domingo, 8 de octubre de 2017

DIOSAS, PRINCESAS, PUTAS O BRUJAS



De la misma manera que las diosas madre sufren una transformación en el plano celestial, las sociedades femeninas terrestres, reflejo de la sociedad divina que las sustenta, también lo hacen.

La gran diosa creadora, en casi todos los panteones del dios civilizador, cambia su status, degradándose a meros consortes de un dios masculino, jugando así un papel secundario e insignificante, siempre supeditado al poder del gran dios. Algunas, se convierten en encantadoras y fascinantes amantes, como sucede con  Afrodita, la diosa indiscutible del amor. Mientras que otras, son deformadas y desdeñadas hasta convertirse en horripilantes monstruos aterradores, portadores de todo mal, que es lo que le ocurrió a Xiwangmu, la Reina Madre Occidental en la cultura milenaria china. Siendo las diosas hebreas, primero Lilit y luego Eva, las peor paradas de todas, pues son completamente aniquiladas del panteón de los dioses, como si nunca hubieran existido, ya que se les arrebata su poder divino para convertirlas en simples mortales, o en demonio.

En las sociedades humanas, estas diosas, quedan perfectamente perpetuadas en tres tipos o prototipos de mujeres, cada uno con unas características determinas según el rol que juegan dentro de las nuevas sociedades masculinas.

Así la esposa y consorte, casta y pura, estaría representada por el concepto de princesa. Celosa esposa y madre de sus hijos, es la mujer virginal, virtuosa, de buen linaje, legitimada por el matrimonio, sumisa a los designios del esposo. Integrándose perfectamente dentro de la sociedad del dios civilizador, por lo que ostentan con orgullo y dignidad el papel que se le ha asignado.

Otra mujer tipificada dentro de estos nuevos roles, es la hetaira o geisha, prostitutas de alto standing, diseñadas para complacer en todos los ámbitos los placeres masculinos. Formaban un grupo selecto de bellas mujeres, cultas e instruidas, pues además de deleitar al hombre con sus hermosos cuerpos, tenían que hacerlo también con la música, el baile y la conversación. Por eso fueron las únicas mujeres libres que podían acceder a los estudios.

De esta manera, el hombre, depredador de placeres, obtenía fuera del matrimonio lo que el matrimonio no le proporcionaba, pues sus princesas carecían o no participaban del elenco completo de encantos de las hetairas. Ya que eran, por lo general, elegidas por los progenitores como legitimadoras del apellido de la familia. Y casadas, mediante matrimonios concertados, más que seleccionadas por el libre albedrío del amante.

El último tipo dentro de la escala social femenina lo constituyen las brujas. Mujeres seguramente bellas como las hetairas, pero independientes y rebeldes, que recelan del poder creador que los dioses masculinos arrebatan a las diosas. Por lo que intentan combatirlo con la sabiduría de la diosa, de las que se confiesan fieles seguidoras. Estas mujeres no eran queridas dentro de la sociedad masculina, pues constituían una amenaza para princesas y hetairas, bien integradas en su red de dominación, por lo que había que aniquilarlas, ya que convertirlas era tarea imposible, y podían poner en tela de juicio el recién orden establecido.  

Para combatir a estas mujeres se actuó desde distintos planos, ideando una propaganda contraria a ellas, de la que los ejemplos más destacados los encontramos en los tan conocidos cuentos populares, donde la sabia hechicera, sacerdotisa suprema de la diosa madre, es transformada en un ser repugnante, como le ocurrió a Xiwangmu. Una bruja vieja y fea, llena de verrugas como un sapo pustulento, y narizotas, que a veces se transformaba en un terrible dragón de fétido aliento, cuyas fauces escupen llamas abrasadoras. Con este aspecto nauseabundo y feroz quien iba a prestar oídos a sus sabias palabras. Lo que provocaban era la repulsa y el horror de las gentes.

El ejemplo que mejor puede ilustrar esta campaña propagandística anti-sacerdotisa es el cuento de Blancanieves. Donde la madrastra, mujer hermosa, poderosa, conocedora de hierbas y secretos naturales, intenta a través de la simbólica entrega de la manzana, como vehículo de la sabiduría de estas mujeres, iniciar a la joven doncella, la princesa Blancanieves (cuyo nombre ya insinúa la pureza virginal exigida a las castas esposas del dios civilizador), en los conocimientos ocultos de la naturaleza, del universo creado por la gran diosa madre.


Una sabiduría que los hombres consideraban nociva por lo que inyectaron en la manzana, un veneno mortal, para prevenir a las princesas de lo maligno de ese conocimiento antiguo, e impedir la conversión de las virginales doncellas primerizas a la causa de las brujas. El siguiente paso para terminar con estas mujeres sabias, era la muerte, por la espada de algún príncipe salvador, o por espectaculares hogueras ejemplificadoras.   





La manzana se convierte en el símbolo de la sabiduría, de la sabiduría de la Diosa Madre. Símbolo que ya encontramos en el origen del hombre, nuevamente de la mano de una mujer, Eva. Ya que el Dios Civilizador no puede erradicar de su paraíso terrenal este conocimiento por completo. Solo puede prevenir de su imperfección y su maldad, por ello el castigo de quien ose adquirirlo es el destierro, la mortalidad y una vida de trabajo y sufrimiento.