lunes, 12 de diciembre de 2016

TRAS LA HUELLA DE GILGAMESH



El descubrimiento de este pueblo milenario enterrado en las arenas del desierto de Taklamakan, ha abierto nuevos horizontes por donde enhebrar el hilo del pensamiento, que va tejiendo una tela invisible donde pueblos y culturas se entrelazan para crear un complejo bordado.

Los tocarios o, más bien, sus antecesores paleo-europeos, procedían seguramente de Siberia meridional (culrura de Afanas’evo del 3.500 a.C. al 2.500 a.C.), aunque los antecesores de estos debían vivir más a occidente, al norte del Mar Negro, en un área que se conoce como la estepa póntica (culturas de Yamna entre 4.500 a.C y 2.500 a.C., Javalinsk o proto-kurgan del 5.000 a.C. al 4.500 a.C., y de Samara del 5.500 a.C. al 5.000 a.C.). En todas estas culturas lo más destacado son sus necrópolis, en las que se enterraba una población de rasgos europeos o paleo-europeos (rubios, con ojos azules y de gran estatura), semejantes a la de las necrópolis del Tarim.

Los historiadores griegos a finales del I milenio a.C., sitúan a los tocarios, en las fronteras orientales del imperio persa, y dicen de ellos que son un pueblo guerrero, que habla una lengua indoeuropea, tienen aspecto nórdico, y están emparentados con los escitas del norte del Mar Negro.

Está claro que  la filiación europea de estas gentes no parece presentar dudas, no solo por su aspecto, sino también por su lengua, más emparentada con la rama centum, indoeuropea occidental, que con la conocida como satem, indoeuropea oriental.

Una filiación que además apunta hacia una de las culturas más características de la Europa occidental, la celta, como parece corroborar el fascinante estudio de E.W. Barber, mediante el cual establece una conexión entre los tejidos de las momias del Tarim y los de las poblaciones celtas de la Tene, a través de un tipo de telar especifico, hallado, ¡cómo no!, al norte del Caucaso.      

Hacia el II milenio a.C, decíamos, los antecesores de los tocarios, provenientes de las culturas eneolíticas, del norte del Caucaso y Mar Negro, tras permanecer en una serie de asentamientos de la cuenca alta del Yenisei y zona central de la llanura de Minusinsk, en Siberia meridional, durante, aproximadamente, un milenio, se establecen en los oasis del desierto de Taklamakan, aprovechando una de las vías comerciales más antiguas que unía occidente con oriente, la ruta de la seda. Donde crean una serie de reinos independientes gobernados por una ciudad (Hami, Turfán, Karachabr, Kucha, Aksui, Kashgar). 

Las incursiones mongolas de finales del I milenio a.C., en busca del lucrativo comercio de la seda, contribuyen a que la población tocaria abandone la zona y se establezca más a occidente, en Bactriana, en la frontera oriental del imperio persa, donde las fuentes griegas transcriben el nombre, tukhara, con el que indios y persas denominan a estas gentes de aspecto europeo, llamándoles Thokaroi.

Pero lo más curioso es, como ya comentamos anteriormente, la conexión existente entre el poema de Gilgamesh y las creencias de este pueblo. Como si el héroe sumerio procediera de esta cultura ancestral o compartiera sus creencias.

La cuestión es, como se produce esta conexión, o más bien, donde y cuando. Como hemos visto, todos los indicios en relación a estas gentes del desierto, nos llevan al norte del Caucaso y del Mar Negro, más que a Mesopotamia. ¿Sería posible que proto-sumerios y proto-tocarios, en un momento anterior al IV milenio a.C., compartieran un espacio común, al norte del Mar Negro, donde desarrollarían un substrato cultural parecido, en el que compartirían creencias e historias similares?

Para el lingüista W.N. Hennings, los tocarios serían los antiguos gutis o guteos de la región del Caucaso. Este pueblo aparece mencionado por primera vez en los escritos acadios de finales del III milenio a.C., refiriéndose a ellos como “horda de bárbaros incivilizados”, que, procedentes de los montes Zagros, protagonizarían recurrentes incursiones al imperio.

Sin embargo, cuando el imperio acadio comienza a decaer, las incursiones de este pueblo de "bárbaros", se transforman en una invasión organizada que consigue someter Mesopotamia durante todo un siglo. Los gutis son recibidos por la población sumeria como libertadores, integrándose social y culturalmente con ellos. Las ciudades sumerias conocen un segundo período de esplendor durante el reinado de estas gentes de las montañas.

