Introducción
Este
artículo es una versión más extensa, con más datos, de otro artículo anterior,
“El petroglifo de Outeiro da Forcadela
(Touron, Ponte Caldelas, Pontevedra”.
En
el trato de dar una interpretación a este petroglifo a partir de los números de
cazoletas asociados a sus distintos anillos, ya que parece haber una cierta
relación numérica entre ellos. En la que hay unos números que destacan, como el
9, el 6 y el 3. Por ejemplo, el primer anillo consta de nueve cazoletas, el
segundo de dieciocho, es decir dos veces nueve, pero tanto el segundo y el
tercer anillo comparten el número seis: 3x6=18 y 4x6=24 (que es el número total
de cazoletas que hay en el último anillo). Y todos ellos contienen el número
tres: 3x3=9, 3x6=18 y 3x8=24.
Parece
que estos números no son producto del azar como ocurre en otros petroglifos
donde aparece este motivo, sino que están expresando un cómputo.
Y
si es así, si se trata de un cómputo ¿qué es lo que están contando los números
de Forcadela?
El
Yacimiento Arqueológico de Santa María de Tourón (Pontecaldelas, Pontevedra)
El complejo arqueológico de Santa María de
Touron se sitúa en la ladera sur de una pequeña elevación montañosa que no sobre
pasa los 540 metros de altura. Delimitada al norte con el monte Pedamúa, al
este con el arroyo de San Vicente, al sur con Outeiro da Forcadela y al oeste
con Outeiro do Pío, y por ella discurre un pequeño regato que se conoce como
rego Nabal.
Esta pequeña elevación forma parte de la
vertiente septentrional del valle del rio Verdugo, situado siete kilómetros
hacia el sur, que serpentea encajado en profundos valles, hasta desembocar en
la parte más interna de la ría de Vigo.
Puede decirse, en sentido más amplio, que se
trata de una zona situada entre dos rías, la de Vigo y la de Pontevedra.
En
esta ladera se localizan una serie de piedras con grabados.
En
sentido ascendente la primera es Outeiro da Forcadela, situada en la parte más
baja. A media altura, en el punto de inflexión entre la ladera y las cumbres,
se suceden Coto Cubela, As Calviñas y parte inferior de Coto das Sombriñas.
Este primer conjunto de petroglifos está en la parte más suave de la ladera,
donde encontramos zona de pasto (SANTOS ESTEVEZ, 1996).
El
otro conjunto está formado por Laxes das Cruces I y II, parte superior de Coto
das Sombriñas, Costa da Veiguiña, Coto da Veiguiña y Nabal de Martiño. Donde
predominan formas más escarpadas del relieve y mayor visibilidad del entorno.
Aquí los paneles son más complejos, los motivos son más numerosos y hay más
variedad morfológica (SANTOS ESTEVEZ, 1996).
A continuación, me gustaría hacer algún
comentario acerca de alguno de los motivos presentes en el yacimiento, que
pueden tener algo que ver con la interpretación que propongo para la piedra de
Forcadela. Uno de estos motivos son los ciervos machos de grandes cornamentas
en V con ramificaciones en escalera. Muy parecidas a las que se observa en el
caldero de Gundestrup (Dinamarca) datado en los siglos II-I a.C., donde se
utiliza este tipo de cornamenta asociada al dios celta Cernunnos. Dios que en
esta cultura representa la fertilidad, la regeneración ctónica, la protección
de la naturaleza y la prosperidad, entre otros atributos.
Por lo general el Cernunnos celta
comparte una serie de rasgos en su iconografía, aunque no siempre aparecen
todos. Esta figura se caracteriza por estar en posición sedente con las piernas
cruzadas, llevar una cornamenta de ciervo como tocado (aunque en otras lugares
puede ser de otro animal como el búfalo), con uno o más torques en el cuello y
las manos, e incluso en la cornamenta; a veces lleva una bolsa, no se sabe bien
si de semillas o de monedas, y en ocasiones tiene tres cabezas o tres caras, o
va acompañado de otros dos dioses formando una triada; suele sujetar una
serpiente, que puede tener cabeza de carnero, y se acompaña de otros animales
como ciervos, perros, lobos, jabalíes o leones, siendo visible también una
decoración vegetal que introduce la figura en un ámbito natural y salvaje.
Según cuenta César era como un Dis Pater, ya que los celtas creían ser
descendientes de él (BG VI, 18).
Los lugares más frecuentes donde se
documenta esta divinidad se encuentran en la Galia central y septentrional, así
como por el suroeste de Gran Bretaña. Entre los ejemplos galos se encuentran el
caldero de Gundestrup ya mencionado, el relieve de Reims del s. I d.C., el
relieve del altar del museo de Cluny en París conocido como el pilar de
Notre-Dame, ya que fue hallado bajo el coro de la catedral, y en él se puede
leer claramente el nombre de “Cernunnos”, o el altar de Saintes (actualmente en
el museo de Saint Germain) de época Flavia. En la Península Ibérica según
Monteagudo (1977) existen varias representaciones que podrían ser asociadas con
este dios, aunque no es del todo seguro. Hay una en concreto, hallada en la
provincia de Pontevedra, el relieve de Lourizán, de un dios bicorne denominado
Vestius Aloniecus que podría estar aludiendo a este ser mitológico, aunque no
está del todo claro. Mientras que, en el norte de Italia, en Valcamónica,
encontramos un grabado en roca con la representación de un ser antropo-zoomorfo,
con cuernos de ciervo, torques y serpiente cornuda, del siglo IV a.C., que se
considera representa a este dios de la naturaleza.
Para los celtas el ciervo es un animal
sagrado, simboliza la naturaleza salvaje. Aunque la elección de este animal
para representar al dios Cernunos puede que tenga que ver con su capacidad de
regenerar todos los años su cornamenta para poder hacer frente al ritual de
apareamiento, en el que precisamente estas cornamentas juegan un papel
primordial, siendo las de mayor tamaño y con más puntas las destinadas a
conseguir el éxito, dotando al ser divino de las cualidades de regeneración y
fecundidad antes aludidas. Además, reforzando esta idea de sacralidad, surgen
una serie de leyendas en la que varios personajes, generalmente de origen
noble, como Eustaquio de Roma, general romano, o san Huberto de Francia, noble
merovingio, se convierten al cristianismo cuando se encuentran durante una
cacería a un ciervo con una cruz entre sus cuernos. Como si este hecho
intentara legitimar la nueva creencia a través de credos antiguos.
En algún momento, la figura del ciervo,
se transforma en una figura zoo-antropomorfa, conservando una parte del animal que
encarna como forma de adquirir las cualidades del mismo. A este tipo de ser
híbrido se le conoce como “señor de los animales” en otras culturas antiguas del
planeta. Por ejemplo, en pinturas y grabados paleolíticos y post-paleolíticos, donde
también existen representaciones de una figura antropo-zoologica con cuernos, cuya
interpretación desde sus inicios no ha podido desligarse de la analogía
etnográfica con sociedades cazadoras recolectoras actuales. Según estas teorías
la presencia de estas figuras estaría dentro de un sistema de creencias chamánicas,
relacionadas con dioses de la fauna, o chamanes transformados en animales.
En sociedades primitivas actuales existe
la creencia en unas entidades sobrenaturales zoomorfos o antropo-zoomorfos que
los antropólogos denominan “espíritus del bosque” (Hamayon, 1990; Reyes y
Dieter, 1990; Dolmatoff, 1978). Son dueños del entorno vegetal y animal, al que
protegen de los abusos de los hombres, suelen estar asociados a la noción de
riqueza y bienestar porque poseen todo lo que se necesita para la vida.
Dentro de este concepto, la caza
constituye un acto de agresión hacia este espíritu del bosque. Por ello para que
el cazador no sea castigado tiene que establecer unas alianzas con este ser
sobrenatural. Esta alianza la realiza el especialista ritual, el chamán o
hechicero (dependiendo del nombre que se adopte en cada región o momento) de la
comunidad, mediante un matrimonio con las hijas del espíritu del bosque
(Hayamon, 1995). De esta manera el espíritu entrega a sus hijas y comparte sus
riquezas a cambio de ofrendas y sacrificios, y a veces la entrega de las almas
tras la muerte. El chamán o hechicero entonces, transformado en animal como
forma de equipararse al ser sobrenatural, realiza una caza ritual, simbólica,
para propiciar la suerte del cazador (Hayamon, 1990), que a veces es
representada como un juego ritual (Dolmatoff, 1978).
De hecho, dentro de estos seres
antropo-zoomorfos post- paleolíticos existen algunos que se representan con
pene (figura de hombre-toro de Racó Molero), a los que se les adjudica el papel
del cazador-chamán, al constituir el elemento masculino en el matrimonio ritual
con la hija del espíritu del bosque (Viñas y Martínez, 2001).
En el grabado de Valcamónica, vemos que la
figura antropo-zoomorfa con cornamenta de ciervo está acompañada por una figura
humana de menor tamaño con los brazos en alto y el órgano sexual acentuado. Esta
figura suele ser interpretada como un orante, pero es posible que se trate del
especialista ritual con el que el espíritu del bosque va a realizar la alianza.
En Touron encontramos en Coto das Sombriñas y en Nabal de Martiño una figura
masculina itifálica, como el orante de Valcamónica, con las piernas
flexionadas, los brazos extendidos sujetando dos objetos alargados en cada mano,
interpretados habitualmente como cazadores. Tal vez, estas figuras masculinas
de Touron, igual que en Valcamónica, estén cumpliendo con este rol adjudicado
al especialista ritual que realiza la alianza. Igual que sucede en las
representaciones de seres zoo-antropomorfos post-paleolíticos con pene.
Por último, para argumentar todavía más
lo hasta ahora dicho, quería comentar la pervivencia de determinados ritos
paganos en época tardorromana, que consistían en mascaradas rituales. Estas
tenían lugar en las calendas de enero, y en ellas hombres y mujeres, después de
la cacería, bailaban disfrazados con las pieles de los ciervos, toros o
becerros (Hatt, 1965). Mascaradas asociadas a una tríada de dioses celtas,
Esus, Smetrios y Cernunnos, que representan el ciclo anual a partir del cual se
organizan las festividades y los rituales del calendario. Y debían ser bastante
habituales pues fueron duramente criticadas por el cristianismo en los cánones
conciliares (Vives, 1963).
Quizá en Touron, estos ciervos astados
de grandes cornamentas, tengan un significado parecido, en el que todavía no se
ha humanizado la figura zoomorfa del animal. Y las escenas de caza en Laxes de
Cruces y Nabal de Martiño constituyan cacerías rituales para conseguir la
suerte del cazador real, que se realiza a través del especialista ritual,
generalmente representado por una figura antropomorfa itifálica.
Los otros motivos que más abunda en
Tourón, son los motivos circulares, si exceptuamos las cazoletas, que son las
más numerosas en este tipo de arte rupestre. Entre estos destacan las
combinaciones de círculos, compuestos por una serie de círculos
concéntricos de los que a veces surgen ramificaciones en forma de líneas, que partiendo
del centro atraviesan los diferentes círculos, y siguen su recorrido por el
exterior unos centímetros, finalizando en un nuevo desarrollo circular. Los
ejemplos más destacados los podemos observar en Nabal de Martiño y Laxes das
Cruces. De este motivo es interesante comentar la existencia de una
interconexión entre las distintas combinaciones circulares que a veces están
formando alineaciones perfectas según una posición concreta del orto heliaco,
la de los equinoccios (GALOVART CARRERA, J.L., 2010). Singularidad que encaja
bien con su interpretación, ya que se asocian con motivos solares, y que revela
la necesidad por conocer la posición solar en determinados momentos del año.
Que tal vez esté en relación con la existencia de esta triada divina comentada
antes, que representa el ciclo anual.
