Los inicios del
hombre en la Tierra se parecían bastante al de cualquier animal terrestre, si
no fuera por su capacidad de reflexión. Lo que representaba una gran ventaja,
ya que le permitía, no sólo mejorar su debilidad física, sino, también, ampliar
el conocimiento del entorno y de sí
mismos. Lo que planteaba una serie de interrogantes, sobre su origen, y el
porqué de su existencia. Cuestiones que todavía hoy siguen inquietando al
hombre, y que como entonces, sigue sin respuesta.
Según el estado
de cosas en ese momento, la respuesta a estas preguntas estaba condicionada por
su experiencia en un entorno donde la naturaleza lo era todo. La consecuencia
lógica de la observación de esta naturaleza hacía sospechar que, puesto que son
las hembras de todas las especies las que producen la vida. En un plano
superior, divino, tenía que ser una madre la creadora de todo lo que conocían.
Una diosa madre, que en todas estas culturas prehistóricas se asocia con el
planeta Tierra.
De esta manera
se desarrolla una cosmogonía basada en esta gran diosa creadora, trasladando
los atributos femeninos a este ser supremo. Así, las cuevas, lo más profundo de
ellas, se convierten en los úteros de la madre, donde se engendra y se gesta la
vida de todos los seres vivos.
Imaginar una
diosa madre de estas características resulta difícil desde nuestra posición
terrestre, por eso, en el paleolítico superior, comienzan a difundirse por toda
Europa unas figurillas de mujeres, las Venus paleolíticas, que si no representan
físicamente a la diosa madre, al menos si lo hacen de su capacidad creadora, ya
que destacan sobre todo sus órganos reproductores, siendo casi inexistentes sus
extremidades, y en algunos casos, incluso la cabeza. Tal vez como consecuencia
de esta visión informe que se tiene en este momento de la diosa.
Este concepto de
la Tierra como ser vivo, es el que todavía pervive en los filósofos griegos de
la segunda mitad del I milenio a.C., como vimos en las palabras de Alejandro
Polystor, cuando habla de los cuatro elementos, “y a partir de ellos se origina el cosmos, animado, inteligente,
esférico y rodeando toda la tierra, la cual es en sí misma esférica y está
habitada por todas partes”.
Pero, ¿Quién
engendra a la diosa para que la vida siga existiendo? La observación de la
naturaleza revela que son los machos de cada especie, los que engendran a sus
hembras. Lo lógico sería pensar que la diosa debería ser engendrada, también,
por dioses masculinos.
Aunque no se
sabe si existía un consorte masculino para la diosa, es posible, que las
pinturas rupestres de esta época podrían cumplir con esta función, representando
en lo más profundo de las cavernas, de los úteros de la diosa, animales y
hombres, con el propósito de que cobren vida, como si fuera la semilla del dios
fertilizador. Donde también, se imprimen, simbólicamente, las manos, como rasgo
distintivo de la especie humana, aludiendo a su condición de hijos de la diosa.
Este podría ser
el fundamento básico de las cosmogonías de época paleolítica, que se puede rastrear en innumerables pasajes de las diferentes mitologías de las
posteriores culturas históricas.
Cuando la
sociedad comienza a pasar a una economía más agrícola, la diosa no pierde su
condición de madre creadora, aunque el elemento masculino está cada vez más
presente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario