domingo, 26 de marzo de 2017

LA DIOSA DE LAS CAVERNAS

Los inicios del hombre en la Tierra se parecían bastante al de cualquier animal terrestre, si no fuera por su capacidad de reflexión. Lo que representaba una gran ventaja, ya que le permitía, no sólo mejorar su debilidad física, sino, también, ampliar el  conocimiento del entorno y de sí mismos. Lo que planteaba una serie de interrogantes, sobre su origen, y el porqué de su existencia. Cuestiones que todavía hoy siguen inquietando al hombre, y que como entonces, sigue sin respuesta.

Según el estado de cosas en ese momento, la respuesta a estas preguntas estaba condicionada por su experiencia en un entorno donde la naturaleza lo era todo. La consecuencia lógica de la observación de esta naturaleza hacía sospechar que, puesto que son las hembras de todas las especies las que producen la vida. En un plano superior, divino, tenía que ser una madre la creadora de todo lo que conocían. Una diosa madre, que en todas estas culturas prehistóricas se asocia con el planeta Tierra.

De esta manera se desarrolla una cosmogonía basada en esta gran diosa creadora, trasladando los atributos femeninos a este ser supremo. Así, las cuevas, lo más profundo de ellas, se convierten en los úteros de la madre, donde se engendra y se gesta la vida de todos los seres vivos.

Imaginar una diosa madre de estas características resulta difícil desde nuestra posición terrestre, por eso, en el paleolítico superior, comienzan a difundirse por toda Europa unas figurillas de mujeres, las Venus paleolíticas, que si no representan físicamente a la diosa madre, al menos si lo hacen de su capacidad creadora, ya que destacan sobre todo sus órganos reproductores, siendo casi inexistentes sus extremidades, y en algunos casos, incluso la cabeza. Tal vez como consecuencia de esta visión informe que se tiene en este momento de la diosa. 

Este concepto de la Tierra como ser vivo, es el que todavía pervive en los filósofos griegos de la segunda mitad del I milenio a.C., como vimos en las palabras de Alejandro Polystor, cuando habla de los cuatro elementos, “y a partir de ellos se origina el cosmos, animado, inteligente, esférico y rodeando toda la tierra, la cual es en sí misma esférica y está habitada por todas partes”.

Pero, ¿Quién engendra a la diosa para que la vida siga existiendo? La observación de la naturaleza revela que son los machos de cada especie, los que engendran a sus hembras. Lo lógico sería pensar que la diosa debería ser engendrada, también, por dioses masculinos.

Aunque no se sabe si existía un consorte masculino para la diosa, es posible, que las pinturas rupestres de esta época podrían cumplir con esta función, representando en lo más profundo de las cavernas, de los úteros de la diosa, animales y hombres, con el propósito de que cobren vida, como si fuera la semilla del dios fertilizador. Donde también, se imprimen, simbólicamente, las manos, como rasgo distintivo de la especie humana, aludiendo a su condición de hijos de la diosa.

Este podría ser el fundamento básico de las cosmogonías de época paleolítica, que se puede rastrear en innumerables pasajes de las diferentes mitologías de las posteriores culturas históricas.


Cuando la sociedad comienza a pasar a una economía más agrícola, la diosa no pierde su condición de madre creadora, aunque el elemento masculino está cada vez más presente.



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