Dato interesante ya que la traducción sumeria de Gutium es “madre que tiene el cordón de la vida”. Lo que podría estar aludiendo a un origen común de ambos pueblos. ¿Es posible, que los Guti norcaucásicos, acudieran en ayuda de sus hermanos sumerios, sometidos a los semitas de Akkad?

Hasta el momento el origen de los sumerios  es una cuestión que se sigue debatiendo, y sobre la que no hay consenso. En este sentido, y siguiendo con nuestra argumentación, una de las líneas de investigación apunta que los sumerios, de acuerdo con la tipología de sus cráneos, pueden tener un origen caucásico. Desde luego, el relato de Gilgamesh nos conduce a este origen, donde tocarios y sumerios se unen a través del cordón de la vida que extienden los gutis hasta Summer.

En este caso, la ruta de Gilgamesh bien pudiera ser un recuerdo de este origen común, donde se realizaba periódicamente un viaje hacia el sol naciente, atravesando la estepa (del Pontos), antes de entrar en el desierto de Taklamakan. 

Y, tal vez, el resultado negativo de la expedición de Gilgamesh, sea la aportación de los sumerios mesopotámicos, al relato, en el que se ponen  en entredicho unas creencias antiguas y unos dioses en decadencia. Gilgamesh da paso a una nueva Era, en la que el hombre y su capacidad creadora, y civilizadora, pasa a un primer plano (Gilgamesh se enorgullece de las murallas de Uruk, que glorifican su nombre y hacen que perdure en el tiempo, la inmortalidad de Gilgamesh). Mientras que Utnapishtin es el héroe del pasado, de unas creencias antiguas, cuyo destino se encuentra al arbitrio de los dioses, por eso debe morar con ellos, en las tierras del sol naciente.





                        Una de las necrópolis de Lop Nor (Taklamakan), a la que había que
                        acceder en barca, y en la que se colocan grandes postes al pie de la
                        proa de las tumbas femeninas, y remos en las masculinas (costumbre
                        que adoptaron luego los vikingos). Las momias se enterraban vestidas
                        y con ajuar a una profundidad de 2 metros.


domingo, 23 de octubre de 2016

LA RUTA DEL SOL NACIENTE



Según indagaba en la historia de Gilgamesh y su viaje hacia el este, me di cuenta que, en realidad, la epopeya estaba describiendo una ruta en concreto, que conducía hacia el extremo oriental de Asia.

Intentando ubicar mentalmente este camino, caí en la cuenta que debía tratarse de una vía abierta al paso humano desde antaño, y que Gilgamesh conocía, al menos, de oídas, a través de antiguos relatos tribales. Ya que cada etapa del camino, está definida por unas características singulares, que permiten identificar y reconocer el trazado de la vía.

¡Y que otra ruta podría ser, sino una de las más conocidas en todo el mundo, y que tantas expectativas ha suscitado!, me estoy refiriendo, como no, a la denominada ruta de jade o ruta de la seda. Una ruta terrestre tal vez transitada desde la prehistoria, como dice Leroy-Gourhan, que enlazaba el occidente asiático con su extremo más oriental.

La ruta debe su nombre al jade que llevan los ríos, Yurungkash y Karachahr, y que depositan en los cauces a su paso por el desierto de Takla Makan. Materia prima con la cual se comerciaba, antes de hacerlo con la seda.

Los cauces de estos ríos, que recorren el desierto de oeste a este, y de otros, como el Hotan y el Tarim, secos durante gran parte del año, constituían la única vía de acceso al mismo, convirtiendo esta ruta, en la opción más viable, y segura al tránsito durante milenios, ya que una red de oasis abastecían de agua y alimentos al caminante.

Volviendo a Gilgamesh y su viaje, alguno de los paisajes que se describen en el poema, bien podrían encajar con esta ruta milenaria. Así, la zona montañosa pudiera estar haciendo referencia a la cordillera de Pamir, concretamente el área de Karakorum y de Hindu Kush, que constituyen la entrada al desierto de Takla Makan. Tal vez, por ello, el relato sitúa en este punto a unos seres escorpión custodiando su paso. Animal, sin duda, asociado al desierto, y utilizado en este caso como recurso mnemotécnico, que permite identificar el lugar como punto de inflexión, que da paso a la siguiente etapa, a través del desierto.

