A
veces los textos esconden una verdad enmarañada con el paso del tiempo, que
como un jeroglífico indescifrable intenta revelar nuestros orígenes. Un tesoro
celosamente guardado y transmitido de padres a hijos, de generación en
generación, que se empeña en continuar vivo en la memoria. Este es el caso del
conjuro de hoy, el intrincado dilema del origen de los íberos.
Plinio,
citando a Marco Varron, dice que “a toda
Hispania llegaron hiberos, persas, fenicios, celtas y cartagineses”
(Plinio, HN III 3,8), de los cuales persas, fenicios, celtas y cartagineses sabemos
a ciencia cierta que son extranjeros en Hispania, por lo que debemos deducir,
siguiendo esta misma lógica, que los íberos que encabezan la lista, también lo
son, como así lo afirma el autor.
Aunque
donde dice persas tal vez debamos leer griegos, de los que hay constancia de su
presencia en la península, no así de los persas, y que el mismo Plinio menciona
en otros lugares de esta misma obra (Plinio, HN III, 4,22 y IV, 34, 112).
Lo
que no cabe duda es que de su lectura se desprende, que los pueblos que
menciona son todos foráneos, incluido íberos, persas y griegos. Y que llegan a “Hispania”
según un orden cronológico que coincide con el propuesto por Plinio, siendo el
primero el más antiguo y el último el más moderno.
Si los íberos son extranjeros ¿De
dónde vienen entonces?, todos los pueblos que menciona Plinio tienen
nombres que derivan de su lugar de origen, Persia, Fenicia, Cartago, hasta los
celtas tienen una identidad reconocible en un vasto territorio de la Europa
occidental. ¿Sucede lo mismo con los íberos?
De
hecho en esta época existen dos Iberia, una en el Caucaso y otra
en la actual España, por lo que parecería lógico pensar, teniendo en cuenta la
cita pliniana, que el lugar de origen de los íberos occidentales se encontraría
en esta remota región caucásica.
La
existencia de las dos Iberias desde antiguo ha plantado problemas a los geógrafos
y estudiosos, que plantean distintas hipótesis para explicar el porqué, sin que
hasta la fecha haya una respuesta concluyente. Se han utilizado argumentos
geográficos: existencia de minas de oro (Estrabon) o nombre de algún accidente
geográfico (Avieno); de léxico, asignando nombres más fáciles de recordar y
pronunciar para los griegos o por similitud con otros; incluso mitológicos,
relacionados con la ubicación del jardín de las hespérides o del vellocino de
oro, en los extremos del universo conocido, todavía sin explorar; y étnicos,
donde entraría la teoría de las dos iberias, entre otras.
En
este último sentido hay una evidencia que no podemos obviar, y que hace que
esta hipótesis siga todavía palpitante en la memoria popular, más que en la científica,
y es la conexión lingüística que existe entre estas dos regiones tan alejadas
geográficamente una de otra.
Según
la teoría altaica la traducción de determinadas inscripciones bilingües
escritas en latín e íbero, solo puede ser posible si se compara con lenguas
euroasiáticas altaicas, sobre todo con la túrquica, extendida por un vasto
territorio comprendido por Turquía, Europa oriental y Asia central. Además,
ambas lenguas, íbera y altaica/túrquica, presentan otras coincidencias
importantes como numerales, marcas
monetarias o sufijos, que si no existiera un parentesco sería imposible que se
dieran.
Para
documentar un poco más este pequeño cúmulo de casualidades, vamos a traer otro pequeño texto del siglo I d.C., escrito por Flavio Josefo que dice que “Tubal fundó a los teobelos, que actualmente reciben el nombre de iberos” (Josefo, Antigüedades, 2002:41)
Según la tradición hebrea, Túbal es uno de los siete hijos de Jafet, hijo a su vez de Noe (Génesis, 10, 2), que tras el diluvio y después de una temporadita en Babilonia, junto a sus hermanos, primos y tíos, decide marchar a colonizar con sus hermanos, la parte europea del globo, que abarca desde los montes Tauro y Amino (este de Turquía), y el río Tanais (Don actual), como fronteras naturales por el oriente, hasta Gadir (España), en el extremo occidental.
Fronteras
que, por otra parte, coinciden con las que Plinio propone para esta parte del
mundo (Plinio, HN III 1, 3), lo que induce a pensar que Josefo está utilizando
cartografía del s. I d.C. para ubicar su Iberia, por lo que si esto es así, la Iberia del Tubal de Josefo debería ser la Iberia occidental, ya que el Caucaso, por aquel entonces, cae en la
parte asiática del Pontos (Plinio, HN VI, 1, 8).
¿Es
posible que Josefo nos esté dando la clave de la expansión de estas lenguas, asentadas
en el Cáucaso y sus alrededores, y que la relación de las dos Iberias sea un
hecho más profundo que el meramente casual o anecdótico?
En este momento, según comenta Plinio, los turcos se hallan asentados a orillas del lago Meotis (mar de Azov) (Plinio, HN, VI, 7), siendo muy probable que otras tribus de la misma familia lingüística poblaran todo este territorio que se extiende entre Europa y Asia, y que engloba el área caucásica.
En este momento, según comenta Plinio, los turcos se hallan asentados a orillas del lago Meotis (mar de Azov) (Plinio, HN, VI, 7), siendo muy probable que otras tribus de la misma familia lingüística poblaran todo este territorio que se extiende entre Europa y Asia, y que engloba el área caucásica.
No
sería por tanto una sola etnia la que se desplazara a tierras occidentales,
sino un conjunto de etnias unidas por rasgos comunes, como sucede con celtas,
griegos o fenicios, que refugiados en las altas elevaciones caucásicas durante
el diluvio, tras él, se desplazarían en todas direcciones, penetrando una rama por
la Europa oriental, expandiéndose desde ahí a la Europa central y occidental
en sucesivas oleadas.