Entre los círculos simples hay de varios
tipos, aunque el más destacado es el de Outero da Forcadela, del que hablaré
más adelante, que también se podría incorporar al repertorio de motivos solares,
y al concepto de la triada de dioses que encarnan el ciclo anual, según la
interpretación que propongo.
Por último, señalar un motivo escaso en
este tipo de arte. Se trata de una esvástica de brazos curvos, parecida a las
encontradas en la zona del Egeo, localizada en Coto da Sombiñas (Monteagudo,
2011). Que se asocia también con los símbolos solares.
Todos estos grabados están realizados a base de
suaves surcos de sección en U, que dibujan el contorno de la figura, dando la
sensación de relieve. Un estilo que se extiende por el atlántico norte por lo
que se le denomina comúnmente como Estilo Atlántico.
Aunque encontramos también otra técnica menos
utilizada en los petroglifos gallegos, localizada en Laxes das Cruces, empleada
en un gran ciervo astado, que consiste en vaciar la figura contenida entre los
surcos. Técnica presente también en el yacimiento de Agua dos Cedros, junto con
representaciones de barcos, cuyos paralelos bien podrían situarse en el
Mediterráneo oriental, por lo que se debate si la autoría de esta técnica tan
particular podría ser debida a manos foráneas (Alonso Romero 1995; Ruiz-Gálvez,
2005).
Por
todas estas características comentadas, el yacimiento de Santa María de Tourón
se encuadraría en la cronología propuesta por casi todos los investigadores,
para este tipo de arte rupestre. Un periodo que abarcaría desde el Calcolítico
a la Edad de Hierro, con un desarrollo destacado en la Edad de Bronce.
En
cuanto a la interpretación:
-
Por los motivos
representados que se pueden identificar e interpretar: sobre todo geométricos,
predominando los circulares, muy asociados a una simbología solar. Y de
ciervos, entre los que destacan los que portan grandes cornamentas en V, que
tal vez estén en relación con estos espíritus del bosque o señores de los
animales. Y escenas de caza ritual.
-
Por el material
en el que están ejecutados: piedra granítica, lo que contribuye a su
perdurabilidad en el tiempo.
-
Por la abundancia
de grabados repitiendo los mismos motivos concentrados en un determinado lugar.
Escogiendo siempre unas características físicas y geográficas determinadas.
En
mi opinión parece más asociado a prácticas rituales, mágicas, simbólicas o
ideológicas, que a motivaciones de tipo pragmático. Ya que el grabado en la
dura piedra granítica requeriría de unos instrumentos, una técnica y una habilidad
precisa, además de una inversión en esfuerzo, cuya intención es la de que
perdure más allá de la efímera existencia humana, seguramente porque su destino
final esté en otro plano existencial, el de los dioses. Posiblemente el de un
dios masculino, propiciatorio de la fecundidad y la regeneración de la
naturaleza, por un lado, representado por el gran ciervo astado y el cazador itifálico,
y otro solar, creador del universo, representado por las formas circulares, y
otros símbolos, como la esvástica de Sombriñas.
La
Piedra de Forcadela
La
piedra de Forcadela se sitúa al inicio del yacimiento, en su parte más baja,
sobre un montículo, a unos 330 m de altitud, marcando el límite sur del
complejo rupestre. Desde esta posición se puede ver todo el yacimiento, así
como localizar todas las elevaciones y las vaguadas de la sierra que hay al
fondo, lo que lo convierte en un punto estratégico dentro del mismo yacimiento.
- Descripción: inscripción y petroglifo.
El petroglifo está grabado en roca granítica y consiste
en dos círculos concéntricos dentro de los cuales se desarrollan tres anillos
formados por cazoletas. Uno en el interior del círculo menor con nueve
cazoletas. Una marcando la posición central y las otras ocho alrededor. Y otros
dos anillos en el espacio existente entre el círculo interior y el círculo
exterior. Siendo de estos dos anillos, el más interior de dieciocho cazoletas y
el exterior de veinticuatro (Figura 1).
Figura 1. Petroglifo de Outeiro
da Forcadela (Touron)
Se observa no obstante que el círculo interior
no está completo quedando abierto hacia el oeste (izquierda). Esto puede ser
debido a que o bien no se completó desde el inicio, o que desapareció, bien por
el desgaste o por algún otro motivo. Mi opinión es que se debió perder pues si
sobreponemos un círculo completo sobre esta circunferencia interior se observa
como los surcos de la piedra tienen tendencia a seguir esa trayectoria circular
(Figura 3). Además, las cazoletas que se encuentran en el tramo que falta
siguen igualmente este trazado circular como si existiera esa porción de
circunferencia que falta. Por tanto, lo más probable es que en su origen estuviera
cerrada, como se ve en otros motivos circulares semejantes.
Al
exterior de este petroglifo, en la parte superior, se desarrollan otros
grabados de menor tamaño compuestos por tres elementos. De izquierda a derecha
encontramos un pequeño círculo, después una "i" mayúscula tumbada, y,
a la derecha de este último, otro que consiste en un arco de medio punto
cerrado por su parte inferior con un trazo horizontal, creando una concavidad
donde hay tallada una cazoleta ovalada en posición vertical, mientras que del
extremo inferior derecho del arco continua el trazo horizontal que cierra el
arco de medio punto y conecta esta estructura con otra compuesta por un
rectángulo en posición vertical dividido por la mitad. Estos tres signos siguen
la curvatura de los círculos anteriores por lo que parece que todos están
conectados (Figura 2).
Es
posible que estos tres petroglifos que rodean el grabado circular sean signos
con algún contenido semántico, explicando en que consiste el petroglifo, a modo
de inscripción.
Figura 2. Calco petroglifo Outeiro da Forcadela (Touron)
Por ejemplo, el primer grabado, el círculo. Es un signo que encontramos en muchas culturas del Mediterráneo oriental en la Edad de Bronce. En origen pudo derivar de la representación pictórica del sol, que en las culturas egipcia e hitita se representada como un círculo con un punto en su interior. En los jeroglíficos egipcios, además, este símbolo se usa repetidas veces en las fechas, tanto con el significado de año, de mes o de día. Por tanto, es un signo muy asociado a los calendarios y a la noción de tiempo.
En
el caso del segundo grabado, la “I” mayúscula se asemeja bastante al signo
post-paleolítico conocido como “hombre de la aleluya”, cuyo origen hay que
buscarlo en pinturas rupestres paleolíticas, en la que se representa a un
hombre en posición orante con los brazos en alto (EBERT, 1926). Aunque se
ignora su significado.
En
cuanto al tercer signo, el arco de medio punto con la cazoleta en su interior
unido al rectángulo dividido por la mitad, su posible similitud con otros
signos es más complicada. Para la primera parte del signo podría tratarse
también de un signo relacionada con el tiempo. Por ejemplo, los indios
americanos dejaban grabadas o dibujadas en piedras mensajes pictográficos. En
ellos se puede ver un signo parecido, que consiste en uno o varios arcos
consecutivos con uno o más puntos en su interior. Esto quería indicar los días transcurridos.
Así si había tres arcos y tres puntos quería decir que habían transcurrido tres
días, siendo los puntos los soles y los arcos la representación de la cúpula
celeste (SCHOOLCRAFT, 1891). Pero este signo lo vemos también en los números
egipcios con el valor de diez, aunque en este caso solo se representa el arco,
sin puntos en su interior. En cuanto a la otra parte del grabado, el rectángulo
dividido por la mitad, hay ejemplos en la escritura cretense que son muy
parecidos, aunque su significado se ignora.
Con
todo esto lo que quiero decir es que los grabados que se sitúan en la parte
superior del motivo principal, por su aspecto, esquemáticos y geométricos, y
por su disposición siguiendo la curva del círculo, podrían tratarse de signos
con un contenido semántico parecido al de una escritura en una fase primitiva.
-
Diseño: círculos concéntricos y anillos.
Errores de cálculo (cazoletas)
En lo tocante a la realización del diseño se
observa que existe cierta regularidad en las distancias que hay de círculo a
círculo, lo que induce a pensar que las hicieron tomando como referencia el
centro de la cazoleta central. Por lo que es presumible que utilizaran algún
instrumento, por ejemplo, una cuerda, para dibujar su contorno, quedando
equidistantes ambas circunferencias.
Algo parecido se observa en la distribución de
las cazoletas, ya que, si dividimos en ocho partes iguales el interior del
espacio comprendido entre los círculos interior y exterior, mediante ocho
radios, que son las cazoletas que se encuentran en el anillo interior, se
observa que en el segundo anillo de dieciocho cazoletas entrarían dos cazoletas en seis porciones y tres en las otras dos,
además estas de tres se sitúan una en frente de la otra, es decir es la porción
diametralmente opuesta. Mientras que en el último anillo las cazoletas se
distribuyen de tres en tres en cada porción.
Por lo que todo apunta a que debió existir un
dibujo previo a la devastación de la piedra para la realización del grabado.
Aun así, en la ejecución de las cazoletas se
aprecia una gran irregularidad en el tamaño de las mismas y en la separación
que hay entre ellas. Tal vez motivada por el tipo de herramientas utilizadas
(cincel) y la mayor o menor resistencia de la roca a ser tallada, siendo la
cazoleta central la que presenta un mayor tamaño, seguramente intencionado.
Por último, hay que señalar dos detalles que
llaman la atención a simple vista. Si se observa, en el círculo central de
nueve cazoletas casi todas tienen unos tamaños muy similares y siguen una
regularidad en su distribución alrededor de la cazoleta central, excepto una
situada en la parte superior derecha (la figura está orientada al norte por lo
que debemos entender que la parte superior corresponde con esta orientación),
que es extremadamente pequeña y además está fuera del circuito de las otras cazoletas
(coloreada en verde). La otra singularidad se encuentra en el anillo exterior,
en la parte superior izquierda, donde vemos que una de las cazoletas se
superpone ligeramente sobre la contigua por la derecha, sin guardar ninguna
distancia, borrándose el límite entre ellas.
La primera impresión es pensar que se trata de
algún error de cálculo, y que el grabador se vio obligado a añadir estas
cazoletas a posteriori, en alguno de los espacios de separación de mayor
tamaño. Pero también cabe otra interpretación, ya que pueden haber sido hechas
a propósito, al menos para la primera de ellas situada en el anillo interior. Para
señalar un punto importante, ya que dista del eje equinoccial 30º en sentido
NE. Una posición bastante significativa que puede estar indicando el orto
heliaco en el solsticio de verano. La otra peculiaridad, si no es fruto de un
error de grabado o del desgaste de la piedra,
podría estar indicando el ocaso del sol en el solsticio de verano. Este es un
punto sobre el que volveremos más adelante.
-
Las
cazoletas: Contando con las
manos
Este
motivo que consiste en pequeñas concavidades en la roca de forma más o menos
redondeada, es el elemento que más se repite en este petroglifo de Outeiro da
Forcadela, y el más abundante en general en los petroglifos gallegos. Constituyendo
su principal característica el dato numérico que aporta, aunque no siempre, ya que
a veces se diseminan por las rocas en gran cantidad o aisladamente, sin ningún
sentido aparente, o incluso rellenando figuras. Por ello propongo que se tenga
en cuenta este hecho cuando encontremos este motivo en los petroglifos. Es
decir, que las cazoletas que se muestran siguiendo un orden intencionado
estarían expresando probablemente una cuenta, mientras que las que resulta
imposible de descubrir un patrón que les confiera una regularidad pudieran
estar expresando una cantidad no cuantificable, adquiriendo el valor de
"muchos". Sin descartar en ambos casos su valor simbólico.
Volviendo
a nuestro petroglifo, este sí parece reflejar un cómputo, tanto por la
disposición ordenada de las cazoletas, como por la relación numérica que puede
establecerse entre los distintos anillos. Pero para abordar el tema que nos
ocupa, el de cómo realizaron el cómputo de las cazoletas en cada anillo, me
gustaría hablar un poco sobre diferentes sistemas numéricos que el ser humano
ha utilizado cuando todavía no se había inventado la escritura. Algunos de los
cuales siguen en uso todavía enquistados en sociedades primitivas actuales.