Siguiendo el relato, el camino utiliza la senda que recorre el sol en su viaje nocturno, posible alusión, nuevamente, al árido y yermo paisaje del desierto, moldeado por los intensos rayos solares, que en nuestro caso correspondería al ya mencionado, desierto de Takla Makan, por donde discurre la ruta de Jade. En esta parte la ruta se desdobla en dos ramales, uno discurre por el norte y otro por el sur, bordeando la vasta extensión de arena. Ambos ramales, cuentan con una red de ciudades-oasis en su trayectoria. Las fuentes antiguas hacen mención de ellas, en particular de una, en la rama septentrional, Kucha, en la que los palacios estaban recubiertos de oro, plata y jade. Aunque cualquiera de ellas podría corresponder con el maravilloso jardín de piedras preciosas que describe el poema.

Es cierto que todo son conjeturas, que el camino pudo discurrir por otros lugares, que perfectamente podrían adaptarse a lo recogido en el relato. Sin embargo, el desierto de Takla Makán nos desvela un secreto más, que nos hace elegir esta vía, una vez más, como la ruta más probable. En aquellos oasis, según las fuentes antiguas, vivió un pueblo muy peculiar, conocido con el nombre de tocarios, cuyas creencias bien pudieran haber inspirado la epopeya de Gilgamesh.

Los tocarios son un pueblo, conocido desde el s. X a.C., más o menos,  a través de escritos chinos, árabes y griegos, fundamentalmente. Aunque el estudio de las necrópolis de la cuenca del Tarim, revela que ya desde el II milenio a.C. existe población asentada en la zona. Pero lo que ahora nos interesa es conocer sus creencias, más que su origen y génesis, ya que tienen algo que aportar a la historia que nos ocupa.
Las fuentes escritas revelan que los tocarios, adoraban al sol naciente, que el este era su dirección principal, y que celebraban festines, que según George Dumézil, están ligados a cuestiones tales como la inmortalidad y la búsqueda de la eterna juventud.

Cuestiones todas ellas, sorprendentemente, presentes en el poema. Ya que el dios principal al que Gilgamesh dirige todas sus plegarias, no es otro que el dios sol, Shamash, en lengua babilónica. Y el lugar al que se dirige es, casualmente,  hacia el este, hacia el nacimiento del sol.  Mientras que el tema de la inmortalidad y la eterna juventud están claramente expuestos, siendo el primero el motivo de su viaje, y el segundo su recompensa.

Gilgamesh emprende un viaje hacia el este, cuando muere su querido amigo Enkidu, pues le aterra el hecho de la muerte, y no quiere correr la misma suerte que su amigo. Por ello decide ir hacia el este, donde se ubica el paraíso mesopotámico, en busca de un ser legendario, Utnpishtin, a quien los dioses han decidido otorgar la inmortalidad, al igual que a su esposa.

Gilgamesh considera, que él también merece ser inmortal, por todas las grandes hazañas que ha realizado a lo largo de su vida. Y para conseguirlo necesita que el héroe del diluvio le diga cómo consiguió reunir a los dioses en asamblea para concederle tal privilegio.  
Y aunque no lo consigue, en compensación por el largo camino recorrido, Utnapishtin le regala una planta, que crece en el fondo del mar, cuya propiedad consiste en rejuvenecer a aquel que la come, es decir, que posee el don de la eterna juventud.

Son tan curiosas las semejanzas entre el poema y las creencias de este enigmático pueblo que resulta imposible no establecer cierta conexión. Es como si Gilgamesh procediera de esta cultura del desierto o compartiera sus creencias de algún modo. No obstante, de momento, solo utilizaremos esta fantástica conexión para reafirmarnos en la idea de que Gilgamesh, utiliza esta ruta del jade, más tarde de la seda, en su camino hacia el sol naciente.




El desierto de Takla Makan, situado en la región autónoma de Uigur de Sinkiang, de la Repúclica Popular China, tiene su origen en las altas cordilleras que lo bordean, que impiden que penetren los vientos húmedos, en forma de lluvia y nieve, provenientes del ártico, y del monzón asiático. Aunque no siempre debió ser tan inhóspito como en la actualidad, pues una vasta laguna de origen post-glaciar, situada al sureste, alimentada por las aguas del Tarim, estimuló el crecimiento de bosques de chopos, álamos y sauces, propiciando el asentamiento humano en sus orillas desde época temprana (II milenio a.C.). Observando la foto, posiblemente el desierto con sus oasis, ofrecía más posibilidades al tránsito de caravanas, que las elevadas montañas nevadas, y congeladas la mayor parte del año.























