domingo, 23 de octubre de 2016

LA RUTA DEL SOL NACIENTE



Según indagaba en la historia de Gilgamesh y su viaje hacia el este, me di cuenta que, en realidad, la epopeya estaba describiendo una ruta en concreto, que conducía hacia el extremo oriental de Asia.

Intentando ubicar mentalmente este camino, caí en la cuenta que debía tratarse de una vía abierta al paso humano desde antaño, y que Gilgamesh conocía, al menos, de oídas, a través de antiguos relatos tribales. Ya que cada etapa del camino, está definida por unas características singulares, que permiten identificar y reconocer el trazado de la vía.

¡Y que otra ruta podría ser, sino una de las más conocidas en todo el mundo, y que tantas expectativas ha suscitado!, me estoy refiriendo, como no, a la denominada ruta de jade o ruta de la seda. Una ruta terrestre tal vez transitada desde la prehistoria, como dice Leroy-Gourhan, que enlazaba el occidente asiático con su extremo más oriental.

La ruta debe su nombre al jade que llevan los ríos, Yurungkash y Karachahr, y que depositan en los cauces a su paso por el desierto de Takla Makan. Materia prima con la cual se comerciaba, antes de hacerlo con la seda.

Los cauces de estos ríos, que recorren el desierto de oeste a este, y de otros, como el Hotan y el Tarim, secos durante gran parte del año, constituían la única vía de acceso al mismo, convirtiendo esta ruta, en la opción más viable, y segura al tránsito durante milenios, ya que una red de oasis abastecían de agua y alimentos al caminante.

Volviendo a Gilgamesh y su viaje, alguno de los paisajes que se describen en el poema, bien podrían encajar con esta ruta milenaria. Así, la zona montañosa pudiera estar haciendo referencia a la cordillera de Pamir, concretamente el área de Karakorum y de Hindu Kush, que constituyen la entrada al desierto de Takla Makan. Tal vez, por ello, el relato sitúa en este punto a unos seres escorpión custodiando su paso. Animal, sin duda, asociado al desierto, y utilizado en este caso como recurso mnemotécnico, que permite identificar el lugar como punto de inflexión, que da paso a la siguiente etapa, a través del desierto.

Siguiendo el relato, el camino utiliza la senda que recorre el sol en su viaje nocturno, posible alusión, nuevamente, al árido y yermo paisaje del desierto, moldeado por los intensos rayos solares, que en nuestro caso correspondería al ya mencionado, desierto de Takla Makan, por donde discurre la ruta de Jade. En esta parte la ruta se desdobla en dos ramales, uno discurre por el norte y otro por el sur, bordeando la vasta extensión de arena. Ambos ramales, cuentan con una red de ciudades-oasis en su trayectoria. Las fuentes antiguas hacen mención de ellas, en particular de una, en la rama septentrional, Kucha, en la que los palacios estaban recubiertos de oro, plata y jade. Aunque cualquiera de ellas podría corresponder con el maravilloso jardín de piedras preciosas que describe el poema.

Es cierto que todo son conjeturas, que el camino pudo discurrir por otros lugares, que perfectamente podrían adaptarse a lo recogido en el relato. Sin embargo, el desierto de Takla Makán nos desvela un secreto más, que nos hace elegir esta vía, una vez más, como la ruta más probable. En aquellos oasis, según las fuentes antiguas, vivió un pueblo muy peculiar, conocido con el nombre de tocarios, cuyas creencias bien pudieran haber inspirado la epopeya de Gilgamesh.

Los tocarios son un pueblo, conocido desde el s. X a.C., más o menos,  a través de escritos chinos, árabes y griegos, fundamentalmente. Aunque el estudio de las necrópolis de la cuenca del Tarim, revela que ya desde el II milenio a.C. existe población asentada en la zona. Pero lo que ahora nos interesa es conocer sus creencias, más que su origen y génesis, ya que tienen algo que aportar a la historia que nos ocupa.
Las fuentes escritas revelan que los tocarios, adoraban al sol naciente, que el este era su dirección principal, y que celebraban festines, que según George Dumézil, están ligados a cuestiones tales como la inmortalidad y la búsqueda de la eterna juventud.

Cuestiones todas ellas, sorprendentemente, presentes en el poema. Ya que el dios principal al que Gilgamesh dirige todas sus plegarias, no es otro que el dios sol, Shamash, en lengua babilónica. Y el lugar al que se dirige es, casualmente,  hacia el este, hacia el nacimiento del sol.  Mientras que el tema de la inmortalidad y la eterna juventud están claramente expuestos, siendo el primero el motivo de su viaje, y el segundo su recompensa.

Gilgamesh emprende un viaje hacia el este, cuando muere su querido amigo Enkidu, pues le aterra el hecho de la muerte, y no quiere correr la misma suerte que su amigo. Por ello decide ir hacia el este, donde se ubica el paraíso mesopotámico, en busca de un ser legendario, Utnpishtin, a quien los dioses han decidido otorgar la inmortalidad, al igual que a su esposa.

Gilgamesh considera, que él también merece ser inmortal, por todas las grandes hazañas que ha realizado a lo largo de su vida. Y para conseguirlo necesita que el héroe del diluvio le diga cómo consiguió reunir a los dioses en asamblea para concederle tal privilegio.  
Y aunque no lo consigue, en compensación por el largo camino recorrido, Utnapishtin le regala una planta, que crece en el fondo del mar, cuya propiedad consiste en rejuvenecer a aquel que la come, es decir, que posee el don de la eterna juventud.

Son tan curiosas las semejanzas entre el poema y las creencias de este enigmático pueblo que resulta imposible no establecer cierta conexión. Es como si Gilgamesh procediera de esta cultura del desierto o compartiera sus creencias de algún modo. No obstante, de momento, solo utilizaremos esta fantástica conexión para reafirmarnos en la idea de que Gilgamesh, utiliza esta ruta del jade, más tarde de la seda, en su camino hacia el sol naciente.




El desierto de Takla Makan, situado en la región autónoma de Uigur de Sinkiang, de la Repúclica Popular China, tiene su origen en las altas cordilleras que lo bordean, que impiden que penetren los vientos húmedos, en forma de lluvia y nieve, provenientes del ártico, y del monzón asiático. Aunque no siempre debió ser tan inhóspito como en la actualidad, pues una vasta laguna de origen post-glaciar, situada al sureste, alimentada por las aguas del Tarim, estimuló el crecimiento de bosques de chopos, álamos y sauces, propiciando el asentamiento humano en sus orillas desde época temprana (II milenio a.C.). Observando la foto, posiblemente el desierto con sus oasis, ofrecía más posibilidades al tránsito de caravanas, que las elevadas montañas nevadas, y congeladas la mayor parte del año.























     

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