lunes, 30 de marzo de 2015

LOS REYES MAGOS NO EXISTEN

 Estas son las palabras mágicas que destruyen la ilusión de miles de niños todos los años. Pero… que hay de verdad en ellas?.            
El único evangelista que menciona la existencia de estos tres personajes es San Mateo (1-2) y solo dice que son magos, es decir, astrólogos, nada de reyes. Los magos vienen de oriente, según los expertos de Babilonia, siguiendo una estrella que anuncia un cambio de reinado en el pueblo judío.
La consecuencia inmediata de que los magos no volvieran a Jerusalén para contarle a Herodes el lugar exacto donde nació Jesús, rey de los judíos, el mesías, ya la conocemos. Herodes montó en cólera y ordenó que mataran a todos los niños recién nacidos en Belén. Matanza que no está registrada en ningún otro documento de la época o posterior, más que en el evangelio de San Mateo, como apunta el profesor Antonio Piñero en más de una ocasión. 
Herodes fue un rey muy cruel, sobre todo con todo aquel que tratara de arrebatarle el trono, o levantara sospechas de querer coronarse rey de los judíos. Por ello resulta raro que ni siquiera Flavio Josefo, historiador judío del siglo I d.C., mencionara esta historia. Si la matanza de los inocentes, por tanto, no parece probable que sucediera, seguramente tampoco debió existir ningún tipo de emisario que alertara a Herodes sobre la llegada de un nuevo rey, es decir, ningún mago. Es más, seguramente, Herodes, nunca debió oír hablar de Jesús, más aún si tenemos en cuenta que Herodes el Grande muere en el año 4 antes de Cristo.
El judaísmo nunca ha admitido a Jesús como el mesías, acusando a la iglesia cristiana de adaptar las profecías de las Sagradas Escrituras a la vida de Jesús. La historia que desarrolla Mateo en el Evangelio cumple con este propósito, ya que Jesús debía nacer en Belén y venir de Egipto (tras la matanza José decide huir a Egipto). Pero la historia de Mateo  tiene, además, una serie de componentes que podrían estar enraizados en tradiciones populares judías muy antiguas.                
Una de estas tradiciones estaría en relación con un demonio femenino llamado Lilith al que hacían culpable de la muerte de sus hijos hasta edad de unos ocho años. Esta creencia de origen sumerio, se incorporaría a la tradición hebrea, posiblemente durante el cautiverio de los judíos en Babilonia, hacia el año 600 a.C, o antes. Posteriormente se añadirían tres ángeles a la historia, Senoy, Sansenoy y Semangelot para proteger a los niños de la furia de Lilith. Tradición que recogerán los textos del Midrash entre el 10 y el 200 d.C.
La historia de Mateo podría estar evocando, inconscientemente, demonios milenarios, donde la presencia de los tres magos caldeos ante el recién nacido Jesús, tendría un componente mágico-religioso, como los tres ángeles que protegen al recién nacido Jesús, con su magia, de la matanza ordenada por Herodes, aunque inducida por el demonio vengativo de Lilith.   

martes, 24 de marzo de 2015

LAS COLUMNAS DE SALOMON


Nunca había prestado mucha atención a la realidad de los judíos sefardíes hasta el año pasado cuando decidí realizar una visita a Córdoba. Fueron dos días intensos en los que en cada rincón de la judería todavía se podía percibir el aroma a canela y clavo de la adefina del Sabat. Donde oculta, en cada columna, se leía una historia de amor y odio, según que dueño se instalara en los edificios monumentales del poder.

Mi historia se sumerge en este vaivén de sentimientos encontrados, cuando la población hebrea de las juderías de Al-Andalus, tras subir a lo más alto del firmamento político y cultural de emires y califas, es destronada por un movimiento hostil a todo lo que identifica la esencia del judío. Un movimiento promovido por la semilla endémica de la crucifixión, que ha ido envenenando el corazón vengativo del cristianismo, exaltando las emociones más oscuras de una población exprimida por impuestos reales y nobiliarios, que otorgan como jugoso botín a una usura que practican sin contemplaciones los hijos de Yahvéh.  En este sentimiento de malestar social los judíos sefardíes se parapetan por orden Real en sus juderías, contribuyendo a aumentar aún más, si cabe, el odio cultural.

Después de siglos de matanzas y destrucción los señores de la recién estrenada nación española decretan como solución al conflicto la conversión o la expulsión. Así da comienzo otra etapa más en la tortuosa lucha del pueblo judío por encontrar arraigo en alguna tierra prometida. Muchos sefardíes claudicaron y se convirtieron, pero solo en efigie, pues su espíritu siguió manteniendo sus costumbres y rituales en la clandestinidad de los hogares.

Ante esta situación, la clave para no ser acusado de deicidio por el Santo Tribunal de la Inquisición se escondía en los cimientos de las casas de la judería, surcados por ruinas califales y romanas, donde todavía hoy habitan restos de una historia milenaria. 

Estos restos romanos y árabes constituyeron el salvoconducto que demostraba la antigüedad de los sefardíes andaluces en la Tarsis bíblica. Una antigüedad que ellos remontaban a los años de Nabucodonosor, casi 600 años antes del nacimiento de Jesús el nazareno. Lo que justificaba su inocencia por el asesinato de Cristo. Ya que llevaban viviendo en Sefarad, antes de que todo ocurriera.

Así nació la costumbre, por necesidad, de engalanar las fachadas y los patios con infinidad de restos arqueológicos provenientes de los lugares más insospechados, pues las casas sefardíes de la aljama cordobesa fueron destruidas en oleadas sucesivas de odio, y vueltas a construir con materiales provenientes, en ocasiones, de medinas olvidadas.

Esta práctica pervive hoy en día, integrada como una tradición, en el espíritu andalusí, que sigue embelleciendo las esquinas de las casas con fustes y capiteles variopintos, aunque ya nadie recuerda el porqué de esta costumbre, que forma parte del patrimonio espiritual de las ciudades andaluzas.