lunes, 27 de marzo de 2017

EL DIOS CIVILIZADOR

El descubrimiento de la agricultura supuso toda una revolución para las sociedades humanas paleolíticas. Fabricar tu propia comida tenía sus ventajas. Aunque traería consigo una serie de cambios en la forma de relacionarse con el entorno. De los cuales el más relevante, en un primer momento, fue la sedentarización de los grupos humanos en pequeños poblados, cercanos a las zonas de cultivo.

Ya no era necesario ir detrás de la caza, en un cíclico deambular estacional. Ahora se podía sobrevivir al invierno gracias a las cosechas de cereales, fácilmente almacenables, y esperar a que la caza vuelva por sí sola, cada primavera.

A la agricultura siguió la domesticación de los animales, a los que también podían alimentar gracias a la agricultura, y mantener a salvo del duro invierno, dentro de las viviendas. Con lo cual, ya no era necesario esperar si quiera que volvieran los animales salvajes.

De esta manera, se abandonan las cuevas en las montañas, por una nueva forma de habitación, en los valles, en zonas fértiles y llanas.

Aunque no se abandonan los ritos antiguos del paleolítico. Ya que se sigue adorando a la misma diosa madre. Y para que pueda seguir dando vida dentro de su útero, se le crean cuevas artificiales con grandes ortostátos, cerca de las áreas de cultivo. Este debió ser el cometido de alguno de los monumentos megalíticos de cámara con túmulo al exterior, tan extendidos por la parte occidental europea. El de albergar el útero de la diosa. Sin perder el referente del útero original, situado en la montaña, visible desde la nueva ubicación de la cueva artificial, como ocurre con el dolmen de Menga, en Antequera.

La llegada del neolítico trajo consigo, no obstante, el germen de la destrucción de este concepto femenino del universo. Ya que el hombre, al ser capaz de reproducir por sí mismo la propia naturaleza, se creyó con el mismo poder que la diosa. Creando un mundo, el de las ciudades, acomodado al hombre, dando la sensación que el nuevo orden artificial y ordenado del hombre, supera el orden natural y desordenado de la diosa. La civilización se convierte en el slogan preferido del nuevo dios creador, que se difundirá por todos los continentes con una fuerza arrolladora.


Es en este momento cuando en las llanuras mesopotámicas irrumpen los sumerios, que combatirá estas creencias antiguas, para imponer un culto masculino del universo, en el que las manos se convierten en el vehículo de la creación, moldeando al hombre con barro. 

Para ilustrar este proceso he elegido un objeto que procede de Uruk, de los niveles IIIa-II (hacia el 3300-3100 a.C.), del complejo religioso de Eanna, dedicado a la diosa Inanna, una diosa madre transformada en diosa de la fecundidad en la etapa histórica.
Se trata de un vaso realizado en alabastro, de forma cilíndrica, con una decoración en bajo relieve que se desarrolla en cuatro franjas horizontales. La escena representada según Josep Padró es “una procesión de hombres desnudos y musculosos que llevan en ofrenda los frutos de los jardines y los campos, para el encuentro mítico de la diosa y el dios hombre” (Padró, J. “La época arcaica de Sumer y de Akkad”, Gran Historia Universal, 1986, p. 69).
Este vaso constituye la primera representación que existe en el mundo de una procesión ritual asociada al culto de una divinidad. Y un ejemplo de la pervivencia de unas creencia antiguas en una sociedad en proceso de transformación. 

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