Durante
mucho tiempo el hombre se limitó a tener solamente dos números, el uno y el
dos. Con solo esos dos números podía expresar de forma precisa el mundo dual en
el que vivía (hombre y mujer, luz y oscuridad, cielo y tierra, el bien y el
mal, etc.), y hacer referencia a las partes del cuerpo, dos brazos, dos
piernas, dos ojos, etc. Presumiblemente este concepto de los opuesto debe
remontarse a una etapa bastante primitiva del hombre. Un momento marcado por
una espiritualidad que podemos denominar naturista, basada en la observación de
los fenómenos naturales fundamentalmente.
A
partir de este sistema dual se irá configurando una cosmogonía y una manera de
entender el universo donde el uno y el dos son los conceptos creadores del
mundo. Así lo expresará más tarde la escuela pitagórica, la cábala, dentro de
la religión judía, y en general, todas las religiones monoteístas que
conocemos. En ellas podemos encontrar un único creador, el uno, que da origen
al mundo sensible que habitamos a través de la creación, que se identifica con
el dos (como dirá Pitágoras y después Platón). Por ello debemos considerar el
sistema numérico basado en el dos, no solo con un sentido práctico, para contar
elementos, sino como un corpus ideológico que irá gestando el fundamento de las
religiones de época histórica.
Todo
lo que excedía esa cantidad entraba en el vago concepto de "muchos" y
no precisaba ser computado. Por eso al principio estas cantidades se expresaban
como adjetivos inherentes a los objetos que querían contar o representar, lo
que los expertos denominan la doseidad de las cosas, por eso actualmente
incluso existen palabras que expresan la cantidad de dos, asociada a
determinados objetos y no a otros, como un par de zapatos o un dúo de música,
ya que no sonaría bien un dúo de zapatos o un par de música.
Los
objetos tenían la cualidad del dos. Cuando se comprueba que dos piedras, dos
vacas o dos brazos tienen en común la cantidad de dos es cuando comienza a
abstraerse el concepto de cantidad de los objetos propiamente y se supera la
barrera del tres, número que hasta entonces entraba en la dimensión abstracta
de "muchos".
Pero
a pesar de poder contar elementos más allá del dos, se siguió utilizando para
los cómputos tan solo estas dos unidades, sumando o multiplicando repetidamente
los dos números. Este sistema con el tiempo resultó ineficaz pues, aunque se
podía sobre pasar el límite de diez (2+2+2+2+2+2+2...), el número resultaba
demasiado largo. Aun así, este sistema basado en el dos debió tener amplia
difusión y perdurabilidad en el tiempo, ya que incluso en la actualidad hay
tribus amazónicas que lo siguen empleando. E incluso se puede rastrear en
civilizaciones como la sumeria donde los tres primeros números conservan esta
estructura en sus nombres, gesh (1), min (2), esh (3), que significan
"hombre", "mujer" y "muchos" (MATEOS, 2019).
Lo
bueno de este tipo de conteo es que utilizaba los dedos de las manos para
llevar la cuenta. Lo que debió
contribuir a dar el salto al siguiente sistema numérico basado en los cinco
dedos de la mano, aumentando el campo de valores a cinco, y el número de
cómputo a veinticinco.
De
esta manera una mano computaría las unidades del uno al cinco y la otra iría
contando la cantidad de veces que se llega a las cinco unidades. Así cada dedo
de una mano cuenta de uno en uno y cada dedo de la otro de cinco en cinco.
Otro
sistema parecido a este y que debió coexistir con él, es el que se basa en el
número doce. También utiliza los dedos de las manos, pero lo que se cuentan son
las falanges. El cómputo se realiza con el pulgar de la mano para las unidades,
dando un total de doce falanges por mano, tres falanges por dedo y cuatro
dedos, ya que el dedo pulgar es el que lleva la cuenta. Al llegar a esta
unidad, la otra mano utilizaría un dedo para computar la unidad de doce
mientras se inicia nuevamente el cómputo en la mano de las unidades. Así una
mano cuenta unidades, como en la base cinco, y la otra, docenas. Con este
sistema se puede llegar a contar hasta sesenta.
Volviendo al petroglifo, a priori, por el número
de cazoletas que hay en cada circunferencia, lo más factible es que emplearan
una base doce, ya que los números elegidos, 9, 18 y 24, encajan bien con un
sistema dodecagesimal, ya que se ven implicadas cantidades como el 24, 12, 6 y
3 (24/2=12; 18/3=6; 9/3=3). Además, todos los números expresados contienen el
número 3 (3*3=9, 3*6=18, 3*8=24) lo que equivaldría a dedos completos de tres
falanges. Cuestión esta última que en cierto modo parece coincidir con una de
las características del dios Cernunnos, el de ser un dios a veces tricéfalo, o
representado junto a otros dioses formando una triada. Número que además viene
reflejado en los motivos vegetales que decoran el fondo del caldero de
Gundestrup, en el que las plantas están unidas formando ramilletes de tres hojas
cada uno. Puede que el empleo del número tres sea intencionado porque esté
dotado de un valor simbólico y religioso.
Pero,
¿que está contando la piedra de Forcadela?
Contadores
de Tiempo
Es posible que lo que refleja la piedra de
Touron sea alguna fórmula para computar el tiempo.
Cuando realicé el croquis del petroglifo en mi
cuaderno hace ya unos años, conté para el anillo exterior 23 cazoletas en lugar
de 24, que son las que hay en realidad. Este hecho hizo que la primera
interpretación diera como resultado un calendario de 13 meses lunares de 28
días cada uno, con un total de 364 días solares, corrigiendo los desfases entre
el sol y la luna gracias a una serie de ajustes que se encontrarían en las
cazoletas que componían el anillo interior, ocho anuales y uno más cada cuatro
años, el año bisiesto.
Durante la investigación me di cuenta que no
había ningún calendario de la época que representara esta corrección de los
años bisiestos, a pesar de que ya se conocía en Egipto, y era aplicada por las
personas que manipulaban el calendario, aunque sin dejar ningún rastro de este
conocimiento en él. Además, los días lunares que corresponden a un mes son de
29 y 30 días, dependiendo del mes, que generan por tanto años de 354 o 355
días, y así se recoge en todos los calendarios de este momento, por lo que el
cómputo de 13 meses lunares de 28 días no era lo habitual.
Para ponernos en situación de cuál era la
tendencia a la hora de computar el tiempo durante la Edad de Bronce, donde
hemos situado la piedra de Forcadela, voy a explicar rápidamente que tipos de
calendarios se conocían en este momento.
Los primeros calendarios propiamente dichos,
datan del III milenio a.C. y se sitúan en las áreas culturalmente más avanzadas
en este momento, Egipto y Mesopotamia, junto con sus zonas de influencia. Los
que se conocen fuera de este ámbito suelen ser ya de la Edad del Hierro. Aunque
hay evidencias en la prehistoria de artefactos y monumentos con funciones
similares a los que también se les denomina calendarios, de los que hablaré más
adelante.
Es por eso que he decidido tomar como referencia
las producciones calendáricas de estas dos zonas porque son las que mejor
pueden ejemplificar la producción de calendarios durante estos dos milenios
(III y II a.C) en los que se inserta el petroglifo de Outeiro da Forcadela.
Por un lado, están los calendarios lunares, que
son la base de todos los calendarios posteriores, y por tanto son los más
antiguos, herederos seguramente de los primeros conteos paleolíticos de los que
hablaremos más adelante.
Estos generan años de 354 días de media con
meses de 29 y 30 días. Sabían que estos calendarios se retrasaban con respecto
a la elíptica solar, así que intentaban corregir las desigualdades, que solían
ser de 11 días por año, con la intercalación de un mes de 30 días, generalmente
cada tres años. Aun así, estos calendarios oscilaban mucho, descolocando todas
las fiestas y provocando que el inicio del año nunca sucediera el mismo día.
Sin embargo, eran los que más prestigio tenían porque el fin último y principal
era el de salvaguardar las creencias religiosas y marcar el ciclo ritual de las
festividades, por eso estaban en manos de sacerdotes que muchas veces decidían
arbitrariamente aspectos importantes del mismo, y se reservaban para sí
conocimientos especiales como, seguramente, el de los años bisiestos (GARCÍA,
2012).
Como estos calendarios eran tan imprecisos e
impredecibles, y las sociedades del momento estaban cada vez más especializadas
y organizadas, necesitaban para sus asuntos agrícolas, comerciales y
financieros, un mayor grado de exactitud, lo que motivó el surgimiento en
paralelo de calendarios más adaptados al cómputo solar. En Egipto tenemos el
caso del calendario civil y en Mesopotamia de otro similar que los expertos
denominan esquemático (GARCÍA, 2012). Estos calendarios tenían meses iguales de
30 días y originaban años de 360 días. Evidentemente todavía tenían un desfase
de cinco días, que los egipcios supieron corregir añadiendo cinco días al
finalizar el año que denominaron "los días que van más allá",
conocidos por el nombre griego de epagómenos.
Resumiéndolo mucho, esto son, a grandes rasgos,
las características de estos cómputos calendáricos en la Edad de Bronce.
En época mucho más avanzada, a partir del siglo
V a.C., se irán introduciendo otras medidas que intentan compensar este desfase
entre el sol y la luna. La más relevante, a la que se suman muchos calendarios
del momento, es la intercalación de meses tomando como base grandes cómputos
anuales. Por ejemplo, en Persia en el año 499 a.C. se establecen ciclos de 235
meses lunares durante 19 años solares con intercalación de dos meses el 17º año
en los equinoccios. O el metónico en Grecia. Un calendario muy preciso, ya que
se desviaba tan solo 2h respecto al solar, y muy difundido en su época (GARCIA,
2012).
Introduciendo medidas de este tipo los desfases
entre el sol y la luna disminuían. Es el caso también del calendario celta de
Coligni (s.II), el cual se basa en cómputos de 30 años, introduciendo dos meses
intercalares cada cinco años. Y aunque geográfica y culturalmente este
calendario está más cercano al ámbito gallego, cronológicamente pertenece a
otra manera de estructurar el tiempo, por eso he decidido no tomarlo como
referente para el calendario de Touron.
Volviendo a la piedra de Forcadela, al cambiar
el número de cazoletas en el anillo exterior de 23 a 24, como ya comenté, la
interpretación tenía que ser inevitablemente modificada. Al principio pensé en
seguir el mismo planteamiento inicial, lo que originaba un calendario de doce
meses, de 30 días cada uno, y 360 días anuales, utilizando las cazoletas del
anillo interior para realizar las correcciones. Sin embargo, este sistema
resulta un poco en reversado, ya que hay que adjudicar cazoletas del anillo
intermedio al anillo exterior para realizar los cálculos, por lo que no me
satisfacía completamente.
Continué buscando el porqué de esos números tan
específicos de la piedra de Forcadela, 9, 18 y 24, y encontré una posible
respuesta en Egipto, en una de las cámaras del templo funerario de la reina
Hatshepsut en Deir el Bahari, que se conoce con el nombre del mayordomo de
Amon, Senenmut, en cuyo techo hay dibujado un mapa interestelar.
- Los números
encajan
En el techo de esta cámara se representa una
tabla con 36 decanos celestes en su parte sur, mientras que la norte se destina
a una serie de constelaciones y planetas. Pero lo más curioso de esta parte
norte son doce círculos que corresponden a los doce meses lunares del año, pues
encima de cada uno de ellos hay una inscripción con el nombre de la luna del
mes al que corresponde. Cada uno de estos círculos está segmentado en
veinticuatro partes iguales mediante radios que parten del centro del círculo.