     

miércoles, 31 de agosto de 2016

EL PARAISO ESTA EN EL ESTE

Según el poema sumerio de Gilgamesh el paraíso está en el extremo oriental del mundo.

Cuando Gilgamesh pierde a su querido amigo, Enkidu, decide realizar un largo viaje en busca de la inmortalidad, para lo cual tiene que encontrar a otro personaje legendario, Utnapishtin, superviviente junto con su mujer de la terrible catástrofe del diluvio enviado por los dioses, y único humano que ha logrado la inmortalidad, por lo que se dirige hacia el este.

En su largo camino hacia la salida del sol atraviesa en primer lugar la gran estepa, luego llega a las montañas sagradas, custodiadas por seres escorpión que le dejan seguir su camino a través de los oscuros valles de la gran cordillera, por donde el sol viaja cada noche. Al final de la travesía por la montaña, Gilgamesh desemboca en un jardín maravilloso, repleto de vegetación exuberante y hermosos árboles, cuyas hojas son como piedras preciosas. Pero no acaba aquí su viaje, sino que atraviesa este paraíso terrenal y continúa hacia el mar, donde se extienden las tenebrosas aguas de la muerte, que tiene que atravesar para encontrar al “Lejano” Utnapishtin.

Después del diluvio, a Utnapishtin y su esposa se les concede la inmortalidad, por lo que tienen que partir a bordo de su arca, hacia la desembocadura de los ríos, en los confines de la Tierra, cerca de la salida del Sol, donde viven los dioses.

La cuestión es que Utnapishtin no solo llega a la desembocadura de los ríos, sino que se aventura en un mar peligroso, en cuyo interior residen las aguas de la muerte. Un mar importante, como un gran océano, el Pacífico, difícil de superar, y por tanto, vetado a los mortales. 

Es posible, que las tierras a las que hace referencia el poema en realidad fueran el recuerdo de un continente lejano, el americano, sin duda conocido y explorado por las gentes prehistóricas, ya que los estrechos oceánicos permanecieron congelados durante largos períodos de la historia del hombre, permitiendo el paso a través de ellos. Sirviendo de vías de comunicación e intercambio de historias, corrientes de pensamiento y tecnologías, entre otras cosas. Porque el relato del diluvio llega hasta estas tierras americanas, y las distintas historias que se desarrollan al respecto, presentan muchos elementos coincidentes con la versión sumeria y hebrea (furia divina, un lugar montañoso, dos supervivientes humanos…), pero se olvidan de uno de los elementos más significativo, no mencionan ningún barco.

Lo que plantea nuevos interrogantes. ¿Cómo es posible que una historia como la de Utnapishtin o Noé, en la que el arca es un elemento fundamental en todos los relatos del próximo oriente, y por extensión, de los continentes europeo y africano, no exista en los relatos tribales americanos, anteriores a la llegada de los españoles?

Yo no creo que las dos versiones, presentando tantas similitudes, surgieran espontáneamente a la vez y sin ninguna conexión. Más bien pienso que, aunque el diluvio pudiera haber sido un fenómeno generalizado en todo el planeta, causado por el deshielo de los glaciares y el cambio a un clima más cálido, posiblemente la historia del mismo, se desarrolla en un ámbito territorial determinado. Más concretamente el entorno del mar Negro, donde hay huellas de grandes inundaciones procedentes del Mediterráneo. De ahí, la historia se difundiría en varias direcciones, llegando una versión a Mesopotamia, y otra a los confines orientales del globo, a las Américas.

Por tanto mientras la versión que viaja hacia las llanuras mesopotámicas añadiría el barco salvador, la versión del este conservaría la historia original en la que no existiría este elemento, penetrando en el continente americano por el estrecho de Bering, por aquel entonces todavía congelado, para bajar en dirección sur por toda la costa occidental de América.

Tras el deshielo de los glaciares, la lengua de tierra que unía ambos continentes desaparecería bajo las aguas, cerrando el paso. Pero el recuerdo de la existencia de estas tierras perdidas en la bruma del océano, continuaría viva en la memoria de muchos pueblos, desdibujada por el paso del tiempo y de localización imprecisa, destinada a alimentar la imaginación y la leyenda, como morada de los dioses. El Paraíso de Gilgamesh.


