Según
la Biblia, tras el diluvio, los tres hijos de Noé, Cam, Sem y Jafet, abandonan
el lugar donde se posa el arca (para algunos el monte Ararat), con la intención
de repoblar la Tierra, ya que son los únicos supervivientes de la catástrofe
(Génesis 10, 18-19).
La
Biblia no da muchos más detalles, por lo que tenemos que recurrir a una fuente
más moderna, las Antigüedades judías de Flavio Josefo, escritas entre los
siglos I y II d.C., para descubrir cómo se desarrollan los acontecimientos. Cam
se expande sobre todo por el Próximo Oriente, África (Etiopía, Libia y Egipto)
y Mesopotamia. Sem lo hace por Asia hacia el océano Índico. Mientras que a
Jafet le corresponde el continente europeo, que comprende desde el rio Tanais
(actual Don) y monte Tauro (al este de Turquía), hasta Gardir (Cádiz) en la
Península Ibérica.
La
cuestión es que esta historia bíblica, y otras, tienen mucho parecido con el
mito griego de Prometeo, en el que, como ya apuntaba Milton, puede rastrearse
la presencia de estos descendientes de Noé, cuando Gea y Urano deciden repartir
la Tierra entre sus hijos, los titanes. Siendo Japeto, padre de Prometeo, el
mismo Jafet. Pero es que además este mito guarda otras analogías con las
historias recogidas tanto en la Biblia como en los escritos sumerios. En él
hallamos todos los ingredientes esenciales de estas historias milenarias aunque
mezclados a la manera griega: la creación del hombre por Prometeo, moldeándole
con barro; el pecado original en forma de regalo, una caja, que nuevamente,
como la manzana de Eva, entrega una mujer, Pandora, al hombre elegido,
Epismeteo; o el diluvio universal enviado por los dioses en el que Deucalión es
el Noé griego.
Es difícil
no establecer conexión entre ellos, y preguntarse cómo se difundieron estas
historias por lugares tan dispares. Puede que los relatos fueran de boca en
boca, llevados por comerciantes o por trovadores de la época. Pero también pudo
ser como lo cuenta la Biblia, y fueron llevados a todos estos lugares por la
dispersión de estas tribus semi-nómadas, los descendientes de Noé, que
empujados por el deshielo de los glaciares que inundan vastos territorios en
sus lugares de origen, tienen que migrar y conquistar nuevos territorios.
Llevando consigo todas estas historias e ideologías, y una nueva y original forma
de poblamiento, estructurado en su interior según una retícula de calles
ordenadas, y un impresionante sistema defensivo al exterior, compuesto por una
serie de recintos amurallados.
Así, la
dispersión de estas tribus por el viejo continente, o según la Biblia, los
hijos de Noé, serían los causantes de los grandes poblamientos amurallados que
se desarrollan en este momento, tanto en Asia como en Europa.
Los
ejemplos más destacados de esta expansión en territorio asiático serían las
ciudades sumerias que emergen tempranamente en suelo mesopotámico, en torno al
3.500 a.C. Mientras que en Europa, este rastro post-diluviano puede seguirse
hasta la Península Ibérica a través de una serie de asentamientos, como el de la
ya mencionada cultura de Gummenlita, en la península de Anatolia, o el de la
cultura de Michelsberg en Alemania occidental y la de la Confederación Ligur de
Chassey en la Occitania del sur de Francia.
En la
Península, los theobelos de Flavio Josefo, Tubal, para muchos, son quienes
crearían, otros dos impresionantes reinos en el sur peninsular. El de los
Millares, al SE y el de Vilanova de San Pedro al SO. Donde nuevamente volvemos
a encontrar un registro arqueológico parecido al de Gummenlita (metalurgia de
cobre, industria de bisutería y telares dentro de una economía doméstica en el
interior de las viviendas, urbanismo incipiente en poblados amurallados,
necrópolis de túmulos familiares, escritura incipiente, y, seguramente, la introducción
del caballo doméstico destinado al transporte). Y en la que, además, se
perciben fuertes influencias de las culturas del Egeo.
Y es
precisamente por el carácter eminentemente bélico de estos nuevos asentamientos,
que resulta más plausible que se trate de gentes foráneas y beligerantes, como
las que habitan las estepas nor-caucásicas, las que traigan estos mitos, y este
nuevo sistema constructivo sin precedentes, pues, ¿Qué necesidad sino tendrían,
las pacificas poblaciones eneolíticas de construir fuertes y murallas, técnica
por otra parte desconocida para ellos, si fueran comerciantes o trovadores los
portadores de las historias?