Según
el poema sumerio de Gilgamesh el paraíso está en el extremo oriental del mundo.
Cuando
Gilgamesh pierde a su querido amigo, Enkidu, decide realizar un largo viaje en
busca de la inmortalidad, para lo cual tiene que encontrar a otro personaje legendario,
Utnapishtin, superviviente junto con su mujer de la terrible catástrofe del diluvio
enviado por los dioses, y único humano que ha logrado la inmortalidad, por lo
que se dirige hacia el este.
En
su largo camino hacia la salida del sol atraviesa en primer lugar la gran
estepa, luego llega a las montañas sagradas, custodiadas por seres escorpión que le
dejan seguir su camino a través de los oscuros valles de la gran cordillera, por
donde el sol viaja cada noche. Al final de la travesía por la montaña,
Gilgamesh desemboca en un jardín maravilloso, repleto de vegetación exuberante y
hermosos árboles, cuyas hojas son como piedras preciosas. Pero no acaba aquí su
viaje, sino que atraviesa este paraíso terrenal y continúa hacia el mar, donde
se extienden las tenebrosas aguas de la muerte, que tiene que atravesar para
encontrar al “Lejano” Utnapishtin.
Después
del diluvio, a Utnapishtin y su esposa se les concede la inmortalidad, por lo
que tienen que partir a bordo de su arca, hacia la desembocadura de los ríos,
en los confines de la Tierra, cerca de la salida del Sol, donde viven los
dioses.
La
cuestión es que Utnapishtin no solo llega a la desembocadura de los ríos, sino
que se aventura en un mar peligroso, en cuyo interior residen las aguas de la
muerte. Un mar importante, como un gran océano, el Pacífico, difícil de superar,
y por tanto, vetado a los mortales.
Es
posible, que las tierras a las que hace referencia el poema en realidad fueran
el recuerdo de un continente lejano, el americano, sin duda conocido y explorado
por las gentes prehistóricas, ya que los estrechos oceánicos permanecieron
congelados durante largos períodos de la historia del hombre, permitiendo el
paso a través de ellos. Sirviendo de vías de comunicación e intercambio de
historias, corrientes de pensamiento y tecnologías, entre otras cosas. Porque
el relato del diluvio llega hasta estas tierras americanas, y las distintas
historias que se desarrollan al respecto, presentan muchos elementos
coincidentes con la versión sumeria y hebrea (furia divina, un lugar montañoso,
dos supervivientes humanos…), pero se olvidan de uno de los elementos más
significativo, no mencionan ningún barco.
Lo
que plantea nuevos interrogantes. ¿Cómo es posible que una historia como la de
Utnapishtin o Noé, en la que el arca es un elemento fundamental en todos los
relatos del próximo oriente, y por extensión, de los continentes europeo y
africano, no exista en los relatos tribales americanos, anteriores a la llegada
de los españoles?
Yo
no creo que las dos versiones, presentando tantas similitudes, surgieran
espontáneamente a la vez y sin ninguna conexión. Más bien pienso que, aunque el
diluvio pudiera haber sido un fenómeno generalizado en todo el planeta, causado
por el deshielo de los glaciares y el cambio a un clima más cálido,
posiblemente la historia del mismo, se desarrolla en un ámbito territorial
determinado. Más concretamente el entorno del mar Negro, donde hay huellas de
grandes inundaciones procedentes del Mediterráneo. De ahí, la historia se
difundiría en varias direcciones, llegando una versión a Mesopotamia, y otra a
los confines orientales del globo, a las Américas.
Por
tanto mientras la versión que viaja hacia las llanuras mesopotámicas añadiría
el barco salvador, la versión del este conservaría la historia original en la
que no existiría este elemento, penetrando en el continente americano por el
estrecho de Bering, por aquel entonces todavía congelado, para bajar en
dirección sur por toda la costa occidental de América.
Tras
el deshielo de los glaciares, la lengua de tierra que unía ambos continentes
desaparecería bajo las aguas, cerrando el paso. Pero el recuerdo de la
existencia de estas tierras perdidas en la bruma del océano, continuaría viva
en la memoria de muchos pueblos, desdibujada por el paso del tiempo y de localización
imprecisa, destinada a alimentar la imaginación y la leyenda, como morada de
los dioses. El Paraíso de Gilgamesh.
Para
ilustrar esta idea presento una tablilla de arcilla datada entre el 600 a.C y
el 500 a.C., que actualmente se exhibe en el Museo Británico de Londres. Se
trata de una de las representaciones cartográficas más antiguas que se conoce.
Es una abstracción esquemática del cosmos babilónico, donde Babilonia se sitúa
en el centro del pequeño universo, bañada por el Eúfrates. A su alrededor se
localizan otros lugares como Asiria y Armenia, al noreste, las montañas donde
nace el río al norte, Yemen al sureste, y Der (“la fortaleza de los dioses”) al
este. Rodeando el círculo central, se extiende un mar amargo, y más allá de
este mar existen otras tierras, en las cuales al este, en la séptima isla, se
sitúa el lugar “donde sale la mañana”.
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