Para ilustrar esta idea presento una tablilla de arcilla datada entre el 600 a.C y el 500 a.C., que actualmente se exhibe en el Museo Británico de Londres. Se trata de una de las representaciones cartográficas más antiguas que se conoce. Es una abstracción esquemática del cosmos babilónico, donde Babilonia se sitúa en el centro del pequeño universo, bañada por el Eúfrates. A su alrededor se localizan otros lugares como Asiria y Armenia, al noreste, las montañas donde nace el río al norte, Yemen al sureste, y Der (“la fortaleza de los dioses”) al este. Rodeando el círculo central, se extiende un mar amargo, y más allá de este mar existen otras tierras, en las cuales al este, en la séptima isla, se sitúa el lugar “donde sale la mañana”.

sábado, 2 de julio de 2016

EL DILUVIO UNIVERSAL


En la Historia del hombre siempre ha habido hechos puntuales que se convierten en hitos importantes a partir de los cuales establecer un antes y un después. En la cultura greco-latina la guerra de Troya fue el acontecimiento determinante para establecer el punto de inflexión durante generaciones, en nuestra cultura occidental actualmente ostenta este puesto de honor, el nacimiento de Jesús, mientras que en la tradición hebrea esta función es la que tuvo, durante mucho tiempo, el popularmente conocido Diluvio Universal. 

Un hecho, este del diluvio, que no ha gozado de mucha credibilidad en la mente escéptica del hombre moderno por lo inverosímil del relato, ya que, como todos sabemos, la supervivencia de la humanidad y de todas las especies de animales dependía de un solo hombre y su impresionante Arca. Un relato que nos llega por distintas vías, como la hebrea, cuyo personaje principal es Noé (Genesis, 6-8), o la sumerio-acadia, en la que encontramos como protagonistas al sumerio Ziusudra (Tablilla de Nippur) o al Atrahasis acadio (Tablilla, ME-78941, II milenio a.C.).

Flavio Josefo en sus Antigüedades añade un dato curioso a esta historia, ya que comenta que un tal Nicolao Damasceno en el libro 96 cuenta que “sobre la región de los Minias hay un gran monte, cuyo nombre es Baris, en el cual dicen que en tiempo del diluvio se salvaron muchos que allí se acogieron, y que uno trayendo una arca quedo detenido en la cumbre de este monte, y las reliquias de la madera de ella duraron por luengo tiempo” (Josefo, Antigüedades, Libro I, Cap. III, versión del s.XVII).

Como vemos la historia de Noé, o como quiera que se llamara o no se llamara este personaje, estaba muy popularizada por toda el área de Asia Menor, desde el III-II milenio a.C., hasta el siglo I d.C.,  pues la hazaña es recogida por otros autores como Beroso, Mnaseas o Hieronimo Egipcio, y según Josefo, "muchos otros".

Pero a nosotros lo que realmente nos interesa es descubrir el origen de este relato en concentro, sin desechar la existencia de relatos parecidos en otras culturas del globo.



Lo lógico sería pensar que la historia es sumeria puesto que la cronología de las tablillas donde se narra es anterior a los relatos bíblicos de los hebreos. Sin embargo, es posible que sea una herencia de otras culturas anteriores, asentadas en Mesopotamia tras el diluvio, ya que los sumerios se instalan en Mesopotamia hacia el 3.800 a.C. asimilando el substrato neolítico-calcolítico de la zona, que en ese momento se identifica como cultura de El Obeid.

En todos los relatos se menciona una montaña como lugar de acogida del Arca de Noe. En la Biblia es el monte Ararat, identificado con el Agri Dagi actual (Turquía oriental), tal vez por su proximidad a Mesopotamia. Pero en otros relatos se mencionan otros nombres que no sabemos si coinciden con esta montaña en concreto, ya que se desconoce su ubicación. En el poema de Gilgamesh se llama Nisir, y según hemos visto más arriba Nicolao Damasceno le da el nombre de Monte Baris.

Lo que está claro es que, según lo visto, Noé y su descendencia, no fueron los únicos que se salvaron del diluvio, y que otras gentes subieron a las elevaciones más altas de la zona en busca de resguardo. Seguramente los montes caucásicos, situados más al norte del monte Ararat, también se poblarían de refugiados.

