vemos que existe otra revelación, la Pluridad. El Dos indefinido de los pitagóricos.

La Unidad, como dijimos, es el origen de todas las cosas, que es, por naturaleza, inmutable y limitada. Cuestiones, estas, que no casan bien con el mundo de los sentidos en el que los hombres se hallan inmersos, donde todo está en un continuo cambio, y la diversidad está en todas partes.

Lo que se explica con el concepto de “Pluridad”. Si trasladamos estos conceptos al universo numérico de los pitagóricos, la unidad se identificaría con el uno aritmético. No como un número, más bien como principio de la serie numérica, como el comienzo del número. Ya que el número es plural, es una sucesión de unidades, por lo que el dos es el primer número.

Así, la Pluridad, es generada por la Unidad. De esta manera la Unidad lleva implícito el principio de lo Limitado, del uno, y de lo Ilimitado del número, en cuanto a sucesión de unidades.

Por lo que todo lo que es indefinido, deforme y desordenado, características que identifican el mundo de los sentidos, se englobaría dentro de esta pluralidad, que los pitagóricos llaman Dos indefinido, y Platón, Díada indefinida, siendo “absolutamente imposible que la naturaleza pudiera existir sin la Díada indefinida” (Teofrasto, Metaph. 33). Platón identificará la Unidad con el mundo real y perfecto, mientras que la Pluralidad será el mundo natural e imperfecto, que intenta imitar al real.

Pero lo que más nos interesa de la existencia de esta  Pluridad o Dos indefinido, y su coexistencia con la Unidad, es su lista de opuestos. Que según los pitagóricos consta de diez opuestos:


Limitado
Ilimitado
Par
Impar
Unidad
Pluralidad
Derecha
Izquierda
Masculino
Femenino
Reposo
Movimiento
Recto
Curvo
Luz
Oscuridad
Bueno
Malo
Cuadrado
Oblongo








Para entender las lista debemos situarnos en el contexto preciso de su creación. Para lo cual tenemos que retroceder y situarnos en el año 3.500 a.C., como poco.

Lo que está describiendo esta lista es un cambio de pensamiento, un cambio de mentalidad. Está definiendo el paso de un universo natural, ilimitado (indefinido) y plural (variado), originado por una diosa madre creadora, a otro artificial, creado por un dios masculino, rectilíneo y ordenado (limitado e inmutable). Está definiendo el paso de una sociedad prehistórica a otra más compleja y organizada, basada en un mundo artificial y urbanizado, civilizado.

Por eso, el universo que describen los filósofos griegos de la segunda mitad del primer milenio antes de Cristo, es el mismo que recogen las fuentes hebreas del siglo octavo antes de Cristo, y las sumerias del año  tres mil quinientos antes de Cristo. Pues beben de la misma fuente.

Cuando fue creada esta nueva teoría del universo, las estructuras socio económicas de las sociedades humanas estaban cambiando. El descubrimiento de la agricultura tuvo unas consecuencias inevitables, de las cuales las más visibles fueron la sedentarización (el reposo de la lista de opuestos, frente a la vida nómada y en movimiento de las sociedades cazadoras) y el aumento de la población a nivel mundial. Lo que exigía otra forma de organización, más compleja, gestionada a través de poblamientos cada vez más extensos (ciudades, donde existen unos límites definidos), y acondicionados a las nuevas exigencias de la sociedad humana (mediante un urbanismo rectilíneo y cuadrado, el polígono perfecto para los pitagóricos). Dando la sensación de que el nuevo universo, creado por la mano (derecha) del hombre (masculino), es la superación del mundo natural (desordenado y caótico, donde predomina la curva), creado por la madre naturaleza (femenino). Por lo que el concepto de Civilización (bueno) comenzó a oponerse al concepto de Naturaleza (malo, por imperfecto e inferior). Para lo cual había que destruir unas creencias ancestrales, basadas en un universo creado por una fuerza femenina, la diosa madre. Y propagar el nuevo culto masculino.

Y esta es la finalidad de la lista. Dejar patente lo que es bueno y lo que es malo, por si algún despistado todavía no lo tiene claro.