Algunos investigadores consideran que, en vez de tratarse de particiones
diarias, estos veinticuatro segmentos hacen referencia a divisiones horarias
(CLAGETT, M. 1995), ya que los egipcios dividían el día en doce horas diurnas y
doce nocturnas, es decir un total de veinticuatro horas.
Otro dato relevante para nuestro calendario, que
encontramos en el techo sur de la cámara de Senenmut, son las tablas con los 36
decanos del año, es decir, 36 semanas de diez días cada una, que producirían un
cómputo anual de 360 días, como el calendario civil egipcio. Pues bien, una de
las funciones principales de estos decanos es la de contar las horas nocturnas, ya que cada una de estas
horas se computa por el ascenso en el firmamento de una estrella, escogida a
priori junto con otras once más para formar el decano. De esta manera hasta que
no sale la próxima estrella del decano no empieza la siguiente hora. Además, la
razón de que los egipcios dividieran el mes en tres semanas de diez días, está
relacionado con este cómputo de las horas nocturnas, ya que no se realiza
siempre con el mismo conjunto de estrellas, sino que estas cambian cada
diez días, pues comienzan a adelantar su salida cada día cuatro minutos, lo que
en diez días supondrían un desfase de cuarenta minutos (LULL, J. 2005).
Este sistema de decanos para contar las horas se
suele conocer como relojes, que según el período tienen algunos rasgos que los
diferencian. El de esta cámara data del
s. XV a.C., es de los denominados
relojes de tránsito. Hay otros, más antiguos, entre el primer Período
Intermedio y el Imperio Medio, que se denominan relojes diagonales por la
disposición en diagonal de las anotaciones estelares en la tabla. En esencia
son iguales, la diferencia estriba en que la observación de la primera
estrella, en el diagonal se realiza en el orto helíaco mientras que en el de
tránsito se hace en su meridiano central. Los más modernos corresponden al
Imperio Nuevo, que se denominan ramésidas, tienen 24 tablas en lugar de 12, dos
por mes, con trece estrellas decanales. Gracias a estos relojes decanales se ha
conseguido identificar gran número de estrellas y constelaciones (LULL, 2005;
VIVAS, 2018).
Hay, además, un documento que se conoce como el
Libro de Nut, que se encuentra en las paredes de tumbas y cenotafios, en el que
se informa del recorrido de una estrella horaria a lo largo del año. Así la
estrella horaria comienza a marcar las horas en último lugar, es decir la 12º.
A medida que se suceden los decanos va ganando posiciones hasta colocarse la
primera. Para entonces han transcurrido 120 días. Al convertirse en la primera,
al finalizar el último decano deja de tener función horaria, permaneciendo
noventa días en el firmamento nocturno, hasta que entra en conjunción con el
sol durante otros setenta días, lo que en el libro se denomina "encerrado
en la duat", por lo que no se la ve en el cielo nocturno. Después de este
tiempo se produce su "nacimiento", su salida por el orto helíaco,
permaneciendo en esta posición, al alba, durante ochenta días, tras los cuales
vuelve a convertirse en la última estrella del decano (LULL, 2005; VIVAS,
2018). Así concluye el recorrido de la estrella durante un año completo de 360
días. Es decir que la estrella está operativa 120 días, el resto la pasa oculta
por el sol o visible, pero sin formar decano con otras estrellas. De lo que se
deduce que los sacerdotes tenían que memorizar 47 estrellas, que son las que
serán empleadas durante un año, con fines horarios para los 36 decanos anuales.
Pues bien, en Touron encontramos estas dos
divisiones de tiempo que contiene la cámara de Senenmut, la de 24, en el anillo
exterior, y que yo considero que hay que destinarla al cómputo de horas, y la
de los decanos en el intermedio para el cómputo de las semanas, aunque solo se
computaría medio año, ya que son 18 cazoletas las que contiene este anillo en
lugar de 36. Por último, nos queda el
anillo interior de 9 cazoletas que es el que va a contar los días
correspondientes a cada decano (fig.3).
De esta manera el calendario de Touron no solo
serviría para llevar el cómputo de medio ciclo anual, sino que además añade el
dato del cómputo de las horas, que requeriría la observación del cielo a
diario, si el clima lo permite, o el uso de algún otro sistema para computar
las horas nocturnas cuando no es posible la observación directa, como la
clepsidra, por ejemplo, que era empleada en diversas culturas del momento.
Aunque hay que tener en cuenta que el clima en el III-II milenio a.C. era más
seco que el actual. Por lo que es posible que el cielo de Galicia tuviera más
días de sol.
A mi modo de ver esta era la forma generalizada
de computar el tiempo por las sociedades del III y II milenio a.C. Donde las
poblaciones de entonces también participan de un conocimiento global, tanto tecnológico,
ideológico o de conocimientos, transmitidos por contacto cultural entre las
distintas sociedades. De esta manera el conjunto de la sociedad humana comparte
un mismo conocimiento en cada etapa de su existencia, que va avanzando a medida
que lo hacen los nuevos descubrimientos.
En este caso de Touron es posible que el
comercio con el estaño, que se extraía de estas regiones atlánticas para
abastecer un mercado situado en el Mediterráneo oriental, fuera un estímulo
para la introducción de nuevos elementos culturales.
-
Los
primeros conteos: precedentes paleolíticos y neolíticos
El carácter cíclico de la naturaleza y los
astros jugó un papel importante en el desarrollo de los primeros sistemas
contables, ya que, controlar el ciclo natural en el que se desarrolla la vida
se convierte en un artificio bastante útil para predecir acontecimientos
futuros y así poder adelantarse a ellos. En sus inicios, para llevar a cabo este
control, el hombre elaboró métodos rudimentarios para poder calcular el momento
en que se produciría algún acontecimiento importante para su subsistencia. Por
ello es bastante probable que el desarrollo de la capacidad de contar, cualidad
que no es innata al hombre, sino que es adquirida por el aprendizaje, está muy
relacionada con este interés por controlar el ciclo solar.
Cuantificar las vueltas que el sol da a lo largo
de un ciclo se convierte poco a poco en la principal medida del Tiempo.
Mediante este sistema, el hombre puede calcular una gran variedad de aspectos
que afectan a su vida, saber cuándo llegará el invierno, cuando se puede
recolectar una determinada planta, cuando vuelven las aves migratorias, cuando
ocurrió algún acontecimiento reseñable o cuando nació una determinada persona,
son alguno de ellos. De hecho, nuestra civilización actual es heredera de todas
estas incesantes horas de observación y reflexión sobre los fenómenos celestes.
Por tanto, la evolución de la noción de Tiempo,
como una metáfora asociada al carácter cíclico del movimiento de los astros en
el espacio, está íntimamente ligada al desarrollo de un lenguaje numérico como
mecanismo o herramienta para ejercer este control por los recursos naturales.
Existen
una serie de artefactos de época Paleolítica, hallados en diversos lugares del
planeta, en los que se puede
apreciar esta necesidad de computar el tiempo, por la disposición regular y
organizada de las marcas realizadas en los diversos materiales, en los
que la explicación más aceptada en la actualidad es que se tratan de
rudimentarios calendarios lunares, ya que su característica principal es la de
reunir grupos, entre veintiocho y treinta incisiones, que podrían estar
asociados con los 29,5 días solares de un mes lunar.
Uno de estos objetos es el hueso de Lembobo
hallado en la cueva de Border, entre Sudáfrica y Suazilandia, con una
antigüedad de 37.000 años, con 29 incisiones (CAIN, CHESTER R., 2006). Otro
ejemplo es el hueso de Ishango hallado a orillas del lago Eduardo, entre el
Congo y Uganda, con una antigüedad de 20.000 o 25.000 años, en el que el total
de marcas suman 168, por lo que se piensa que tal vez esté representando un
ciclo lunar de 28 días durante seis meses (MARSHACK, 1972). Los investigadores
asocian este cómputo de seis meses con el hecho de que el nivel de las aguas
del lago Eduardo sube en la época de lluvias por lo que las poblaciones que se
asientan en sus orillas tienen que migrar cada seis meses a las zonas elevadas
para evitar las inundaciones.
En Francia tenemos más ejemplos, como el
omoplato hallado en el Abri Blanchard (Sergeac) en la Dordoña cuya cronología
es de 30.000 años. Según la interpretación de A. Marschack estarían
representadas dos secuencias completas de la fase lunar, y media de una
tercera, un total de 69 lunas (MARSHACK, A. 1972). Mientras que en la cueva de
Taï, también en Francia, se encuentra otro fragmento de hueso de nueve
centímetros, de 12.000 años de antigüedad, con 2.000 marcas formando grupos de
29 muescas (MARSHACK 1991).
Otro ejemplo es el calendario de Mal`ta
(Irkutskaya Oblast, Rusia), con una antigüedad de entre 18.000 y 15.000 años.
Interpretado como calendario solilunar por el arqueólogo Boris Frolov, y que
consiste en una placa rectangular de marfil de mamut en el que se han realizado
tres espirales a base de pequeñas incisiones, siendo la central de mayor
diámetro con 243 incisiones, los días que dura el invierno siberiano, mientras
que las otras dos suman 122, que corresponderían a la duración del verano,
siendo el cómputo total de 365, un año solar (FROLOV BORIS, A. 1970). Otro
ejemplo más es la piedra hallada en el yacimiento arqueológico de
Dolni-Vèstonice (Brno, antigua Checoslovaquia), con una datación de 28.000
años, en la que a base de incisiones se representa un ciclo completo de la luna
con sus fases crecientes y decrecientes, compuesto por treinta días (ABSOLOM,
K. 1938). En Hungría encontramos otro artefacto parecido, en el yacimiento de
Bodrogkeresztu, una piedra caliza de forma redondeada que presenta muescas en
los bordes. Según sus excavadores se trataría de un calendario solilunar en el
que en uno de sus lados se representarían las fases crecientes de la luna con
trece muescas, y en el otro las fases decrecientes con doce muescas,
completando el total de veintiocho días lunares la muesca inferior que
representa los días centrales del ciclo lunar. La cronología de este calendario
estaría en torno a los 20.000 años (VÉRTES, L, 1965).
Por último, mencionar el hasta de reno de Little
Salt Spring, Florida, con una antigüedad de 10.000 años, que presenta 29
incisiones. Los arqueólogos, Jonh Gifford y Steve Koski, piensan que es un
calendario lunar utilizado por cazadores, pues las muescas realizadas les permitía
contar las lunas que faltan para la siguiente luna llena, momento propicio para
la caza (GIFFORD, J. y KOSKI, S. 2011).
Estos son algunos ejemplos, aunque hay más,
repartidos por diferentes continentes, en el que la disposición regular de las
muescas expresa una intencionalidad consciente. Este hecho, la coincidencia en
el número de muescas y el grado de dispersión de los materiales no invitan a
pensar que son producto del azar, sino que subsiste un elemento común que las
unifica. Y la luna se revela como la principal candidata ya que es un fenómeno
observable en cualquier punto del planeta, y fácilmente computable gracias a su
transformación cíclica, repitiendo siempre las mismas fases. Seguramente en estos primitivos conteos se
establecería una relación entre conjuntos de elementos (MATEOS, 2019), en el
que uno de los conjuntos estaría formado por las muescas realizadas en los
objetos y el otro por las lunas durante un ciclo, realizándose una muesca por
cada luna hasta llegar a la fase lunar que originó el cómputo.
Por tanto, estos artefactos puede que
constituyan los primeros pasos para cuantificar el tiempo, en esa lucha por el
control de los recursos. Y dada su dispersión por todo el planeta debía
tratarse de un conocimiento del que participaban todos los grupos humanos en
este momento.