Actualmente, cada vez más, hay más investigadores que señalan que el diluvio pudo ser un hecho real, ocurrido en todo el planeta, aunque, puntualmente algunas áreas geográficas se vieron más afectadas que otras. Como es el caso del Caucaso, donde especialista rusos afirman que el mar de Azov, antiguo lago Meotis, se debió originar hacia el 5.600 a.C. a consecuencia del diluvio, anegando muchos yacimientos de época neolítica. La causa que originó el diluvio todavía sigue siendo una incógnita, aunque bien pudiera estar en relación con los cambios climáticos asociados al último período glaciar, Dryas Reciente (12.900-11.500 a.C.), y el inicio del Holoceno y de la agricultura en el Creciente Fértil.

A este respecto quiero traer una cita de Plinio que es bastante ilustrativa de la cantidad de pueblos diferentes que debieron subir a las grandes elevaciones caucásicas, ya que comenta que antiguamente había una ciudad en la Colquide (Caucaso occidental) llamada Dioscuriade, muy famosa en el s. III a.C., o antes, aunque ya abandonada, porque en ella, según Timostenes,  acudían 300 naciones con sus diferentes lenguas para tratar distintos asuntos, y que los romanos necesitaron 130 intérpretes para recabar información de la zona (Plinio, H.M. Libro VI, Cap. V).


Por tanto, si el diluvio acaeció en la etapa neolítico, como así parecen que todo apunta, el relato del gran diluvio tuvo tiempo suficiente para bajar de las grandes elevaciones del norte, donde se supone se hallaban los supervivientes de la catástrofe, hasta Mesopotamia, donde sería perpetuado posteriormente por la escritura cuneiforme de los sumerios, primero, y por la variante monoteísta hebrea después.

Resumiendo, es casi seguro que el diluvio se produjera de manera universal como consecuencia del cambio climático que tuvo lugar al inicio del Holoceno, anegando grandes extensiones de terreno, al menos en algunas latitudes del globo, lo que provocó una emigración masiva de gentes a las montañas más cercanas, como las caucásicas, donde se refugiaron durante un tiempo, algunas incluso se debieron asentar para siempre, transcurrido el cual migraron nuevamente en todas direcciones, llevando consigo el recuerdo impresionante del gran diluvio y de la montaña de las mil lenguas, relatos que en la llanura mesopotámica y con el paso del tiempo se convierten en míticos y legendarios, adquiriendo connotaciones extraordinarias, y añadiendo elementos fabulosos a la historia como el gran arca y la gran torre (la de Babel).  




La foto que traigo para ilustrar este relato procede de un yacimiento situado en Azerbayan ,Caucaso oriental, llamado Gobustan. Se trata de unos grabados rupestres realizados hace unos 10.000 años a.C. que representan escenas de la vida cotidiana y que guardan ciertas similitudes tanto con la cultura sumerio-acadia como con la Escandinava según el investigador noruego Thor Heyerdahl. Además, el Caucaso, es una de las zonas donde el Neolítico penetra muy tempranamente.

martes, 19 de abril de 2016

LAS DOS IBERIAS


A veces los textos esconden una verdad enmarañada con el paso del tiempo, que como un jeroglífico indescifrable intenta revelar nuestros orígenes. Un tesoro celosamente guardado y transmitido de padres a hijos, de generación en generación, que se empeña en continuar vivo en la memoria. Este es el caso del conjuro de hoy, el intrincado dilema del origen de los íberos.   

Plinio, citando a Marco Varron, dice que “a toda Hispania llegaron hiberos, persas, fenicios, celtas y cartagineses” (Plinio, HN III 3,8), de los cuales persas, fenicios, celtas y cartagineses sabemos a ciencia cierta que son extranjeros en Hispania, por lo que debemos deducir, siguiendo esta misma lógica, que los íberos que encabezan la lista, también lo son, como así lo afirma el autor.

Aunque donde dice persas tal vez debamos leer griegos, de los que hay constancia de su presencia en la península, no así de los persas, y que el mismo Plinio menciona en otros lugares de esta misma obra (Plinio, HN III, 4,22 y IV, 34, 112).