La llegada de los sumerios a la historia supone el fin del mundo femenino creado por esta diosa madre, y el inicio de un nuevo concepto de universo. Gobernado por un dios masculino, que crea un mundo artificial, adaptado al hombre, como vemos en el poema de Gilgamesh. Pero, cuyo germen, habría que buscar en otro sitio, en un momento previo, seguramente al final del Neolítico.



domingo, 5 de marzo de 2017

LA BIBLIA DE PLATON

Platón dice que los cielos entregaron a Prometeo, un don para que lo difundiera a toda la humanidad, porque “los antiguos, que eran superiores a nosotros y habitaban cerca de los dioses, habían heredado una tradición que decía que todas las cosas que existen constan de un Uno y una Pluralidad y contienen ellas mismas los principios congénitos de lo Limitado y lo Ilimitado” (Filebo 160).

Esta revelación divina, envuelta en papel de regalo, será el punto de partida de las cosmogonías que desarrollará la civilización griega desde la segunda mitad del I milenio a.C. Que nosotros sepamos. Porque esta idea no es original de Platón, sino que se puede retrotraer hasta el siglo VI a.C, siendo uno de sus primeros promotores, Pitágoras.

En este momento el cosmos es una esfera que envuelve la tierra, que también es esférica. Pero es además un ser vivo, que respira y se alimenta como nosotros. Su alimento es el vacío, que es además su aliento. Y es de sangre caliente, pues la vida solo está donde hay calor. Aire (vacío, aliento) y Fuego (calor), son los dos elementos primordiales del cosmos, a los que se añadirán, la Tierra y el Agua, por la concentración de los átomos dispersos en el vacío (la materia).

Estos elementos  “cambian y se transforman por completo, y a partir de ellos se origina el cosmos, animado, inteligente, esférico y rodeando toda la tierra, la cual es en sí misma esférica y está habitada por todas partes”, como diría Alejandro Polystor en las Sucesiones de los filósofos, cuando habla de los pitagóricos (s. I a.C.).

La originalidad de Pitágoras es que añade a este cosmos sensible y cambiante, la idea de que los números son la naturaleza real de las cosas, ya que todas las cosas se pueden expresar con los números. Así, según Pitágoras, el mundo sensible se originaría desde el punto, que es la unidad de donde vienen todos los números, de este pasaría a la línea (dos puntos), de la línea al polígono (tres puntos), del polígono al sólido (cuatro puntos), y del sólido a los cuerpos sensibles (compuestos por los cuatro elementos). De ahí que los principios matemáticos se conviertan en los principios de todos los seres (como posteriormente demostraría la física).

Pero la idea de Unidad, como ya dijo Platón, fue un regalo que hicieron los dioses a los hombres primitivos. Se entiende que en un tiempo remoto. Por lo que podría ser que esta idea de unidad ya estuviera presente en las cosmogonías  pre-Pitagóricas.

Rastreando este concepto de unidad en el tiempo, nos encontramos con otro libro, en otra tradición cultural diferente, que también recoge esta idea, aunque en un plano más religioso que filosófico, proponiendo una cosmogonía basada en la capacidad creadora de un ser divino y único. Me estoy refiriendo, por supuesto, a la Biblia de los hebreos, escrita en torno al siglo VIII a.C, dos siglos antes que la cosmogonía de Pitágoras. En la que ellos mismos se identifican con los hombres antiguos de Platón, al otorgarse el privilegio de ser el pueblo elegido por Dios para difundir su mensaje de Unidad.

Y a pesar de que este mensaje divino de lo Único, lleva implícito el monoteísmo,  es interesante comprobar que la mayor parte de las religiones del planeta, que sin duda lo conocían, eran mayormente politeístas, relegando este mensaje de Unidad al plano filosófico y cosmológico.  Y castigando con la muerte a quien osara poner en duda su mundo politeísta tradicional, como ocurrió con Sócrates.

Sólo la tradición mesiánica judía consiguió erradicar este politeísmo que insistía en pervivir, como se deduce de algunos pasajes de la Biblia en los que se ataca la idolatría.

Pero, siguiendo con la historia de Prometeo, este, además de recibir el don divino de la Unidad, esculpió al hombre, y le dio vida. Lo que enfureció a Zeus, quién envió a Pandora con un terrible regalo. 

Como vemos, no solo la idea de Unidad llega hasta la civilización griega desde otros lugares, sino también sus historias. Como esta del poder creador de Prometeo, moldeando al hombre con sus manos. O la del diluvio, esta vez de la mano de Deucalión y su mujer Pirra. En la que encontramos las dos versiones, la que utiliza un barco como elemento salvador, y la de los supervivientes que suben a las montañas. 

Historias, que también recoge por escrito el pueblo hebreo, y antes que él, el sumerio. Pero que posiblemente tengan su origen en un lugar común, como la idea de Unidad.    






En esta decoración de una cerámica de figuras negras, atribuida al pintor Arcesilao (565-555 a.C.), vemos a Prometeo, quien, en castigo por haberse burlado de Zeus, es encadenado en la cima del Caucaso, para que las águilas devoren sus entrañas, que se regeneran una y otra vez, produciendo un sufrimiento insoportable. Tal vez el mito quiera dejar constancia de su origen, situando en este monte la historia de Prometo.

sábado, 4 de febrero de 2017

HISTORIAS CAUCASICAS

Desde que comencé el Abracadabra, son varias las historias, corroboradas en parte por otros testimonios, que insisten en llevarnos al mismo punto una y otra vez. Este punto es el Caucaso. Por ello quiero proponer una reflexión, que comienza con el discurso de Flavio Josefo cuando dice que, tras el diluvio, Tubal y el resto de los descendientes de Noe, diseminaron su estirpe por los diversos territorios del mundo conocido.

Para entender esta cita de Josefo debemos hacer otra concesión, y aceptar la existencia del tan discutido diluvio universal. Historia ampliamente difundida por Asia, América y Europa, desde antiguo, que describe una catástrofe natural de grandes dimensiones, y que provocó un despoblamiento masivo de determinadas áreas del planeta. Acontecimiento de tal envergadura que durante milenios fue utilizado como punto de inflexión temporal, que sirvió para establecer un antes y un después.

Lo que no hay duda es que algo sucedió seguramente a finales del Neolítico (VII-VI milenio a.C.), como corroboran los estudios científicos, llámese diluvio o deshielo o cualquier otro tipo de catástrofe natural asociada con el final de la última glaciación, que afectó sobre todo al norte de los continentes de Europa y Asia, y tal vez de América, que constituían los territorios más ocupados por la glaciación.

El Caucaso, por su situación entre Asia, Europa y el Mediterráneo, sería un lugar ideal donde cobijarse, tanto para gentes venidas del norte de Europa (Escandinavia, Europa central y del este), como de las áridas estepas siberianas, o de la cuenca del Mar Negro, por donde discurría una activa vía terrestre de comunicaciones entre los Balcanes y el Caucaso antes del diluvio.

Un movimiento de aglutinación, donde diversos pueblos, con diferentes lenguas y culturas, conviven, compartiendo historias, rituales, tecnología…que luego, en un movimiento contrapuesto de dispersión, difunden por todo el planeta. Algo así debió ocurrir en el Caucaso a finales del neolítico. Testimonio de ello son las historias del diluvio, la torre de Babel y otras (los judíos rojos), que parten junto con sus gentes a colonizar los confines del orbe.

Actualmente el Caucaso es un mosaico de culturas y de lenguas, como ya comentaba Plinio en el s. I d.C. Donde hay grabados en las piedras de época Neolítica que recuerdan a embarcaciones que más tarde utilizarían pueblos de origen escandinavo. Donde se han encontrado telares creados para la confección de un tejido específico, que utilizaron en su día poblaciones tan alejadas unas de otras como los celtas y los tocarios. Donde los griegos nombraron otra Iberia, como la nuestra, seguramente porque existía una afinidad cultural, un lazo de sangre. Y donde muchos estudiosos del tema coinciden que es el origen de las lenguas indoeuropeas.

Abracadabra es un ensayo de interpretación de la historia partiendo de las fuentes. Entre las que se encuentran los escritos antiguos que han llegado hasta nosotros, bien como relatos o como estudios eruditos, y que por muy inverosímil que parezcan, constituyen la auténtica memoria histórica del hombre. La memoria de los hombres que vivieron antes que nosotros, y que como nosotros recopilaron los acontecimientos de su momento en su recuerdo, transmitiéndolo según unos cánones y unos gustos.



Por ello, quiero reivindicar aquí esta fuente de conocimiento tan importante, no solo para comprender nuestra historia lejana, también nuestro pensamiento actual, porque ¿Que hay más cercano al hombre que el propio hombre, a pesar de estar alejado por el tiempo?