En el Neolítico, continua este proceso cuantificador globalizador, en
el que la participación del sol es cada vez más patente, aunque sin olvidar la
pauta regular impuesta por la transformación de la luna, que es la que va a
fragmentar el recorrido del sol a lo largo de su ciclo. Esta presencia cada vez
más evidente del sol es visible en una serie de construcciones que se diseminan
por todo el globo terráqueo, donde existe una intención clara a orientarlas en
la dirección del orto helíaco.
Uno de los monumentos más antiguos es el de
Playa Nabta en Egipto, datado entre el 6500 y 5400 a.C, formado por un círculo
de piedras de cuatro metros de diámetro, que contiene cuatro puertas, dos de
ellas orientadas de norte a sur y otra hacia el solsticio de verano (MALVILLE,
WENDORF, MAZAR y SCHILD, 1998). En Gosek
(Sajonia) encontramos dos círculos concéntricos realizados con madera, de unos
75 m de diámetro, con un túmulo central y tres puertas, dos de las cuales se
orientan al orto y el ocaso del solsticio de invierno. La construcción data del
4900 a.C. (ARCHAEOLOGY, 2006).
Stone Henge (3000-1600 a.C.), situado en el valle de Salisbury
(Inglaterra) sería otro de los ejemplos que ilustran esta preocupación por
capturar el movimiento solar en sus puntos más relevantes. Según Mike Parker
Pearson, formaría parte de un complejo mayor compuesto por otro círculo de
postes de madera de unos 500 m de diámetro, situado a tres kilómetros de Stone
Henge, en Durrington Walls, y unido a este por una avenida que atraviesa el río
Avon. El nacimiento del sol en el solsticio de invierno incidiría en el altar
que forma parte de los trilitos centrales del primer círculo de piedra de Stone
Henge y el ocaso se produciría en el círculo de madera de Durrington Walls
(PARKER PEARSON, 2011). Además, otros estudios consideran Stone Henge un
auténtico observatorio astronómico, en el que, entre otros eventos celeste,
está la predicción de los eclipses, y la de un ciclo de cincuenta y seis años,
el tiempo que necesitan el sol y la luna en volver a la posición inicial,
repitiendo los mismos eventos astrales; así como, la de calendario (HAWKINS, 1965).
Además, en este caso, cercano en el tiempo al petroglifo de Touron, la
disposición de las piedras está formando tres círculos concéntricos, siendo el
más interior en forma de herradura, igual que se observa en la actualidad en la
piedra de Forcadela.
En los monumentos funerarios, sobre todo los
dólmenes con corredor (GIL-MERINO RUBIO et al, 2018; GONZALEZ GARCIA, 2009),
también encontramos esta tendencia a orientar las entradas a las cámaras en
dirección al nacimiento del sol, sobre todo en los solsticios de invierno y de
verano (HOSKIN, 2008). Es lo que sucede en el norte de la Península donde hay
un predominio claro hacia el solsticio de inverno, al igual que en otras partes
de la Europa atlántica (SCARRE, 2008).
Todos estos conocimientos adquiridos tras largas
horas de observación del cielo durante la prehistoria quedaran reflejados en
los calendarios de época histórica cuyos ejemplos más antiguos se hallan en las
áreas donde se desarrollarán las Grandes Civilizaciones de la Antigüedad,
Egipto y Mesopotamia, y sus zonas de influencia. Y es dentro de estas
producciones donde podría quedar encajada la piedra de Forcadela, ya que su
contenido más evidente es la existencia de un cómputo, expresado a través de
las cazoletas contenidas en los círculos, cuyo número y disposición encaja
bastante bien con este concepto de calendario solilunar, cuya cronología en la
Edad del Bronce, está acorde con las técnicas calendáricas del momento.
-
Errores de cálculos: ¿solsticio de verano?
Otro aspecto a tener en cuenta como argumento a
la posible interpretación del grabado de Forcadela como calendario, son esos
errores de cálculo comentados más arriba. Me refiero a la cazoleta del anillo
interior situada al NE, de dimensiones más pequeñas, y que sobresale del
círculo formado por las otras siete cazoletas; y de la otra cazoleta en el
anillo exterior en el ángulo NO, en la que no hay espacio de separación con la
cazoleta situada a la izquierda. En ambos casos o bien se trata de un error de
cálculo, en el que en un principio no estaban estas dos cazoletas y hubo que
añadirlas a posteriori en determinados huecos; o se realizaron con objeto de
señalar puntos importantes en el calendario. En este caso estaría acorde con el
orto helíaco en el solsticio de verano y su ocaso. En cualquiera de los casos
es indicio de que existe un interés consciente y que no se trata de algo
casual.
En el primer caso el interés es numérico, es
decir, se necesita que el primer círculo esté formado por nueve cazoletas, una
en posición central y otras ocho alrededor, no por ocho o por diez, o por
cualquier otro número; mientras que en el anillo exterior el número de
cazoletas tiene que ser exactamente de veinticuatro. Si este fue el caso el grabador tuvo que
añadir estas dos cazoletas después, al darse cuenta del error, buscando la
mejor manera de solucionarlo.
Por el contrario, si el interés fue el de marca
dos posiciones precisas del sol, o de otro astro, la intencionalidad entonces
es clara.
-
Orientado al norte: los cuatro puntos cardinales
Otra cuestión interesante que
podría estar asociada a esta intención calendárica es que el grabado se
encuentra orientado con gran precisión al norte geográfico. Una posible
explicación de este aspecto es la necesidad de conocer con exactitud los cuatro
puntos cardinales, para poder seguir la trayectoria solar en su movimiento
anual, y poder predecir los solsticios y equinoccios.
-
El juego de la Forcadela
La
acepción más común actualmente para el término de Forcadela es la de un insecto
negro con una especie de pinzas en forma de U en la cola conocido también como
tijereta o cortapicos. Su nombre viene dado por la forma de Forcada de su
pinza, ya que este apero de labranza era como una horquilla en U que servía
para recoger la paja (SANTAMARINA FERNANDEZ, A. 2003).
Sin
embargo, no siempre ha sido así. Hay otra definición más antigua, que relaciona
la piedra con un juego que "consiste
en formar una especie de trípode, poniéndose panza arriba, con los dos pies y
una mano en el suelo y volviendo el tórax y la cabeza hacia la parte opuesta
cuanto sea posible, a lo que ellos llaman virar a forcadela, porque las
piernas, en esa posición, semejan se a una horquilla o FORCADO. También se
ponen las piernas en alto y las manos y la cabeza en el suelo, al mismo tiempo
que se hace girar la cabeza hacia la espalda" (SANTAMARINA FERNANDEZ,
A. 2003).
La
asociación del nombre de Forcadela con un juego me trae a la memoria el relato
de Plutarco con el que los egipcios explican los días epagónicos en su
calendario. Según este autor había una profecía egipcia en la que se auguraba
que un hijo de Nut y Geb, el Cielo y la Tierra, gobernaría sobre todas las
tierras. Ra, que era el gobernante de todo, se indignó mucho, y dispuso que Nut
no alumbraría ninguno de los 360 días del año para evitar ser destronado. Nut
que no estaba de acuerdo con la decisión de Ra, acudió al dios de la sabiduría
Thoth. Éste, entonces apostó con Jonsu, la Luna, mediante una partida de senet,
que si ganaba se llevaría parte de su luz. Toth ganó la partida y con la luz
que obtuvo de Jonsu, Nut pudo dar a luz a sus cinco hijos Osiris, Horus, Seth,
Isis y Neftis, que se convirtieron en los cinco días epagómenos del calendario
civil egipcio.
En
este mito la idea del juego es la clave para que Nut pudiera hacer cumplir la
profecía ¿Podría pensarse que en Forcadela existiera una historia similar, en
la que dos contrincantes se disputan en un juego divino el gobierno sobre la
Creación?
Puede
que el recuerdo popular haya hecho perdurar en el nombre de la piedra su
significado primitivo, el de un juego, aunque el juego, la Forcadela, no sea el
original.
En
algunos casos el origen que creó el objeto desaparece y solo queda una
tradición que se mantiene viva de generación en generación como algo genuino
pero que nadie sabe la causa que la originó. Para ejemplificarlo contaré el
caso de la aljaima cordobesa, donde la gente todavía sigue colocando columnas
en las esquinas de las casas porque según ellos hace bonito. Se ha perdido la
memoria del origen de dicha costumbre, que se remonta a la primera época de la
inquisición, cuando muchos judíos se convirtieron al cristianismo por decreto
Real. La acusación más común de que eran objeto estos judíos conversos por
parte de la población cristiana era la de asesinar a Jesús, lo que llamaban
deicidio. Los conversos, para evitar que fueran acusados de ello, sacaban a los
patios, todas las antigüedades que atesoraban los sótanos de sus casas, y
colocaban estas columnas antiguas en las esquinas, con capiteles romanos y
califales, para demostrar que ellos se encontraban en aquellas tierras mucho
antes de que Jesús fuera crucificado, y así demostrar que no fueron ellos los
que cometieron el delito.
Nadie,
o poca gente, conoce esta historia, así los habitantes de la aljaima cordobesa
siguen exhibiendo sus antigüedades y colocando columnas en las esquinas
simplemente para embellecer el barrio, porque es parte de su folklore, algo que
se lleva haciendo desde hace mucho tiempo, aunque desconocen el porqué de esa
tradición. Algo similar pudo ocurrir con el nombre de Forcadela, donde se
podría seguir conservando el significado mitológico de juego, aunque se haya
perdido el resto del contenido original.
Además,
el hecho de que el juego de senet esté asociado al calendario egipcio, ya que
de la victoria de uno de sus contrincantes pudieron nacer los 5 días epagómenos,
es bastante significativo, si consideramos que la piedra de Forcadela pueda
tratarse de un calendario. Incluso el mismo juego de senet parece hacer alusión
a un cómputo lunar, ya que consiste en un tablero compuesto de treinta casillas
dispuestas en tres filas de diez casillas cada una, el equivalente a los tres
decanos que componen el mes egipcio. Y su observamos la piedra de Forcadela, el
grabado de círculos concéntricos y cazoletas puede parecer un tablero de juego.
Obviamente estas, llamémoslas coincidencias, no demuestran nada, pero resulta
bastante curioso que el nombre de Forcadela, al menos en las acepciones más
antiguas que recoge el diccionario de diccionarios, esté relacionado con un
juego.
Funcionamiento
del Calendario de Touron
-
Días-decanos-horas:
pequeñas piedras de colores
El
funcionamiento del mismo sería de la siguiente manera. Primero se cuentan los 9
días del círculo interior (por ejemplo, añadiendo una piedra en cada cazoleta,
empezando por la central), el décimo día que completa el decano se descuenta
del anillo de 18 (colocando otra piedra, tal vez de otro color en una de sus
cazoletas). Este circuito se repite hasta completar los 18 decanos que
completan los seis meses anuales (tres decanos por mes). Mientras tanto el
anillo exterior llevaría el cómputo de las horas tanto nocturnas como diurnas a
diario.
El cómputo que produce este calendario si
estuviera completo, es decir, si estuvieran representadas las 36 semanas del
año, sería de 360 días, con meses de 30 días cada uno. Lo que estaría en
consonancia con los tipos de calendarios existentes en este momento, al menos
el civil egipcio o los esquemáticos mesopotámicos.
-
Fechas:
Festividades
Lo más probable es que el calendario comience en
una fase lunar. Ya que es
la luna la que indica siempre el comienzo de los ciclos, mensuales y anuales en
todos los calendarios del momento. Una costumbre que debe hundir sus raíces en
los primeros conteos paleolíticos que comentamos más arriba, donde las
incisiones de algunos artefactos, como los de Ishango y Lembobo, están realizas
en hueso de babuino, un animal que más tarde será asociado con la luna en la
cultura egipcia. En época romana, por ejemplo, Plinio (HN, 16-95), hablando de
los pueblos celtas, comenta que recogen el muérdago “el quinto día de luna, el día que es el principio de sus meses y años,
así como de sus eras”. Lo que parece indicar que los meses debían comenzar
con la luna nueva o al quinto día de la luna nueva.