Lo que no cabe duda es que de su lectura se desprende, que los pueblos que menciona son todos foráneos, incluido íberos, persas y griegos. Y que llegan a “Hispania” según un orden cronológico que coincide con el propuesto por Plinio, siendo el primero el más antiguo y el último el más moderno.

Si los íberos son extranjeros ¿De dónde vienen entonces?, todos los pueblos que menciona Plinio tienen nombres que derivan de su lugar de origen, Persia, Fenicia, Cartago, hasta los celtas tienen una identidad reconocible en un vasto territorio de la Europa occidental. ¿Sucede lo mismo con los íberos?

De hecho en esta época existen dos Iberia, una en el Caucaso y otra en la actual España, por lo que parecería lógico pensar, teniendo en cuenta la cita pliniana, que el lugar de origen de los íberos occidentales se encontraría en esta remota región caucásica.

La existencia de las dos Iberias desde antiguo ha plantado problemas a los geógrafos y estudiosos, que plantean distintas hipótesis para explicar el porqué, sin que hasta la fecha haya una respuesta concluyente. Se han utilizado argumentos geográficos: existencia de minas de oro (Estrabon) o nombre de algún accidente geográfico (Avieno); de léxico, asignando nombres más fáciles de recordar y pronunciar para los griegos o por similitud con otros; incluso mitológicos, relacionados con la ubicación del jardín de las hespérides o del vellocino de oro, en los extremos del universo conocido, todavía sin explorar; y étnicos, donde entraría la teoría de las dos iberias, entre otras.

En este último sentido hay una evidencia que no podemos obviar, y que hace que esta hipótesis siga todavía palpitante en la memoria popular, más que en la científica, y es la conexión lingüística que existe entre estas dos regiones tan alejadas geográficamente una de otra.

Según la teoría altaica la traducción de determinadas inscripciones bilingües escritas en latín e íbero, solo puede ser posible si se compara con lenguas euroasiáticas altaicas, sobre todo con la túrquica, extendida por un vasto territorio comprendido por Turquía, Europa oriental y Asia central. Además, ambas lenguas, íbera y altaica/túrquica, presentan otras coincidencias importantes como  numerales, marcas monetarias o sufijos, que si no existiera un parentesco sería imposible que se dieran.

Para documentar un poco más este pequeño cúmulo de casualidades, vamos a traer otro pequeño texto del siglo I d.C., escrito por Flavio Josefo que dice que “Tubal fundó a los teobelos, que actualmente reciben el nombre de iberos” (Josefo, Antigüedades, 2002:41)

Según la tradición hebrea, Túbal es uno de los siete hijos de Jafet, hijo a su vez de Noe  (Génesis, 10, 2), que tras el diluvio y después de una temporadita en Babilonia, junto a sus hermanos, primos y tíos, decide marchar a colonizar con sus hermanos, la parte europea del globo, que abarca desde los montes Tauro y Amino (este de Turquía), y el río Tanais (Don actual), como fronteras naturales por el oriente, hasta Gadir (España), en el extremo occidental.

Fronteras que, por otra parte, coinciden con las que Plinio propone para esta parte del mundo (Plinio, HN III 1, 3), lo que induce a pensar que Josefo está utilizando cartografía del s. I d.C. para ubicar su Iberia, por lo que si esto es así, la Iberia del Tubal de Josefo debería ser la Iberia occidental, ya que el Caucaso, por aquel entonces, cae en la parte asiática del Pontos (Plinio, HN VI, 1, 8).

¿Es posible que Josefo nos esté dando la clave de la expansión de estas lenguas, asentadas en el Cáucaso y sus alrededores, y que la relación de las dos Iberias sea un hecho más profundo que el meramente casual o anecdótico?

En este momento, según comenta Plinio, los turcos se hallan asentados a orillas del lago Meotis (mar de Azov) (Plinio, HN, VI, 7), siendo muy probable que otras tribus de la misma familia lingüística poblaran todo este territorio que se extiende entre Europa y Asia, y que engloba el área caucásica.


No sería por tanto una sola etnia la que se desplazara a tierras occidentales, sino un conjunto de etnias unidas por rasgos comunes, como sucede con celtas, griegos o fenicios, que refugiados en las altas elevaciones caucásicas durante el diluvio, tras él, se desplazarían en todas direcciones, penetrando una rama por la Europa oriental, expandiéndose desde ahí a la Europa central y occidental en sucesivas oleadas.

    

Basado en el mapa de Hecateo del s.VI a.C.