De la misma manera que las diosas madre sufren una transformación en el plano celestial, las sociedades femeninas terrestres, reflejo de la sociedad divina que las sustenta, también lo hacen.
La gran diosa creadora, en casi todos
los panteones del dios civilizador, cambia su status, degradándose a meros
consortes de un dios masculino, jugando así un papel secundario e
insignificante, siempre supeditado al poder del gran dios. Algunas, se
convierten en encantadoras y fascinantes amantes, como sucede con Afrodita, la diosa indiscutible del amor. Mientras
que otras, son deformadas y desdeñadas hasta convertirse en horripilantes
monstruos aterradores, portadores de todo mal, que es lo que le ocurrió a Xiwangmu,
la Reina Madre Occidental en la cultura milenaria china. Siendo las diosas
hebreas, primero Lilit y luego Eva, las peor paradas de todas, pues son
completamente aniquiladas del panteón de los dioses, como si nunca hubieran
existido, ya que se les arrebata su poder divino para convertirlas en simples
mortales, o en demonio.
En las sociedades humanas, estas
diosas, quedan perfectamente perpetuadas en tres
tipos o prototipos de mujeres, cada uno con unas características determinas
según el rol que juegan dentro de las nuevas sociedades masculinas.
Así la esposa y consorte, casta y
pura, estaría representada por el concepto de princesa. Celosa esposa y madre
de sus hijos, es la mujer virginal, virtuosa, de buen linaje, legitimada por el
matrimonio, sumisa a los designios del esposo. Integrándose perfectamente
dentro de la sociedad del dios civilizador, por lo que ostentan con orgullo y
dignidad el papel que se le ha asignado.
Otra mujer tipificada dentro de estos
nuevos roles, es la hetaira o geisha, prostitutas de alto standing, diseñadas
para complacer en todos los ámbitos los placeres masculinos. Formaban un grupo
selecto de bellas mujeres, cultas e instruidas, pues además de deleitar al
hombre con sus hermosos cuerpos, tenían que hacerlo también con la música, el
baile y la conversación. Por eso fueron las únicas mujeres libres que podían
acceder a los estudios.
De esta manera, el hombre, depredador
de placeres, obtenía fuera del matrimonio lo que el matrimonio no le
proporcionaba, pues sus princesas carecían o no participaban del elenco
completo de encantos de las hetairas. Ya que eran, por lo general, elegidas por
los progenitores como legitimadoras del apellido de la familia. Y casadas,
mediante matrimonios concertados, más que seleccionadas por el libre albedrío
del amante.
El último tipo dentro de la escala
social femenina lo constituyen las brujas. Mujeres seguramente bellas como las hetairas,
pero independientes y rebeldes, que recelan del poder creador que los dioses
masculinos arrebatan a las diosas. Por lo que intentan combatirlo con la
sabiduría de la diosa, de las que se confiesan fieles seguidoras. Estas mujeres
no eran queridas dentro de la sociedad masculina, pues constituían una amenaza
para princesas y hetairas, bien integradas en su red de dominación, por lo que
había que aniquilarlas, ya que convertirlas era tarea imposible, y podían poner
en tela de juicio el recién orden establecido.
Para combatir a estas mujeres se
actuó desde distintos planos, ideando una propaganda contraria a ellas, de la
que los ejemplos más destacados los encontramos en los tan conocidos cuentos
populares, donde la sabia hechicera, sacerdotisa suprema de la diosa madre, es
transformada en un ser repugnante, como le ocurrió a Xiwangmu. Una bruja vieja
y fea, llena de verrugas como un sapo pustulento, y narizotas, que a veces se
transformaba en un terrible dragón de fétido aliento, cuyas fauces escupen
llamas abrasadoras. Con este aspecto nauseabundo y feroz quien iba a prestar
oídos a sus sabias palabras. Lo que provocaban era la repulsa y el horror de
las gentes.
El ejemplo que mejor puede ilustrar
esta campaña propagandística anti-sacerdotisa es el cuento de Blancanieves.
Donde la madrastra, mujer hermosa, poderosa, conocedora de hierbas y secretos
naturales, intenta a través de la simbólica entrega de la manzana, como
vehículo de la sabiduría de estas mujeres, iniciar a la joven doncella, la
princesa Blancanieves (cuyo nombre ya insinúa la pureza virginal exigida a las
castas esposas del dios civilizador), en los conocimientos ocultos de la
naturaleza, del universo creado por la gran diosa madre.
Una sabiduría que los hombres
consideraban nociva por lo que inyectaron en la manzana, un veneno mortal, para
prevenir a las princesas de lo maligno de ese conocimiento antiguo, e impedir
la conversión de las virginales doncellas primerizas a la causa de las brujas. El
siguiente paso para terminar con estas mujeres sabias, era la muerte, por la
espada de algún príncipe salvador, o por espectaculares hogueras
ejemplificadoras.
La manzana se convierte en el símbolo de la sabiduría, de la sabiduría de la Diosa Madre. Símbolo que ya encontramos en el origen del hombre, nuevamente de la mano de una mujer, Eva. Ya que el Dios Civilizador no puede erradicar de su paraíso terrenal este conocimiento por completo. Solo puede prevenir de su imperfección y su maldad, por ello el castigo de quien ose adquirirlo es el destierro, la mortalidad y una vida de trabajo y sufrimiento.