lunes, 12 de diciembre de 2016

TRAS LA HUELLA DE GILGAMESH



El descubrimiento de este pueblo milenario enterrado en las arenas del desierto de Taklamakan, ha abierto nuevos horizontes por donde enhebrar el hilo del pensamiento, que va tejiendo una tela invisible donde pueblos y culturas se entrelazan para crear un complejo bordado.

Los tocarios o, más bien, sus antecesores paleo-europeos, procedían seguramente de Siberia meridional (culrura de Afanas’evo del 3.500 a.C. al 2.500 a.C.), aunque los antecesores de estos debían vivir más a occidente, al norte del Mar Negro, en un área que se conoce como la estepa póntica (culturas de Yamna entre 4.500 a.C y 2.500 a.C., Javalinsk o proto-kurgan del 5.000 a.C. al 4.500 a.C., y de Samara del 5.500 a.C. al 5.000 a.C.). En todas estas culturas lo más destacado son sus necrópolis, en las que se enterraba una población de rasgos europeos o paleo-europeos (rubios, con ojos azules y de gran estatura), semejantes a la de las necrópolis del Tarim.

Los historiadores griegos a finales del I milenio a.C., sitúan a los tocarios, en las fronteras orientales del imperio persa, y dicen de ellos que son un pueblo guerrero, que habla una lengua indoeuropea, tienen aspecto nórdico, y están emparentados con los escitas del norte del Mar Negro.

Está claro que  la filiación europea de estas gentes no parece presentar dudas, no solo por su aspecto, sino también por su lengua, más emparentada con la rama centum, indoeuropea occidental, que con la conocida como satem, indoeuropea oriental.

Una filiación que además apunta hacia una de las culturas más características de la Europa occidental, la celta, como parece corroborar el fascinante estudio de E.W. Barber, mediante el cual establece una conexión entre los tejidos de las momias del Tarim y los de las poblaciones celtas de la Tene, a través de un tipo de telar especifico, hallado, ¡cómo no!, al norte del Caucaso.      

Hacia el II milenio a.C, decíamos, los antecesores de los tocarios, provenientes de las culturas eneolíticas, del norte del Caucaso y Mar Negro, tras permanecer en una serie de asentamientos de la cuenca alta del Yenisei y zona central de la llanura de Minusinsk, en Siberia meridional, durante, aproximadamente, un milenio, se establecen en los oasis del desierto de Taklamakan, aprovechando una de las vías comerciales más antiguas que unía occidente con oriente, la ruta de la seda. Donde crean una serie de reinos independientes gobernados por una ciudad (Hami, Turfán, Karachabr, Kucha, Aksui, Kashgar). 

Las incursiones mongolas de finales del I milenio a.C., en busca del lucrativo comercio de la seda, contribuyen a que la población tocaria abandone la zona y se establezca más a occidente, en Bactriana, en la frontera oriental del imperio persa, donde las fuentes griegas transcriben el nombre, tukhara, con el que indios y persas denominan a estas gentes de aspecto europeo, llamándoles Thokaroi.

Pero lo más curioso es, como ya comentamos anteriormente, la conexión existente entre el poema de Gilgamesh y las creencias de este pueblo. Como si el héroe sumerio procediera de esta cultura ancestral o compartiera sus creencias.

La cuestión es, como se produce esta conexión, o más bien, donde y cuando. Como hemos visto, todos los indicios en relación a estas gentes del desierto, nos llevan al norte del Caucaso y del Mar Negro, más que a Mesopotamia. ¿Sería posible que proto-sumerios y proto-tocarios, en un momento anterior al IV milenio a.C., compartieran un espacio común, al norte del Mar Negro, donde desarrollarían un substrato cultural parecido, en el que compartirían creencias e historias similares?

Para el lingüista W.N. Hennings, los tocarios serían los antiguos gutis o guteos de la región del Caucaso. Este pueblo aparece mencionado por primera vez en los escritos acadios de finales del III milenio a.C., refiriéndose a ellos como “horda de bárbaros incivilizados”, que, procedentes de los montes Zagros, protagonizarían recurrentes incursiones al imperio.

Sin embargo, cuando el imperio acadio comienza a decaer, las incursiones de este pueblo de "bárbaros", se transforman en una invasión organizada que consigue someter Mesopotamia durante todo un siglo. Los gutis son recibidos por la población sumeria como libertadores, integrándose social y culturalmente con ellos. Las ciudades sumerias conocen un segundo período de esplendor durante el reinado de estas gentes de las montañas.

Dato interesante ya que la traducción sumeria de Gutium es “madre que tiene el cordón de la vida”. Lo que podría estar aludiendo a un origen común de ambos pueblos. ¿Es posible, que los Guti norcaucásicos, acudieran en ayuda de sus hermanos sumerios, sometidos a los semitas de Akkad?

Hasta el momento el origen de los sumerios  es una cuestión que se sigue debatiendo, y sobre la que no hay consenso. En este sentido, y siguiendo con nuestra argumentación, una de las líneas de investigación apunta que los sumerios, de acuerdo con la tipología de sus cráneos, pueden tener un origen caucásico. Desde luego, el relato de Gilgamesh nos conduce a este origen, donde tocarios y sumerios se unen a través del cordón de la vida que extienden los gutis hasta Summer.

En este caso, la ruta de Gilgamesh bien pudiera ser un recuerdo de este origen común, donde se realizaba periódicamente un viaje hacia el sol naciente, atravesando la estepa (del Pontos), antes de entrar en el desierto de Taklamakan. 

Y, tal vez, el resultado negativo de la expedición de Gilgamesh, sea la aportación de los sumerios mesopotámicos, al relato, en el que se ponen  en entredicho unas creencias antiguas y unos dioses en decadencia. Gilgamesh da paso a una nueva Era, en la que el hombre y su capacidad creadora, y civilizadora, pasa a un primer plano (Gilgamesh se enorgullece de las murallas de Uruk, que glorifican su nombre y hacen que perdure en el tiempo, la inmortalidad de Gilgamesh). Mientras que Utnapishtin es el héroe del pasado, de unas creencias antiguas, cuyo destino se encuentra al arbitrio de los dioses, por eso debe morar con ellos, en las tierras del sol naciente.





                        Una de las necrópolis de Lop Nor (Taklamakan), a la que había que
                        acceder en barca, y en la que se colocan grandes postes al pie de la
                        proa de las tumbas femeninas, y remos en las masculinas (costumbre
                        que adoptaron luego los vikingos). Las momias se enterraban vestidas
                        y con ajuar a una profundidad de 2 metros.