Para el comienzo del año seguramente escogerían
un momento especial dentro del ciclo solar, tal vez uno de los solsticios o
equinoccios. El calendario de Coligni, por ejemplo, comenzaba en el mes de
Samonios, que según unos autores hace referencia a la festividad irlandesa de
Samain, por lo que el comienzo habría que situarlo en el equinoccio de otoño (MONARD,
1999), mientras que para otros, deriva de la palabra Samon, que en galo
significa verano, por lo que el inicio del calendario habría que situarlo en el
solsticio de verano (LE CONTEL y VERDIER, 1997). Un momento que encaja bien con
el calendario de Touron como se comentará más adelante.
Seguramente, en cada fase lunar, así como en el fin de año o en año nuevo, y
en fechas señaladas, hubiera algún tipo de celebración, asociadas a algún
acontecimiento mitológico. Porque no hay que olvidar la vinculación del
ciclo solar y lunar con el corpus ideológico que lo sustenta, siendo los calendarios los que organizan este
recorrido simbólico y ritual. Por ejemplo, una fecha de gran relevancia en
estos momentos debía ser el equivalente al Samain irlandés, que seguramente
estaría asociado en la antigüedad a la desaparición de la estrella Antares,
situada en la constelación de escorpio. Esta estrella deja de verse en el
firmamento entre el 5 y el 9 de noviembre, lo que coincide con la festividad de
Sanmain, comenzando su viaje diurno, lo que los egipcios llamaban “oculto por
la duat”, e indiciando el comienzo de los meses fríos del año.
En nuestra cultura cristiana, este Samain debe
ser el equivalente a San Martín (que además fonéticamente se parece bastante), que
se celebra el once de noviembre, y es cuando se hace la matanza para guardar
alimentos que permitan sobrevivir al invierno. Además, encontramos en el
refranero algunas alusiones a la llegada del frio con la celebración de San
Martín:
“Antes de San Martiño, pan e viño;
dispois de San Martiño, fame e frío”
“Hastra o San Martiño inda pinga o ramalliño;
dispois do San Martiño, fame e frío”
” Por San Martiño dí o inverno: ¡alá vou eu!”
Así como el equivalente al día de Pascua debió
ser otra de las ferstividades de estos calendarios, que según Hawkins está
presente también en Stone Henge (HAWKINS, 1965).
-
Medio
año: asentamiento estacional
Pero vemos que el calendario
de Touron está incompleto, ya que solo se computan seis meses del año.
Tal vez después de los seis meses se comience un
nuevo cómputo de otros seis meses para completar el año. Pero también es
posible que sea debido a otras cuestiones. Ya que, como comenté en otro sitio,
hay una cazoleta en el ángulo NE del círculo interior de nueve puntos, que
parece señalar una posición celeste en concreto, la del solsticio de verano.
Por lo que el cómputo de 18 semanas podría estar reflejando una ocupación
estacional del asentamiento, cuya duración sería de seis meses, desde el
solsticio de verano, o en una fecha cercana, hasta el solsticio de invierno, o
un poco antes o un poco después.
Pero, ¿qué es
lo que motivaría esta estacionalidad?
El uso tradicional para el monte bajo en
Galicia, es el de servir de pasto al ganado. Un uso que seguramente pervive con
pocos cambios dese la Edad de Bronce, donde se ha documentado que los grupos
humanos van buscando principalmente las cuencas húmedas en estas áreas de
monte, para el establecimiento de una ganadería bovina con carácter estival.
Combinando esta actividad con una agricultura itinerante basada en el arado
ligero, y produciendo asentamientos de escasa entidad, sin murallas, construidos
con materiales perecederos y sin una estratigrafía clara (MENDEZ FERNANDEZ,
1994).
Debido
a esta característica, para los asentamientos de este periodo, y basándose en
el estudio de la dispersión de los materiales, se prefiere hablar de áreas de
acumulación (MENENDEZ FERNANDEZ, 1994), donde se observa que los materiales
arqueológicos o puntos arqueológicos, se agrupan en determinadas áreas o
unidades topográficas, que coinciden con las pequeñas cuencas donde se sitúan
los pastos húmedos. Estos estudios revelan una posición más elevada para estos
asentamientos respecto al poblamiento actual, precisamente en zona de monte,
por la necesidad seguramente de esos pastos o brañas con los que alimentar al
ganado (MENENDEZ FERNANDEZ, 1994).
Una
situación, por otra parte, común a otros asentamientos de la Edad de Bronce en
toda la Península, donde los grupos humanos realizan pequeños desplazamientos
estacionales, según un movimiento de transterminancia para poder acceder con el
ganado a las tierras serranas en verano y retornar a los valles en invierno (GALAN
DOMINGO, y RUIZ-GALVEZ, 2020).
Y
esto es lo que pudiera reflejar el grabado de la piedra de Forcadela, donde el
máximo tiempo computable es de seis meses, el tiempo que estaría ocupada esta
ladera para el aprovechamiento de los pastos de verano. Al final del período se
abandonaría para volver a los asentamientos de invierno, situados seguramente
en la costa, donde el clima es más benigno.
Reforzando esta idea, contamos, además, con la
tradición popular, que ha dotado a las piedras gallegas de unos nombres que nos
acercan, a veces, a su realidad más inmediata (FEIJO ARES).
En este caso nos vinculan a un mundo natural
asociado al monte bajo, donde se encuentran las pequeñas cuencas húmedas,
cubiertas de fresco y abundante pasto, que en estas tierras del noroeste
peninsular se conocen como brañas.
Así deberíamos entender las estaciones de Costa
de Veiguiña y Coto da Veiguiña, que junto con Nabal de Martiño, se sitúan en la
parte más alta del complejo rupestre.
De "Veiguiña" el diccionario de
diccionarios dice, en su definición más antigua, que son "..unos prados húmedos que solo dan pasto
para el ganado y no sirven para yerba verde ni para heno. Por lo común estan a
las márgenes de los ríos, y también los hay en otros puntos pero siempre
húmedos. Por su agua encharcada no sirven para otro uso. Brañas, brañales,
brañeiras" (SANTAMARINA FERNANDEZ, A. 2003), mientras que “Nabal”, quiere
decir campo sembrado de nabos. Alimento que también se le daba al ganado en
ocasiones.
Otro nombre que vuelve a relacionar la posición
de la piedra con el entorno es Coto Cubela, una de las estaciones rupestre que
se encuentra en la parte baja. Cubela hace referencia a un candado que se
coloca en las patas de las caballerías. Aunque también lo encontramos
designando aspectos del relieve, haciendo alusión a una hondonada en el terreno
donde se deposita el agua de lluvia o designando una cañada que discurre por un
valle (SANTAMARINA FERNANDEZ, A. 2003).
Pero en Forcadela, como he comentado, además de
su función calendárica, existe una intención expresa por contar las horas. Por
eso debió existir alguna manera de poder obtener este dato tanto de día como de
noche.
La
liturgia de las horas
La división del día en horas
es un concepto que encontramos por primera vez en la cultura egipcia, aunque
según Heródoto los griegos lo tomaron de los babilonios (Heródoto, II, 109).
Los egipcios dividían el día
en doce horas nocturnas y doce diurnas. Sin embargo, la duración de las horas en la Antigüedad no era igual
durante todo el año, sino que dependía del mes y la latitud, por ello se les da
el nombre de horas temporeras o desiguales. Así en verano las horas diurnas
eran más largas y las nocturnas más cortas y viceversa, ya que el arco que
describe el sol a su paso por la bóveda celeste no es el mismo en invierno y en
verano. Además, los sistemas empleados para medir la luz solar, basados en la
sombra que proyecta algún objeto o persona, no intentan corregir esta
desigualdad, sino que se adaptan a ella.
Por
eso estos primeros relojes horarios tienen rasgos propios de los calendarios,
ya que precisan de ciertos conocimientos de astronomía para localizar los
solsticios y los equinoccios, por ejemplo, y poder así calcular la medida de la
hora.
Este tipo de hora desigual continuará
perviviendo durante la Edad Media, desapareciendo progresivamente a medida que los
relojes se mecanizan durante el Renacimiento. Hasta entonces es la sombra de los objetos la
que determina el momento del día.
Seguramente los sistemas más primitivos estarían
basados en la longitud de la sombra y no en su posición, ya que los cálculos se
harían sobre planos horizontales utilizando un gnomon o vástago vertical,
perpendicular al plano y orientado en el eje este-oeste.
El reloj de sol más antiguo que se conoce es de
este estilo. Es el descrito en las paredes del templo funerario de Seti I en
Abidos (XIX dinastía). Estos relojes tenían la forma de una T mayúscula. Las
horas se medían en el vástago más largo, situado en posición horizontal, en el
que se realizaban cinco particiones. Mientras que el vástago más corto, perpendicular
y elevado sobre el anterior unos centímetros, proyectaba la sombra a medida que
el sol ascendía en su trayectoria. Cinco horas hasta el mediodía, luego se
giraba y se orientaba al oeste para proyectar la sombra descendente del sol,
otras cinco horas. Las horas del amanecer y el anochecer no se podían medir
porque las sombras eran demasiado largas. Estas horas seguramente eran
computadas bien por las estrellas o por algún otro método como las clepsidras, de
las que existen algunos ejemplos desde la XVIII dinastía. Pero cuando mejor
funcionaba este reloj era en las ocho horas centrales del día (Lull, 2016).
Es posible que en Touron existiera algún
mecanismo basado en la longitud de la sombra para conocer la hora aproximada
del día. Puede, incluso, que esta función horaria la realizara alguno de los
motivos de círculos complejos grabados en las rocas, ya que, en otras
estaciones rupestres gallegas de este período, se ha demostrado, mediante la
sombra proyectada por palos, que algunos de estos círculos están formando
alineaciones perfectas, siendo las más destacadas las que se alinean en los
equinoccios (GALOVART CARRERA, 2010). Lo que desde luego revela una necesidad por
conocer esta posición concreta del sol, y seguramente otras. Por ello pienso
que tal vez estos círculos tengan relación con algún método para contar el
tiempo, ya sea horario o anual.
En Touron estas alineaciones de círculos están
bien representadas en la estación de Nabal de Martiño, donde encontramos en una
de las rocas una serie de círculos complejos alineados, formado cada círculo
por tres y cuatro anillos, con varios radios sobresaliendo del conjunto, y
donde parece existir una predilección por la orientación este-oeste.
En la actualidad se desconoce el significado de
estos círculos, aunque la mayoría de investigadores los interpreta como
símbolos solares. Es además uno de los motivos más extendido y característico
entre los petroglifos Atlánticos de la Edad de Bronce.
¿Es posible, por tanto, que estas alineaciones
tengan un propósito práctico además de simbólico o ideológico, intentando
localizar los equinoccios, y tal vez las posiciones máximas de declinación del
sol, con el fin de establecer unos puntos de referencia, sobre los cuales
realizar cálculos que puedan servir para manipular el calendario de Forcadela? O
incluso ¿pudiera tratarse de otra forma de calendario, como el propuesto por
Fernando Alonso para el grabado de Laxe das Rodas? (ALONSO ROMERO, 1983).
Estas líneas equinocciales y solsticiales van a continuar
formando parte de los relojes de otros períodos. En época griega encontramos
unos relojes de sol denominados hemiciclos porque están excavados en la roca
creando una superficie esférica. En ellos se marcan las doce horas diarias y
las tres curvas calendáricas, dos para cada solsticio y una para los
equinoccios. Diógenes Laercio dice en su obra “Vidas, opiniones y sentencias de filósofos ilustres” que
Anaximandro de Mileto (s. VII-VI a.C.) inventó el gnomon útil para conocer los
solsticios y los equinoccios, y se atribuye a este filósofo la creación de la
oroscopeia, un artilugio que servía para medir el tiempo, aunque no se sabe en
qué consistía.
