Platón dice que los cielos entregaron
a Prometeo, un don para que lo difundiera a toda la humanidad, porque “los antiguos, que eran superiores a nosotros
y habitaban cerca de los dioses, habían heredado una tradición que decía que
todas las cosas que existen constan de un Uno y una Pluralidad y contienen
ellas mismas los principios congénitos de lo Limitado y lo Ilimitado” (Filebo
160).
Esta revelación divina, envuelta en
papel de regalo, será el punto de partida de las cosmogonías que desarrollará la
civilización griega desde la segunda mitad del I milenio a.C. Que nosotros
sepamos. Porque esta idea no es original de Platón, sino que se puede
retrotraer hasta el siglo VI a.C, siendo uno de sus primeros promotores,
Pitágoras.
En este momento el cosmos es una
esfera que envuelve la tierra, que también es esférica. Pero es además un ser
vivo, que respira y se alimenta como nosotros. Su alimento es el vacío, que es
además su aliento. Y es de sangre caliente, pues la vida solo está donde hay
calor. Aire (vacío, aliento) y Fuego (calor), son los dos elementos
primordiales del cosmos, a los que se añadirán, la Tierra y el Agua, por la concentración
de los átomos dispersos en el vacío (la materia).
Estos elementos “cambian
y se transforman por completo, y a partir de ellos se origina el cosmos,
animado, inteligente, esférico y rodeando toda la tierra, la cual es en sí
misma esférica y está habitada por todas partes”, como diría Alejandro
Polystor en las Sucesiones de los
filósofos, cuando habla de los pitagóricos (s. I a.C.).
La originalidad de Pitágoras es que
añade a este cosmos sensible y cambiante, la idea de que los números son la naturaleza
real de las cosas, ya que todas las cosas se pueden expresar con los números. Así, según Pitágoras, el mundo sensible se originaría desde el punto, que es la
unidad de donde vienen todos los números, de este pasaría a la línea (dos
puntos), de la línea al polígono (tres puntos), del polígono al sólido (cuatro
puntos), y del sólido a los cuerpos sensibles (compuestos por los cuatro
elementos). De ahí que los principios matemáticos se conviertan en los
principios de todos los seres (como posteriormente demostraría la física).
Pero la idea de Unidad, como ya dijo
Platón, fue un regalo que hicieron los dioses a los hombres primitivos. Se
entiende que en un tiempo remoto. Por lo que podría ser que esta idea de unidad
ya estuviera presente en las cosmogonías
pre-Pitagóricas.
Rastreando este concepto de unidad en el tiempo, nos
encontramos con otro libro, en otra tradición cultural diferente, que también
recoge esta idea, aunque en un plano más religioso que filosófico, proponiendo
una cosmogonía basada en la capacidad creadora de un ser divino y único. Me
estoy refiriendo, por supuesto, a la Biblia de los hebreos, escrita en torno al
siglo VIII a.C, dos siglos antes que la cosmogonía de Pitágoras. En la que
ellos mismos se identifican con los hombres antiguos de Platón, al otorgarse el privilegio de ser el pueblo elegido por Dios para difundir su mensaje de Unidad.
Y a pesar de que este mensaje divino
de lo Único, lleva implícito el monoteísmo, es interesante comprobar que la mayor parte de
las religiones del planeta, que sin duda lo conocían, eran mayormente
politeístas, relegando este mensaje de Unidad al plano filosófico y
cosmológico. Y castigando con la muerte
a quien osara poner en duda su mundo politeísta tradicional, como ocurrió con
Sócrates.
Sólo la tradición mesiánica judía consiguió
erradicar este politeísmo que insistía en pervivir, como se deduce de algunos
pasajes de la Biblia en los que se ataca la idolatría.
Pero, siguiendo con la historia de Prometeo, este, además de recibir el
don divino de la Unidad, esculpió al hombre, y le dio vida. Lo que enfureció a Zeus, quién envió a Pandora con un terrible regalo.
Como vemos, no solo la idea de Unidad
llega hasta la civilización griega desde otros lugares, sino también sus historias. Como esta del poder creador de Prometeo, moldeando al hombre con sus manos. O la del diluvio, esta vez de la mano de
Deucalión y su mujer Pirra. En la que encontramos las dos versiones, la que utiliza un barco como elemento salvador, y la de los
supervivientes que suben a las montañas.
Historias, que también recoge por escrito
el pueblo hebreo, y antes que él, el sumerio. Pero que posiblemente tengan su
origen en un lugar común, como la idea de Unidad.
En esta decoración de una cerámica de figuras negras, atribuida al pintor Arcesilao (565-555 a.C.), vemos a Prometeo, quien, en castigo por haberse burlado de Zeus, es encadenado en la cima del Caucaso, para que las águilas devoren sus entrañas, que se regeneran una y otra vez, produciendo un sufrimiento insoportable. Tal vez el mito quiera dejar constancia de su origen, situando en este monte la historia de Prometo.
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