Otro ejemplo interesante en el que se tiene en
cuenta la posición del reloj respecto al sol, es la torre de los vientos en el
ágora de Atenas. Un edificio de planta octogonal construido por Andrónico de
Cirro en el año 50 a.C., donde se marcan los cuatro puntos cardinales, además
de otras cuatro posiciones intermedias. Lo que lleva implícito el conocimiento
de la línea equinoccial a partir de la cual establecer el este geográfico
exacto. Además, cada cara de este edificio tiene un reloj de sol vertical al
exterior.
En época romana, continuadora de la gnomónica
griega, siguen marcándose estos ejes equinocciales y solsticiales. Un ejemplo
es el analema de Vitrubio que explica en su Re Arquitectura, en el capítulo
VIII.
Pero existe otro artilugio muy difundido en la
Antigüedad, para contar las horas. Las clepsidras. Y es curioso observar que,
pudiendo ser corregidas las horas desiguales en estos aparatos, no se hiciera,
ya que eran mecanismos completamente desvinculados de la luz solar, basadas en
cálculos matemáticos para controlar el discurrir del agua según una pauta
determinada. Al contrario, las clepsidras se adaptan a ellas y adquieren
nuevamente rasgos calendáricos, y complicadas maquinarias, para hacer posible
el computo de las horas desiguales. Seguramente la razón por la que no se
modificó la hora es de índole religioso y cultural.
A través de Vitrubio (Re Arquitectura, VIII)
conocemos alguno de estos complicados mecanismos, en los que es constante la
presencia de los meses representados por las constelaciones zodiacales.
Lo que quiero resaltar con esto es el hecho de
que mientras que el cómputo de las horas se haga de forma desigual, los relojes
van a estar íntimamente relacionados con el sol y su trayectoria, igual que los
calendarios, por lo que tanto unos como otros van a compartir rasgos similares.
Y no sería extraño que puedan aparecer dentro del mismo espacio, o formando
parte del mismo cómputo, como podría ser el caso del petroglifo de Forcadela,
los motivos de círculos complejos o la cámara de Senenmut.
Sin embargo, la cuestión primordial es ¿porque
necesitan los habitantes de estas tierras conocer el momento del día o de la
noche en que se encuentran?
Existe un motivo práctico que
puede explicar esa necesidad de contar las horas del día: el de hacer turnos de
vigilancia para evitar que el ganado pueda ser dañado por algún depredador,
robado o perdido, o el de ser atacados por alguna otra tribu hostil. Además, la
posición de la piedra de Forcadela, sobre una pequeña elevación, en la parte
más baja y accesible de la ladera, donde seguramente se ubicaría el poblado y
las reses durante la noche, es un punto de observación privilegiado, ya que
desde este puesto se puede controlar el lugar de asentamiento y las posibles
vías de penetración, además de tener una visual completa de la sierra que se
extiende más al norte.
Pero también pudo existir una
motivación religiosa, que no excluye la anterior, y que está íntimamente ligada
con el discurrir del sol por la bóveda celeste.
El sol es el principal astro
del firmamento. Las sociedades primitivas eran conscientes de su importancia, y
entendían que su presencia era fundamental para el nacimiento y el desarrollo
de la vida en el planeta, por ello debían sentir la necesidad de dar gracias
por su presencia todos los días y rogar que vuelva al día siguiente. Y
seguramente la forma de hacerlo sería mediante una serie de oraciones
distribuidas a lo largo del día y de la noche.
Un ejemplo de esta necesidad por
glorificar al sol como dios creador, es el Himno de Atón, escrito hacia el 1360
a.C. supuestamente por el faraón Ajnatón, pero que rememora plegarias más
antiguas dedicadas a Osiris o Amón. Y que posiblemente haya inspirado los
poemas hebreos conocidos como salmos. De hecho, el salmo 104 de la Biblia tiene
ciertas similitudes con el Himno de Atón (THOORENS, 1968).
Esta tradición salmódica, que
vemos que ya practicaban sumerios, asirios y babilónicos, llega al cristianismo
a través de la cultura hebrea. Y es precisamente en uno de estos salmos (el
118), donde el cristianismo basará la regulación de sus oraciones a lo largo
del día. En el salmo 118; 164, el profeta dice “siete veces al día te alabé”, y en el 118; 62, añade “a media noche me levantaré para darte
gracias”. De todo esto se puede deducir que glorificar al creador,
cualquiera que fuera su aspecto, debía constituir una práctica habitual y
bastante antigua.
Tomaré como ejemplo la
liturgia cristiana para explicar cómo podría organizarse este repertorio de
rezos diarios.
En el capítulo XVI de la regla
de San Benito, que está basada en los salmos aludidos, se establecen ocho
momentos del día en los que se debe dar gracias al señor. Así Maitines se
rezaba entre la medianoche y el amanecer, es la primera oración del día, Laudes
durante el amanecer, Prima, la primera hora después del amanecer, Tertia, la
tercera hora después del amanecer, Sexta, mediodía, Nona, sobre las 15:00
horas, Vísperas, antes de la puesta del sol y Completas antes de irse a dormir.
A la estructuración de estos rezos se les denominó horas canónicas o la liturgia
de las horas, que era un total de ocho horas repartidas en guardias o vigilias.
Aunque esta costumbre de dar
nombre a las horas ya la encontramos en Egipto. En una pieza hallada en Sais
(CLAGETT, 1995), del tercer período intermedio, donde junto a las horas
aparecen sus nombres. Así la primera se llama “la que amanece”, la segunda “la
que introduce”, la tercera “la que protege a su señor”, la cuarta “la secreta”,
la quinta “la de la llama”, y la sexta “la estante” (Lull, 2016).
Lo importante es que el sol es
el principal motor de estas plegarias, siguiendo su trayectoria desde su
nacimiento hasta su muerte.
Para
realizar el computo de las horas canónigas, se utilizaron en un principio los
llamados relojes de pies, empleando para
ello la longitud de la sombra del cuerpo humano. Estos relojes canónicos se
basan en las tablas de Paladio (Paladio, Re Agricultura, s. IV), aunque en
estas cristianas son de un pie menos.
Paladio en su Re Agricultura hace una
descripción de estas tablas. El fundamento de esta medición se basa en la
proporción del cuerpo humano en relación a la medida del pie, comprobándose que
la estatura de cada persona es equivalente a siete veces la medida de su pie.
De esta manera Paladio describe doce tablas horarias correspondiente a los doce
meses del año, en los que los primeros seis meses desde el solsticio de
invierno la medida de la sombra va menguando según la siguiente relación: dos
pies los tres primeros meses y un pie los otros tres siguientes, hasta llegar
al solsticio de verano. En este punto sucede lo contraria, la sobra se va
alargando en la misma proporción.
Para medir la hora durante el día, la sombra va
disminuyendo las primeras seis horas según la siguiente proporción: 10 pies, 4
pies, 3 pies, 2 pies y un pie. Cuando llega a mediodía va creciendo en esta
misma proporción hasta completar las doce horas diurnas. De esta manera para
memorizar las tablas solo tenían que recordar el comienzo de las primeras horas
de los seis meses primeros: 29, 27, 25, 24, 23 y 22, y la proporción en la que
menguan: 10, 4, 3, 2 y 1.
Los relojes de este tipo más antiguos se
conservan en códices de los siglos VII al XI, como las Etimologías del San
Isidoro de Sevilla (627-630), el códice Albeldense o Vigiliano (976) o el
Antifonario mozárabe de Leon (s.XI). Aunque también las encontramos en algún
templo de época visigótica inscrito en las paredes, como en San Pedro de la
Nave en Zamora (s.VIII). La mayoría de estos relojes son solo tablas en los que
se escriben los datos que interesan, es decir, la cantidad de pies y la hora
del día a la que corresponde, en los distintos meses del año.
Sin embargo, hay una ilustración en el códice
Albeldense (Figura 4) en el que se recogen estas horas canónicas de otra
manera, en dos esferas. Estas esferas se sitúan una encima de la otra. El
interior está dividido en tres porciones, cada una de ellas representa dos
meses, es decir seis meses en total: en la superior enero-diciembre,
febrero-noviembre y marzo-octubre, y en la inferior abril-septiembre,
mayo-agosto y junio-julio. El interior de estas ruedas esta surcada además por
seis círculos concéntricos que representan las horas y los pies que corresponde
a cada una. Pero se añade otro dato más, el período de insolación en los días
correspondientes a los equinoccios y los solsticios, para lo que se dibujan
otras cuatro esferas, divididas cada una en 24 sectores que representan las 24
horas de un día completo. Estas últimas recuerdan un poco a las doce esferas de
veinticuatro radios de la cámara de Senenmut. Hasta la fecha nadie sabe que
representan estas esferas. Tal vez fuera este el propósito de los círculos en
esta cámara, la de mostrar las horas de luz y oscuridad durante los doce meses
del año, como muestra la ilustración del códice Albeldense, ya que hasta la
fecha nadie sabe que representan. En el Antifonario mozárabe de León existe una
reproducción muy parecida (MENTRE, 1994). Y el reloj en piedra de la Abadía de
Santa María de Benevívere tiene una estructura similar: dos esferas una sobre
otra, la superior más grande contiene las tablas con la luz solar durante los
meses del año, y un reloj canónico de 4x45º, mientras que la esfera inferior,
más pequeña, es un reloj de sol de doce radios.
Figura 4. Edición facsímil del Códice Albeldense: Biblioteca Gonzalo de Berceo. Folio 7v.
A partir de los siglos XI-XII
los relojes canónicos comienzan a adoptar la forma del reloj de sol. Estos
relojes se grababan en los muros exteriores de las iglesias, adoptando una
posición vertical, por lo que las horas se medían por la posición de la sombra.
Consistían en un círculo con un vástago en el centro. Solo se utilizaba la
parte inferior de la circunferencia, que se dividía en varios sectores, siendo
los más comunes los de ocho de 22, 5º y los de cuatro de 45º. En los que se
marcaban a veces cinco horas (prima, tertia, sexta, nona y vigilia) o tres
(tertia, sexta y nona).
La
cuestión es que el cómputo de las horas se realizó de forma desigual desde los
primeros calendarios, y seguramente desde antes, hasta el Renacimiento. Pero ¿Por
qué? Se conocían mecanismos desde la Antigüedad, como las clepsidras, por
ejemplo, que podrían haber permitido igualar la duración de las horas. Pero en lugar
de modificar la medida de las horas adaptaron complicados mecanos a estos
artilugios para conseguir que las horas fueran computadas desigualmente.
Tal
vez la respuesta a este interrogante no sea de índole terrenal, sino que haya
que buscarla en el mundo de las creencias. Y para abordar este apartado me
gustaría introducir otra producción cristiana que se encuentra en la
Catedral de Gerona y que guarda cierta similitud con el petroglifo de Forcadela.
El tapiz de la Creación.
Los
números de la Creación: una cosmogonía solar
Para explicar este apartado quiero traer un
ejemplo del arte románico catalán que tiene cierto parecido con el calendario
de Outeiro da Forcadela. Se trata de otro calendario, el tapiz de la creación
de la Catedral de Gerona, datado en la segunda mitad del siglo XI o principio
del XII (Figura 5).
El tapiz está incompleto, actualmente se
conservan 3,65 m x 4,70 m, ya que el original debía de ser de 6 m. Representa
un calendario formado por tres anillos concéntricos en el que se desarrollan una
serie de viñetas.
El anillo interior es un círculo dividido en
nueve partes, de las cuales una ocupa el centro. En estas se representa el Mundo
Creado por Dios. En el siguiente anillo, del círculo se pasa al cuadrado, se
representan los cuatro puntos cardinales definidos por los vientos del norte,
sur, este y oeste. Por último, en veintisiete casetones dispuestos alrededor de
los anteriores, sin perder la forma del cuadrado, se observa el discurrir de un
año.
Figura 5. Tapiz de la Creación de la catedral de
Gerona. |
Esta misma estructura en tres anillos
concéntricos es la que vemos en el petroglifo de Forcadela, aunque solo el
anillo interior conserva el mismo número de divisiones que el tapiz, expresadas
en cazoletas: nueve. De las cuales una ocupa el lugar central, y las otras ocho
se sitúan alrededor de ella.
No obstante, aunque los otros dos anillos en el
tapiz se organizan y dividen de diferente forma que en el calendario de Touron,
no dejan de perpetuar contenidos que podrían provenir de calendarios
precedentes. Por ejemplo, el anillo intermedio del tapiz, aunque ha perdido la
función calendárica, sigue existiendo, introduciendo un dato geográfico en su
lugar: el de los cuatro puntos cardinales. Dato que también está presente en la
piedra de Touron, ya que el petroglifo está orientado hacia el norte
geográfico, por lo que los cuatro puntos cardinales están implícitos en ella. Y
como vimos en el apartado anterior, estarían haciendo alusión a esas líneas
equinocciales y solsticiales que vemos en los relojes de horas desiguales,
rasgos que comparten con los calendarios. Mientras que el anillo exterior es el
que contiene la función propiamente calendárica, desarrollada en veintisiete
casillas, tres más que en el anillo exterior de Touron. Otra vez el número
tres. Número que está presente en todos los anillos de Forcadela.
Vemos por lo tanto que el tapiz sigue
conservando la misma estructura en tres anillos concéntricos que observamos en
el petroglifo. Tal vez porque esté perpetuando una tradición cultural distinta
pero que sigue siendo sagrada entre la población cristiana peninsular.
Pero para explicar este apartado voy a centrarme
nada más en el anillo interior, que es el que más similitudes guarda con el
calendario de la catedral de Gerona. En el tapiz se observa que el centro del
círculo está ocupada por al Creador, en el pantocrátor, bendiciendo y con el
libro abierto. A continuación, alrededor de la figura del Creador, se disponen
ocho casetones en los que se expone la obra creadora. Las cuatro casillas
superiores estarían destinadas a la creación del Universo y la formación de la
Tierra. Y en las cuatro casillas inferiores se narra la creación de la vida en
la Tierra, tanto vegetal, animal como humana.
Lo que nos invita a pensar si en Forcadela no se
desarrolló un corpus ideológico parecido: nueve cazoletas en el círculo
interior, una de las cuales se sitúa en posición central, ocupando el lugar del
Creador, y ocho cazoletas alrededor de esta, nos revelarían los días empleados
en la creación del Mundo. Ocho acontecimientos que los sacerdotes irían
rememorando durante el transcurso del día a base de rezos y plegarias. Convirtiéndose
el ser Creador, en el caso de Tourón, en el sol deificado.
Según la tradición judeo-cristiana los días de
la creación fueron siete, sin embargo, en el tapiz de la creación de la
catedral de Gerona hay ocho casetones, como en el calendario de Forcadela. Tal
vez porque, como ya apunté más arriba, es una reminiscencia de un culto
anterior en el que el Mundo se creó en ocho días.
Hay indicios que hacen suponer que algunas de
las religiones más primitivas estarían basadas en el sol como dios creador del
Universo y de la vida. Algunos ejemplos ya se han mencionado. Es el caso de los
monumentos megalíticos, donde se observa una intención precisa por orientarlos
hacia algunos de los momentos clave de la trayectoria solar, como son los
equinoccios y los solsticios. Algunos de los motivos de los petroglifos
gallegos, como círculos complejos, muy populares en el ámbito Atlántico, o las
esvásticas, que también se encuentran en el Mediterráneo oriental, son otros
ejemplos de un culto solar que debió ser común a muchas de las sociedades de
este momento cultural. Pero sin duda los ejemplos más destacados los podemos
encontrar nuevamente en Egipto y Mesopotamia, donde ha quedado constancia de
este culto escrito en las paredes de tumbas, templos y papiros, o en tablillas
de arcilla.
El panteón egipcio está encabezado por una
divinidad creadora solar, Atum-Ra. En este panteón además hay ocho dioses más
que juegan un papel importante en la Creación. Ra, crea el aire (Shu) y la
humedad (Tefnut) sobre la Colina Primordial. De ellos nacen la Tierra (Geb) y
el cielo (Nut). Y de estos El Rey del Más allá (Osiris) que es el sol del
ocaso, el Trono de Egipto (Isis), el Caos, el desierto (Seth) y por último la
noche y la muerte (Neftis). Más tarde de Isis nacerá el sol naciente (Horus),
el Rey de Egipto.
Lo interesante es que son ocho dioses o fuerzas
primigenias, a parte del Creador, como en el calendario de Forcadela y de la
catedral de Gerona, y no siete, los evantos que acontecieron en la creación del
Universo.
Este número lo hemos visto también asociado a
los relojes canónicos, que son los que estructuran los rezos de los clérigos
durante el día, para glorificar al dios creador. Existen, además, otros relojes,
dentro de la litúrgica cristiana, de este tipo que narran otros
acontecimientos. Es el caso del Reloj de la Pasión (Figura 6), que puede
ilustrar bastante bien lo que estamos comentando aquí. En el vemos nuevamente
la división en ocho casetones que narran los acontecimientos que se quieren
glorificar, en este caso la pasión de Cristo, y la división en veinticuatro
horas diarias, para saber a qué hora ocurre cada acontecimiento.
Figura 6. Reloj de la Pasión de Jesús.
Por ello es posible que el calendario de Outeiro
da Forcadela no solo servía para llevar un control del tiempo en el que debían
permanecer en el lugar, sino que también cumple una función cosmogónica y
ritual, como otros calendarios del momento, en la que los números juegan un
papel importante como elementos que estructuran la Creación y el ciclo anual
del dios creador, el sol.
Los
calendarios están formados esencialmente por números, estructurados según varias
secuencias: días, semanas, meses y años. Intentando organizar el ciclo anual
del sol.
Una
de las funciones más evidente de esta estructuración es el de poder localizar
fácilmente los acontecimientos que produce el sol en su desplazamiento anual y
poder predecir ciertas situaciones que ocurren en la naturaleza. El sol se
convierte por ello en el elemento principal de la vida adquiriendo la categoría
de dios creador. Por ese motivo los calendarios se convierten en objetos
religiosos, que se llenan de historias sagradas que describen la vida de su
dios principal.
Por
tanto, la necesidad de estructurar, de fragmentar, la vida del dios solar, en distintas
porciones de tiempo, va a ir generando a su vez una cosmogonía que explique
cómo este dios realiza su acto creativo. Donde las fracciones que estructuran
su vida son el principal vehículo de la Creación. Es decir, los números.
Y
es posible que el sistema de conteo en base dos sea el origen de esta
cosmogonía numérica, ya que es el primer método para contar detectado, y origen
de todos los sistemas numéricos posteriores. Y que tiene cierta connotaciones
ideológicas y filosóficas.
Voy a traer aquí una frase de Platón que está en
consonancia con esta idea, dice así “los
antiguos, que eran superiores a nosotros y habitaban cerca de los dioses,
habían heredado una tradición que decía que todas las cosas que existen constan
de un Uno y una Pluralidad y contienen ellas mismas los principios congénitos
de lo Limitado y lo Ilimitado” (Filebo 160).
Esta idea ya la venía desarrollando la escuela
pitagórica desde el siglo VI a.C., quienes definían esta "Pluralidad"
como "Dos indefinido", identificándolo con el mundo sensible y
cambiante en el que vivimos, en contra posición a otro universo, real y
perfecto, creado a partir de los números, en el que la Unidad se revela como el
origen de todas las cosas y el principio aritmético del número. De esta manera
la Unidad lleva implícito lo limitado del uno y lo ilimitado del número (como
sucesión de unidades). Así todo lo que es indefinido, deforme y desordenado,
características que identifican el mundo de los sentidos, se englobaría dentro
de esta pluralidad o Dos indefinido, siendo “absolutamente imposible que la naturaleza pudiera existir sin la Díada
indefinida (como llama Platón a este Dos indefinido)” (Teofrasto, Metaph.
33). Platón identificará la Unidad con el mundo real y perfecto, mientras que
la Pluralidad (el número) será el mundo natural e imperfecto, que intenta
imitar al real.
Tal vez la cita de Platón esté recogiendo una
ideología muy antigua que ha llegado hasta nuestros días descontextualizada
perdiendo todo su significado. Pero que revela un significado oculto en los
números, una cosmogonía, que es muy posible que sea la evolución de una
cosmogonía más primitiva basada en la fragmentación anual del sol.
La cazoleta básicamente es la representación de
un punto, por eso posee esa capacidad de ser cuantificada. Puede que los puntos
o cazoletas, ordenadas o no, estén aludiendo a esta tradición transmitida por
los hombres primitivos. Y que la representación de un punto aislado o en una
posición central, sea el principio de la creación, que unido a otros puntos da
origen al mundo natural y sensible. Esta evolución es contemplada por los
pitagóricos que la explican de esta manera: el mundo sensible se originaría
desde el punto, que es la unidad de donde vienen todos los números, de este
pasaría a la línea (dos puntos), de la línea al polígono (tres puntos), del
polígono al sólido (cuatro puntos), y del sólido a los cuerpos sensibles
(compuestos por los cuatro elementos). Puede que otros grabados prehistóricos
formados por retículas y triángulos hagan referencia a este universo
desarrollado a partir del punto.
Esta idea, sin embargo, no es exclusiva de la
escuela pitagórica ni de Platón, sino que puede rastrearse en casi todas las
religiones del planeta, debido seguramente a su amplia difusión en la
prehistoria, a partir de una cultura ancestral.
En esencia lo que nos transmiten las religiones
posteriores es una religión solar. Además, es lógico que el universo numérico
de los pitagóricos se gestara a partir de la evolución de estas doctrinas
solares, ya que la manera de controlar el ciclo solar es a través de los
números, como ya vimos en los primeros conteos prehistóricos, basados en las
fases lunares. Todo el ciclo tiene que ser fragmentado si queremos saber en qué
momento se producirá un evento determinado. Todo tiene que ser necesariamente
computado para poder ser localizado, por eso no es de extrañar que el Universo
se llene de números y los calendarios sean la plasmación de ese Universo
numérico, que el petroglifo de Outeiro da Forcadela representa a través de sus
cazoletas.
Conclusión.
Porqué un Calendario
-
Los números
encajan con las producciones calendáricas del momento, especialmente con los
calendarios egipcios.
-
Existen precedentes en el Paleolítico y
Neolítico de una preocupación por controlar el ciclo de los astros mediante una
serie de artefactos en los que se expresan los primeros conteos realizados por
el hombre, sobre todo en el control del ciclo lunar, aunque también hay una
preocupación por el movimiento anual del sol y por conocer sus puntos más
relevantes dentro de este círculo solar.
-
La imperfección en el círculo de nueve: la
pequeña cazoleta situada al NE pudiera indicar la necesidad de que este círculo
estuviera formado por nueve cazoletas y no por ocho, por tanto, hay una
intención muy clara de que los números sean exactos.
-
Se observa además una orientación bastante
precisa hacia el norte geográfico, como si necesitaran saber exactamente donde
se encuentra los cuatro puntos cardinales, y por tanto la oscilación anual del
sol durante un ciclo.
-
Semejanza con los relojes de misa: 8/24
cazoletas.
-
Semejanza con el tapiz de la Creación de la
Catedral de Gerona: anillo interior de 9 cazoletas.
-
La piedra como material sagrado: los
calendarios producciones sagradas controlados por sacerdotes.
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